Pensamiento Crítico

La obra de Ernest Mandel: Una importante herencia para el combate revolucionario en el siglo XXI

Manuel Kellner

Fuente: Kaos en la Red

Fallecido hace un cuarto de siglo, Ernest Mandel (1923-1995) nos dejó una importante obra teórica. Un legado imprescindible para quien quiera hacer balance del siglo XX y contribuir a la elaboración de perspectivas revolucionarias en el siglo XXI para acabar con esta sociedad de clases, capitalista y destructora, y construir las bases para una sociedad humana solidaria capaz de garantizar una vida viable para todas y todos.

El hilo rojo del pensamiento de Ernest Mandel, el eje en torno al que giran tanto sus escritos como su vida de militante revolucionario, fue la autoactividad solidaria y la autoorganización democrática de la clase obrera: piedra angular para una emancipación humana universal. La idea central de sus aportaciones sobre la estrategia de combate para una sociedad sin clases y, al mismo tiempo, la quintaesencia de su visión de la futura democracia socialista a nivel mundial se desprende de sus elaboradas críticas al capitalismo y a los otros sistemas coercitivos contemporáneos. El internacionalismo de Ernest Mandel era orgánico, ligado al centro de sus preocupaciones e inseparable de su apuesta por los intereses de las y los asalariados, oprimidos, desheredados y marginados de todo tipo.

Esto explica también por qué Ernest Mandel escribió sobre tantos temas. Su destacable biografía escrita por Jan-Willem Stutje (2007) nos muestra al hombre y su entrega a la causa revolucionaria, así como a la construcción de la IV Internacional. La recopilación de las intervenciones en el seminario de 1999 en Ámsterdam sobre su contribución a la teoría marxista, publicada bajo la dirección de Gilbert Achcar (1999), es rica en enseñanzas. Mi libro (2006) sobre su obra teórica, basado sobre todo, aunque no solo, en la lectura de sus libros, ofrece una visión de conjunto de su aportación teórica, a la vez que discute sobre sus puntos fuertes y sus debilidades.

Crítica de la economía política

El Tratado de economía marxista de 1962 (terminado en mayo de 1960) de Ernest Mandel quería “reconstituir el conjunto del sistema económico de Karl Marx (…) partiendo de los datos empíricos de las ciencias contemporáneas”. La riqueza de referencias a un gran número de publicaciones provenientes de diversos ámbitos de las ciencias humanas y sociales apoya su argumentación sobre la actualidad de la crítica de Karl Marx al modo de producción capitalista, a pesar de la larga expansión económica de la posguerra (y a pesar de que Karl Marx no había elaborado un sistema económico). En esta obra, como en otras sobre el mismo tema (y en sus numerosas Introducciones a las obras de Marx y de sus sucesores), Ernest Mandel se alejaba mucho de la escolástica seudomarxista consistente en probar a base de citas por qué Marx tenía razón. De igual modo, Mandel nunca trató las categorías de la crítica de la economía política de Marx como datos que derivan lógicamente y de manera autista uno de otro. Su ambición era sintetizar la teoría y la historia de la economía (o mostrar que es ahí donde estaba la fuerza del enfoque de Marx). Por ejemplo, desarrollando la teoría del valor-trabajo partiendo de ejemplos precapitalistas de acaparación del excedente por una clase dominante.

La gran ventaja de este método es didáctica. Conozco a buen número de contemporáneos que, como yo mismo, tuvieron acceso a El Capital de Karl Marx a través de la lectura de los escritos de Mandel. El estilo de Mandel consistía en ilustrar sus argumentos con gran número de ejemplos concretos. Por ello era muy comprensible y convincente, tanto en sus escritos como en las presentaciones que hacía en cursos de formación, coloquios o mítines políticos. En el prólogo de su Spätkapitalismus [El capitalismo tardío, Era, 1979] detalla y defiende su método histórico-genético, aunque relativizándolo un poco, porque aceptaba críticas por haber sido demasiado descriptivo en su Tratado.

Mandel no era partidario de una concepción determinista del materialismo dialéctico-histórico. Hablaba de “variables parcialmente autónomas” determinantes de la evolución del modo de producción capitalista. Explicó por qué este modo de producción apareció primero en países de Europa occidental, no a causa de leyes generales de desarrollo histórico, sino porque en un determinado momento de la historia se habían reunido algunas especificidades, algunas precondiciones: por ejemplo, el oro saqueado en América Latina que reforzó las posibilidades del capital-dinero y la separación total de una parte importante de la población de sus medios de producción, permitió invertir masivamente en la explotación de la fuerza de trabajo. Estas precondiciones no estaban reunidas en China y, por tanto, aunque algunas tecnologías estuvieran más desarrolladas que en Europa, en este país no pudo desarrollarse el modo de producción capitalista.

