Pensamiento Crítico

Certezas en tiempo de Covid-19

Miguel Alejandro Hayes Martínez

Fuente: Rebelión

La búsqueda de certezas está de moda;  en realidad siempre lo ha estado. El pensamiento propio de la cotidianidad las necesita; información concluyente, codificada de manera simple y sin una gran explicación que nos permita tomar decisiones rápidas. Las propias imágenes que elaboramos del mundo, tan claras como día o noche, ir o quedarse, sí o no, bien definidas, van moldeando rutinas de nuestra subjetividad. Se dice es de día (y punto); no se empieza a explicar la otredad y mismidad entre los polos de la unidad dialéctica día y noche.Pero las cosas empiezan a complicarse cuando el universo de certezas traspasa la cotidianidad pensada e invade la reflexión teórica. Luego, la reflexión teórica también arrastra esa necesidad de las certezas. Las ciencias codificadas en claves ontológicas y taxonómicas, son su expresión. Lo que se acepta socialmente como ciencia, se pierda en la necesidad de que su accionar deba siempre decir «esto es» (el primer impulso de las necesidades de las certezas).

Este fenómeno no queda ahí y entonces se llega, no solo a la búsqueda de dichas certezas ontológicas, sino de la vieja costumbre del sentido común de las profecías. Desde los propios planteamientos sistémicos de la filosofía mediante Aristóteles, se trazó una línea de búsqueda de predicciones como parte del ejercicio teórico. Esta manía de la madre ciencia, ya permeada por las del sentido común, también llegó a todas las hijas que aparecerían posteriormente. Ya no podemos dejar de encontrarnos ese carácter predictivo, incluso, es pilar esencial de los paradigmas positivistas y dominantes en el conocimiento hoy; donde ya casi lo más importante es el predecir.

Contrasta que no todos en la historia del pensamiento han caído en esas trampas. Ya Kant advertía la necesidad del núcleo de  la reflexión teórica no debía estar levantado sobre principios prácticos (porque la elaboración de este siempre estaría permeado por la visión cotidiana del mundo). Trabajo que no pudo alcanzar y que vio su realización con Hegel, quien descubrió que, hasta entonces, toda la filosofía se había levantado sobre el sentido común de lo binario como antagónico excluyente.

Por otro lado, el uso de la teleología, de toda expresión de esa necesidad de decir qué es lo que va a ocurrir con algún fenómeno con certeza, también es una idea desarticulada en la dialéctica en Hegel. Algo que encontró buen uso en el Capital de Marx. Texto (tomo I) que lejos de dar un cierre concluyente y afirmativo, más bien finaliza planteando el auto-movimiento del sistema cual círculo vicioso de causa y efecto (capítulo 24) y que las condiciones del sujeto de las relaciones sociales dirán si es posible sostener ese sistema o no (capítulo 25). Si de dialéctica se trata, como dice siempre María del Pilar Díaz Castañon, no se puede predecir el futuro, pero sí encauzar el presente. A lo más que podemos aspirar, en pocas palabras, es a comprender el comportamiento de  un sistema estabilizado y suponer que, siempre que se mantengan determinadas condiciones, cuáles pudieran ser sus ciclos. Un cambio de las condiciones del sistema de relaciones, se puede afirmar por intuición, pero es teóricamente el ejercicio más difícil posible.

Sin embargo, aun aceptando la tesis de que la teoría puede predecir el escenario resultante ( apostar, intuir, más bien) el futuro, o sea, afirmar si el sistema de relaciones del presente se mantendrá y en que combinación, o si cambiará a partir de explicar sus nuevas condiciones y su despliegue, se debe saber que ahí hay algo detrás: todo ello supone conocer cómo  funciona el presente.

Según Marx, es casi imposible poder teorizar sobre el propio tiempo en que se vive. Las trampas de las representaciones de la conciencia cotidiana (nunca teóricas, por tanto, incapaces de generar las reflexiones con mediaciones del sistema), sus velos ideológicos e ideopolíticos, las pasiones, y en lado  del sistema de relaciones en se está, son obstáculos casi imposibles de vencer.

A ello se suma el grado de desarrollo del objeto a estudiar. Del mismo modo que el sexo del futuro niño no se puede determinar hasta un determinado tiempo pasado el embarazo, no se puede hacer teoría hasta que aquello que será sobre lo que se teorizará tenga un grado de desarrollo tal que sea visible a la reflexión sus determinaciones ( no es lo mismo hablar del capitalismo en el siglo XVII que en el XIX).

Lo curioso de todo esto, es que no han dejado de aparecer personas reconocidas como filósofos, que no solo reivindican el ejercicio de la predicción ( siempre sin explicar las condiciones sobre las que se sostendría un «nuevo» sistema de relaciones humanas) y, por si fuera poco, se lanzan y se siguen lanzando a dar respuestas de dimensiones globales, en un momento donde este fenómeno de la Covid-19 todavía no termina de mostrar todas las cualidades de su desarrollo: las muertes, enfermos, expansión… elementos que en buena medidas dependen de la interacción entre el comportamiento de gobiernos y ciudadanos, de los resultados de la gestión social en los marcos de espacio macro y micro en cada nación, y de cómo estos se interrelaciones a nivel regional y mundial. ¿Quién tiene la información, al menos para generar esas respuestas; quién sabe eso como para hacer afirmaciones de carácter global? Son cuestiones bien diferentes, acertar en el comportamiento de pequeños escenarios y hacerlo con rigor, a inferir esas cuestiones para el globo terráqueo e ignorar la capacidad o incapacidad de reacciones posibles ante todo esto (que es parte de las nuevas dinámicas posibles que escapan a la predicciones dominantes).

Pero las certezas están de moda; y en tiempos de crisis, más.

MC

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