Pensamiento Crítico

Pobres – Sumisión

Javier Cortines

Fuente: Kaos en la Red

Las Quejas del Campesino o el Campesino Elocuente es “un cuento” que fue escrito hace unos 4000 años en Egipto (en el Imperio Medio 2050-1750 a.C). He incluido ese relato -que narra las injusticias que sufren en todas las épocas los pobres- en mi libro, de próxima publicación, “Novelas cortas y Poesía amorosa del antiguo Egipto”. Su argumento es de rabiosa actualidad y nos recuerda que, en lo esencial, -salvo raras excepciones- “los nadies”, los desposeídos, están marcados con el mismo estigma en la mirada (un ensombrecido agujero visual) desde que el “homo sapiens” se alzó sobre dos patas, cogió el palo y esclavizó o anuló a los más débiles. En esta primicia, que publico en este medio, también hay un mensaje positivo como se podrá ver al final de esta corta narración: Aquellos que luchan y se rebelan, una y otra vez, sin tirar la toalla, pronto o tarde consiguen su recompensa.

LAS QUEJAS DEL CAMPESINO

Un día, cuando los faraones todavía eran dioses, un habitante del Oasis de la Sal[1] (Wadi Natrum) llamado Khunanup, bajó con sus asnos al Valle de El Nilo para vender sus mercancías, lo que solía hacer de vez en cuando para cubrir las necesidades de su familia. Dicen que era un hombre culto que, aunque hubiera podido ser rico y disfrutar de los halagos del Rey, decidió ser un oasita y vivir en paz en compañía de sus seres queridos. Por eso no es correcto del todo llamarle campesino, aunque el siempre decía orgulloso que era un simple aldeano que sólo sabía segar la mies.

Cuando pasaba por una aldea ubicada en el camino que conduce a Nennesu, la capital de los soberanos de la Dinastía X[2], se cruzó con un villano que, tras golpearle y hacerle una herida en la frente con su hacha corta, se apoderó de su recua de burros y de su cargamento: cañas, plantas-remedet[3], natrón, sal, pieles de pantera, cueros de lobo, avestruces y granos de misut, aba y necba.[4]

Khunanup no se puso a llorar ni tampoco bajó la cabeza ante aquel señorito y, con una tranquilidad que todavía deja asombrados a los egipcios cuando escuchan esta historia, se sentó, cogió la paleta que colgaba de su hombro izquierdo, agarró con pulso firme su cálamo y, desenrollando un papiro sobre sus rodillas, escribió una carta al Gran Intendente Rensi, ya que la agresión se había producido en sus dominios. Al principio Khunanup albergaba la esperanza de que sus cartas –escribió hasta nueve- conmovieran el corazón de Rensi y se hiciera justicia, pero el alto gobernante –pensó luego- “estará ocupado con cosas tan importantes que ni siquiera habrá abierto mis papiros”.

En uno de sus escritos, dice: ¿Por qué el oprimido tarda tanto en ver el reconocimiento de sus derechos cuando la legitimidad de su causa es, a todas luces, evidente? ¿Habría que acusar a los dirigentes egipcios de indiferencia y parcialidad? En absoluto, la razón de esas dilaciones es otra[5].

Mientras el campesino seguía sentado y no paraba de escribir sus quejas con los mejores trazos de Thot (el dios de la escritura) de vez en cuando pasaba a su lado el agresor, hijo de un rico terrateniente, y le escupía haciendo bromas con sus amigos.

El labriego había razonado equivocadamente pues Rensi, lejos de no leer sus manuscritos, estaba tan impresionado por su erudición y sabiduría que, convencido de que en sus manos tenía un tesoro, fue haciendo llegar al faraón, por entregas, las misivas del ultrajado. Bueno, hay gente que dice que no era un agricultor, sino un salinero. El soberano, picado por la curiosidad, ordenó a Rensi que, ni se le ocurriera solucionar el asunto, pues jamás en su vida había leído prosa tan divertida de un campesino elocuente.

Khunanup no estaba dispuesto a que se quebrara su voluntad pues llegó a la conclusión de que, haciendo justicia a una sola persona, demostraría a los incrédulos el infinito poder de la palabra y la escritura, cuyo flujo sólo puede detenerse mutilando a su artífice, es decir: cortando la mano del escriba o la lengua de los hijos de Ibis[6].

“Castiga a aquel que merece ser castigado y nadie dudará de tu rectitud” Tú también vas a morir o ¿Acaso te crees que vivirás eternamente?, le escribe, ya desesperado, el campesino elocuente, lejos de conocer que algún día el pueblo identificaría a Rensi con el cálamo, la paleta y el papiro, los atributos del mismo Thot[7], dios de las divinas palabras.

