Pensamiento Crítico

La vanguardia revolucionaria y las acciones espontáneas de masas

Ernest Mandel

Fuente: Kaos en la Red

Le haríamos una gran injusticia a Lenin si caracterizásemos la obra de toda su vida como una “subestimación” sistemática de la importancia de las acciones espontáneas de masas contrapuesta a la “apreciación” de Luxemburgo o Trotsky. Aparte de los pasajes polémicos, que podemos comprender únicamente dentro de su contexto, Lenin acogía con agrado la erupción espontánea de manifestaciones y huelgas de masas tan entusiastamente y casi tan explícitamente como Rosa Luxemburgo y Trotsky. Sólo la burocracia stalinista falsificó el leninismo con su desconfianza creciente hacia los movimientos espontáneos que después de todo es una característica de toda burocracia.

Luxemburgo estaba totalmente en lo cierto cuando expresó que el estallido de una revolución proletaria no puede ser augurado por medio del calendario, y nunca encontramos en Lenin algo que lo contradiga. Lenin, como Luxemburgo, estaba convencido de que estas explosiones elementales de masas, sin las cuales no podemos concebir una revolución, no pueden ser “organizadas” de acuerdo a reglas, ni “dirigidas” por sargentos disciplinados. Lenin, como Luxemburgo, estaba convencido del poderoso arsenal de energía creadora, recursos e iniciativa que los verdaderos movimientos amplios de masas despliegan y siempre desplegarán.

La diferencia entre la teoría leninista de organización y la llamada teoría espontaneísta —que puede ser atribuida a Luxemburgo con salvedades importantes— la encontramos, entonces, no en una subestimación de la iniciativa de las masas sino en la comprensión de sus limitaciones. La iniciativa de las masas es capaz de alcanzar muchos éxitos portentosos. Sin embargo, por ella misma no es capaz de trazar, a través de la lucha, un programa completo y comprensivo para la revolución socialista que abarque todos los problemas sociales (ya no digamos la reconstrucción socialista); ni es capaz, por ella misma, de llevar a cabo una centralización suficiente de las fuerzas para hacer posible la caída de un Estado centralizado, con su aparato represivo que está apoyado en la utilización total de las ventajas de sus “líneas internas” de comunicación. En otras palabras, las limitaciones de la espontaneidad de las masas comienzan con la comprensión de que una revolución socialista no puede ser improvisada. La espontaneidad “pura” de las masas siempre tiende hacia la improvisación.

Lo que es más, la espontaneidad “pura” existe sólo en los libros de cuentos de hadas acerca del movimiento obrero, mas no en su verdadera historia. Lo que se entiende por “espontaneidad de las masas” son los movimientos que no han sido previamente planeados en detalle por alguna dirección central. Lo que no debemos entender por “espontaneidad de las masas” son los movimientos que se llevan a cabo sin una “influencia política externa”. Sólo es necesario rascar la costra de un “movimiento espontáneo” y encontraremos los rasgos inconfundibles de un hilo rojo vivo que lo cruza. Aquí un miembro de un grupo de “vanguardia” que provocó una huelga “espontánea”; allá un ex miembro de otra filiación “desviacionista” de izquierda, que ha dejado a este grupo, pero que ha recibido la suficiente preparación para ser capaz, en una situación explosiva, de reaccionar con gran celeridad mientras la masa anónima aún está indecisa.

En algunos casos, podemos encontrar que la acción “espontánea” es la fructificación de muchos años de actividad “clandestina” realizada por un grupo de oposición sindical, o por un grupo de obreros de base; en otros casos ha sido el resultado de contactos que, por un periodo más o menos largo de tiempo, han trabajado pacientemente —y aparentemente sin éxito alguno— con colegas de otra ciudad (o de una fábrica vecina) en donde los “izquierdistas” son más fuertes. En la lucha de clases tampoco encontramos que el pavo, ya cocinado, haya caído del cielo “espontáneamente”.

Entonces, lo que diferencia las acciones “espontáneas” de aquellas en las que “intervino la vanguardia” no es que en la primera todos tengan un nivel de conciencia igual adquirido en la lucha y que en la segunda encontremos a la “vanguardia” diferenciada de “las masas”. Lo que distingue a estas dos formas de acción no es tampoco que, en las acciones espontáneas, las soluciones hayan sido vertidas hacia el proletariado desde “el exterior”, mientras que la vanguardia organizada se vincula con las demandas elementales de las masas de manera “elitista”, “imponiéndole” un programa. No se han producido acciones “espontáneas” sin la existencia de algún tipo de influencia vertida por elementos de vanguardia. La diferencia entre las acciones “espontáneas” de aquellas en las cuales “interviene la vanguardia” es, esencialmente, que en las acciones “espontáneas” la intervención de la vanguardia es de índole improvisada, desorganizada, intermitente y sin planeación alguna (accidentalmente acaecida en esta o aquella fábrica, ciudad o distrito), mientras que la existencia de la organización revolucionaria hace posible la coordinación, la planeación, la sincronización consciente y el perfeccionamiento continuo de esta intervención de los elementos de
vanguardia en la lucha de masas “espontánea”. Casi todos los requisitos del “supercentralismo” leninista están basados exclusivamente en esto.

