Fenando Buen Abad Domínguez
Fuente: Rebelión
No hay Pensamiento Crítico que valga si no comienza por sí mismo. Si no tiene como “primera parada” el rigor de interrogar, sistemáticamente, sus fines y sus principios, sus herramientas, sus horizontes y sus limitaciones. El pensamiento crítico que se auto-exceptúa es exceptuable del todo. Por más salvoconductos que se invente, el Pensamiento Crítico que no echa sus barbas a remojo, que no se tiene a sí mismo como objeto de estudio permanente, termina siendo coartada dogmática idéntica a las que nos han hartado a lo largo de la historia. Por más ingeniosos que sean sus personeros de moda, agazapados en el burocratismo, en las farándulas, en las máquinas de guerra ideológica, en las iglesias o en los santuarios de fake news… por más “críticos” que parezcan, si no pasan por sí mismos son sospechosos. ¿Más claro? Prudencia no es sinónimo de debilidad. El panorama está convirtiéndose en un campo minado donde cualquier payaso pretende detonar un debate fuera de su alcance. Abundan tirios y troyanos. Pero las direcciones políticas están obligadas a profundizar la autocrítica si quieren profundizar la confianza. “Irreverencia en el debate, lealtad en la batalla”.
Mal nos irá si al revisar los daños causados por las ideas de la clase opresora, nos creemos inmaculados, indemnes o a salvo. El problema no es aceptar que somos (también) engendros de la ideología de la clase dominante, el problema es identificar qué tan orgullosos estamos y qué hacemos con eso. Ya no se puede validar un Pensamiento Crítico que coquetee con utopías o se vuelva emboscada puramente especulativa. Necesitamos el Pensamiento Crítico para pensar y hacer la transformación de la realidad pero con un sustento metodológico de autocrítica y reelaboración permanentes, al alcance efectivo de los pueblos, para superar el orden económico-social al uso. Y es que las ideas de la clase dominante se expresan, primero, como modelo económico y, por eso, desarrollar la crítica ha de servirnos para ganar fuerza organizadora contra las peores herencias de clase, es decir, su economía, sus leyes y sus valores morales.
Hay que romper desde sus entrañas las formas y usos del razonamiento convencional inoculadas en nuestra cotidianeidad más invisible. Desarrollar un cambio, no sólo de formas, con un método nuevo entrenado para superar toda lógica hegemónica que, huérfana de cuestionamiento a la esencia de la actividad productiva y a las relaciones de producción dominantes, nos ha adoctrinado con su contenido y pertenencia de clase y su capacidad de paralizarnos las funciones intelectuales y políticas. Que nos ha convertido en defensores de nuestro verdugo.
El Pensamiento Crítico que necesitamos debe contener un efecto subversivo, incluso sobre él mismo, si quiere tenerlo para cualquier otro campo de subversión. La praxis del Pensamiento Crítico puede tomarse como una síntesis de humanismo de nuevo género que pone el interés social por encima de todo. Pensamiento Crítico sometido, él mismo, al principio de desarrollo histórico, operando en las entrañas de la coyuntura, con afirmaciones revolucionarias rigurosas incompatibles con los mitos de “estabilidad” conservadora. Para evitar la emboscada de vivir reconstruyendo, abstractamente, categorías escapistas, es preciso re-politizar al Pensamiento Crítico, alejarlo de gurúes y santorales academicistas y trazar su desarrollo científico al lado de las luchas sociales. Cada renovación del Pensamiento Crítico debe ser respuesta a necesidades transformadoras de la práctica histórica dispuesta a intervenir en el corazón de todas nuestras contradicciones.
Hay que producir un estatuto científico del Pensamiento Crítico cuya condición, primera y ultima, sea no estancarse entre reformulaciones, abandonos y revisionismos de moda, ni entre puros conceptos o proposiciones que no estén vinculados a la lucha por la transformación del mundo. El Pensamiento Crítico no pude desarrollarse independiente de la historia del pueblo trabajador cuyas luchas determinan sus avances y retrocesos, sus transformaciones y rectificaciones. No puede depender de los “modelos de futuro” o de las prescripciones en abstracto. Al contrario, debe expresar el movimiento real de las luchas sociales, no como una “teoría acabada” sino como una intervención organizada y popular contra la lógica y las acciones de reproducción dominante, a gran escala, y de acumulación acelerada del capital. Especialmente la lucha contra la ideología opresora que es como un virus inoculado en la razón para superponerse a las conexiones lógicas y a las evidencias científicas mismas, hasta convertirse en una tara contra el razonamiento crítico.
Ciertamente, en la vida diaria, la actual valoración del Pensamiento Crítico dista mucho de ser la de una necesidad teórico-práctica entrenada desde nuestra infancia. Mayormente está escindido de su fuerza revolucionaria y se lo reduce al catálogo de los buenos propósitos casi exclusivamente, “intelectuales”. Desvirtuado. Esa es la emboscada academicista para evitar que el Pensamiento Crítico avance contra los focos ideológicos esparcidos hasta los rincones más insospechados de la mente, de la tecnología y del cuerpo, como expresión dinámica de dominación. Por eso hay que intervenir contra la alienación, la ignorancia y las condiciones hegemónicas de producción, simultáneamente.
De lo que se trata no es (sólo) de interpretar el mundo sino de transformarlo, suprimiendo las clases sociales. Eso necesita un florecimiento mundial del Pensamiento Crítico capaz de llevarlo hasta el terreno de las emociones, de los sentimientos, de las creencias, de los gustos. Pensamiento Crítico del modo de producción y de las relaciones sociales impuestas por el capitalismo… en su modelo de Estado, de “sociedad civil”, de división de clases, de partidos sin democracia real, de arte y de ecología mercantiles y mercantilizados Y, necesariamente Pensamiento Crítico para la vida diaria, para interpelar qué somos, cómo somos y qué debemos ser para dejar de ser sociedades sometidas al capricho de los opresores. Pensamiento Crítico, pues, sujeto y objeto, también, de la crítica. La praxis, pues, como arma de la Crítica.