Incansable sigue dando forma a los jeroglíficos con el cálamo: “Corregir es cuestión de un momento, el mal dura mucho tiempo. Corona a la equidad, es el aliento de la nariz[8]. La justicia es para toda la eternidad; desciende a la necrópolis con aquel que la practica”.

Cuando Khunanup pensó ya en arrojar el cálamo y regresar con las manos vacías al Oasis de la Sal, dejó de reclamar lo que le pertenecía y empezó a reflexionar sobre las desigualdades sociales, sobre el poder que la fortuna ciega entrega a los ricos y sobre las miserias que tienen que soportar los pobres para sobrevivir. Y, haciendo un alegato a favor de éstos últimos, volvió a escribir, esta vez de tú a tú, a Rensi:

“Los reyes y faraones, al igual que tú, nunca entenderéis a los pobres. Lo que para vosotros es delito y castigáis con la muerte, para los mendigos es natural, como el agua de las crecidas de El Nilo que dan sustento a todas las aldeas que no habéis puesto en los mapas”. Abrid bien los oídos: “Robar es natural para aquel que nada tiene…No debemos castigar al ladrón que no tiene para comer: no hace más que buscar para sí mismo lo que vosotros le negáis”.

Cada vez que el campesino se hundía más en la tristeza, más se alegraba el intocable joven que le había humillado y arrancado la dignidad, convirtiendo su virtuosa compostura en el hazmerreír de estos contornos. Aquel bravucón, que siempre llevaba largos pendientes con incrustaciones de piedras preciosas y nemés[9] de vistosos colores, se llamaba Djehu-Tinakht, hijo de Isri, vasallo del Gran Intendente Rensi, hijo de Meru.

Pero las quejas de Khunanup no habían caído en saco roto. Rensi había ido enviando todas sus cartas a Su Majestad El Faraón Nebkaure[10].

Un día el Rey leyó: “Los altos funcionarios deberían ser enemigos del mal y defensores del bien; deberían ser sabios capaces de rectificar e incluso de poner, en el lugar que corresponda, una cabeza cortada. No seas ciego, pues no tendrás amigos si eres sordo a la justicia. En esta, mi última queja, te digo: “Es triste llegar a la conclusión de que aquel que se ve obligado a denunciar, acaba convirtiéndose en un pobre miserable, en un suplicante, y aquel que le ultrajó, en su verdugo. Encomendaré, pues, un postrero ruego, dirigiéndome a tí, o a Anubis[11] .

Entonces las palabras del campesino fueron gratas al corazón de Su Majestad y dijo a Rensi: “Ya ha llegado la hora de que decidas tú mismo, hijo de Meru, lo que hay que hacer”.

Y entonces el Gran Intendente envió a dos guardias para detener a Djehu-Tinakht y se hizo una lista de todos sus bienes, incluyendo a los seis criados que le servían. Luego entregó toda su hacienda a Khunanup y le regaló a su agresor, como esclavo.

Y así, concluye el cuento en boca del campesino: “Todo lo que él quiso hacerme a mí, se lo hice yo a él”.

[1] En el antiguo Egipto “Sht-Hm3t”. En árabe clásico “Wadi Natrum”, nombre con el que se conoce hoy día. Se encuentra en el Delta del Nilo. A esa parte de el país se la llamó “delta” porque tiene la forma invertida de esa letra griega.

[2] Dinastía X (2100-2040).

[3] Una planta especial de los oasis.

[4] No se ha podido descifrar -por el momento- el significado de misut, aba y necba.

[5] Pasajes procedentes de diversos papiros y del “Journal d’un subtitut de campagne” (El Cairo, 1939, pag. 146, Tawfik Al Hakim).

[6] El dios Thot se representaba con cuerpo de hombre y cabeza de Ibis.

[7] Los expertos se inclinan a pensar ahora que “Las Quejas del Campesino” fueron escritos durante la Dinastía XII (1991-1786) del Imperio Medio. Época de gran florecimiento de las letras de “hermosa escritura”. De esa edad de oro datan obras como “Sinuhé” o “El Naúfrago”.

[8] Lo que da sentido a la vida.

[9] Un tocado que cubría la cabeza. Estaba hecho de tela a rayas cuyos colores más frecuentes eran el azul y el amarillo. Se ajustaba a la frente y caía sobre los oídos.

[10]Se trata del rey Nebkaure Kheti (2080-2060), último representante de las dos dinastías heracleopolitanas.

[11] Anubis: Dios de los Muertos.

MC

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