Sólo un fatalista incorregible (o sea, un determinista mecánico) puede estar convencido de que todas las explosiones de masas tenían que suceder en un día dado porque estallaron en ese mismo día, y que, a su vez, en todos los casos en que las explosiones de masas no ocurrieron, fue debido a que no eran posibles. Tal actitud fatalista (común en la escuela de Kautsky y Bauer) es en realidad una caricatura de la teoría leninista de la organización. De todos modos, es característico de un gran número de oponentes del leninismo, quienes al oponerse a Lenin tienen mucho que decir acerca de la “espontaneidad de las masas”, al mismo tiempo que caen dentro de este determinismo mecanicista y vulgar sin darse cuenta del grado en que contradicen su “gran aprecio” hacia la “espontaneidad de las masas”.

Si, por otra parte, procedemos de la inevitabilidad de las explosiones masivas esporádicas (que ocurren cuando las contradicciones socioeconómicas han madurado a un grado tal que el modo de producción capitalista, de hecho, tiene que producir periódicamente estas crisis prerrevolucionarias), entonces debemos entender que es imposible determinar el momento exacto en que vaya a suceder, debido a que miles de pequeños incidentes, conflictos parciales y sucesos accidentales podrían llegar a jugar un papel importante en determinarlo. Por esta razón una vanguardia revolucionaria que, en momentos decisivos es capaz de concentrar sus fuerzas en el “eslabón más débil”, es incomparablemente más efectiva que la actuación dispersa de un gran número de obreros avanzados que carecen de esta facultad de concentrar sus fuerzas.

Las dos luchas obreras más grandiosas que se hayan llevado a cabo en occidente —el mayo francés de 1968 y el otoño italiano de 1969— confirmaron totalmente estos puntos de vista. Ambas comenzaron con luchas “espontáneas” que no fueron preparadas ni por los sindicatos, ni por los grandes partidos socialdemócratas o “comunistas”. En ambos casos obreros radicales y estudiantes individuales o núcleos revolucionarios jugaron un papel decisivo precipitando acá y allá una primera explosión y proporcionando a las masas trabajadoras la oportunidad de aprender de una “experiencia ejemplar”. En ambos casos millones y millones se lanzaron a la lucha —llegaron a ser diez millones de asalariados en Francia, y quince millones en Italia. Esto es más de lo que nunca se había visto —aun durante las grandiosas luchas de clase después de la primera Guerra Mundial.

En ambos casos la tendencia espontánea demostrada por los obreros trascendió al “economismo” de una huelga puramente económica. En Francia lo atestiguan las ocupaciones de fábrica y numerosas iniciativas parciales; en Italia, no sólo las inmensas manifestaciones callejeras y la promoción de demandas políticas, sino también la manifestación embrionaria de una tendencia hacia la autoorganización en el lugar de la producción, es decir con el propósito de tomar el primer paso hacia el establecimiento del poder dual: la elección de delegati di reparto. (De esta manera, la vanguardia de la clase obrera italiana estuvo más avanzada que la francesa, y trazó las primeras lecciones históricas importantes del mayo francés.) Empero, en ningún caso estas portentosas acciones espontáneas de masas lograron derrocar al aparato estatal burgués y al modo de producción capitalista, ni tan siquiera llegaron a promover una comprensión masiva de los objetivos que hubieran hecho factible tal derrocamiento dentro de un corto periodo de tiempo.

Recordando la metáfora de Trotsky en la Historia de la Revolución Rusa: el potente vapor perdido por la falta de un pistón que lo hubiera comprimido en el momento decisivo. Y, por supuesto, en último análisis la fuerza motriz es el vapor, o sea, la energía de la movilización de las masas y su lucha, y no el mismo pistón. Sin este vapor el pistón permanece como una cascara vacía. Sin embargo, sin este pistón incluso el vapor más potente es desperdiciado sin llevar a cabo nada. Esta es la quintaesencia de la teoría leninista de la organización.

 * Capítulo extraído de La Teoría leninista de la organización (1970, Ernest Mandel), digitalizado por Revolta Global.

MC

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