Escrito en alemán y publicado en 1972, el Spätkapitalismus es considerado el opus magnum de Ernest Mandel. Para situar esta obra hay que pensar que en ese momento se estaba todavía muy lejos de la hegemonía neoliberal. La ideología dominante hacía apología del sistema capitalista sugiriendo que las flagrantes contradicciones de ese modo de producción eran historias del pasado: la intervención del Estado había sabido dominar las crisis, el nivel de vida de muchos asalariados había mejorado sensiblemente, los países del tercer mundo tenían la oportunidad de alcanzar el nivel de los países ricos, los progresos de los sistemas de seguridad social habían superado las tendencias a la pauperización de amplias masas.

En este contexto, Mandel explicaba que las contradicciones de la sociedad de clases capitalista no habían sido superadas, sino que iban a explotar con más intensidad en un futuro próximo. Analizaba al mismo tiempo los cambios concretos del funcionamiento de este capitalismo de posguerra que, para él, era un nuevo período en el contexto del capitalismo imperialista o monopolista analizado por Lenin.

Ernest Mandel contribuyó también de forma sustancial a la explicación de las crisis destructoras de sobreproducción del capitalismo que aparecían de forma regular, lo que para él era una prueba del desfallecimiento del sistema capitalista y un buen ejemplo de la fuerza de la crítica de Karl Marx al modo de producción capitalista. Su aportación original rechazaba explicaciones monocausales: la teoría del subconsumo o de la desproporción entre los grandes apartados de la producción, o incluso la sobreacumulación de capitales. En su síntesis juegan un papel importante las fluctuaciones de la tasa de ganancia. Mandel no estudiaba solo la fuerza explicativa de los diferentes enfoques, sino también su papel en la lucha entre la clase obrera y el capital. Por ejemplo, la teorización del subconsumo servía a las direcciones reformistas para limitarse al aumento del poder de compra de las masas, que consideraban suficiente para combatir la crisis. Ahora bien, si los salarios suben, las ganancias bajan…, lo que apenas estimula las inversiones capitalistas. Esta desproporción refleja la anarquía de la producción capitalista. Era un argumento para un superholding con el fin de superar los efectos de la concurrencia en las decisiones de inversión. Por su parte, la sobreacumulación se utilizaba como argumento por el capital para aumentar la producción de plusvalía. Una versión marxista de este tipo de teorías presupone una tasa de desempleo de prácticamente cero durante un periodo muy largo, lo que es utópico en el modo de producción capitalista.

La otra cara de la moneda es la función de las crisis cíclicas. Desde el punto de vista del capital, se trata de crisis de limpieza, que devuelve de manera convulsiva los precios a los valores reales, de manera que solo las empresas y los capitales más fuertes se mantienen en pie, en detrimento de los más débiles, que desaparecen. La tendencia a la concentración y a la centralización del capital se realiza así, de manera catastrófica, a través de sus crisis.

Ernest Mandel era uno de los escasos marxistas que desarrollaron la teoría de las ondas largas del capitalismo: periodos de tendencia general expansiva o depresiva, que contienen cada uno de ellos varios ciclos de duración más corta. Mientras las crisis coyunturales de los ciclos industriales contienen en sí el germen del relanzamiento económico, según Mandel, los períodos largos de tendencia depresiva no contienen los elementos necesarios para la vuelta a un período de carácter expansivo. Para ello se requieren factores exógenos, extraeconómicos, por lo general de carácter político. Por ejemplo, la derrota secular de la clase obrera que condujo a la Segunda Guerra Mundial así como las catastróficas destrucciones causadas por esta, permitieron un ascenso espectacular del plusvalor, en detrimento de las y los asalariados, sentando así las bases para el período expansivo de la posguerra.

En cierto sentido, siguiendo a Marx, Ernest Mandel hablaba también del hundimiento (Zusammenbruch) venidero del modo de producción capitalista, cuando este parecía estar en la cumbre de su éxito. Pero él no creía en un mecanismo económico que llevase por sí mismo a tal derrumbe. En efecto, subrayaba que si las y los asalariados y oprimidos eran derrotados, no conseguirían oponerse al trato inhumano que les impondría el capitalismo y entonces este podría salir adelante –en teoría–, aunque al precio de naufragar en la barbarie global. En lugar de un hundimiento puramente económico, Mandel defendía más bien la idea de una crisis multiforme global, que incluye la crisis del sistema de dominación política e ideológica de la clase capitalista. Crisis estructural cuyo desenlace es el socialismo o el fin de la civilización humana.

El socialismo según Mandel

Apoyándose en los escritos de Marx y en los debates de los bolcheviques rusos y de la joven Internacional Comunista en los tiempos en que la revolución estaba en curso, para Ernest Mandel el socialismo era una sociedad sin clases y por tanto sin Estado, sin este aparato coercitivo que se eleva por encima de la sociedad. En dicha sociedad, concebida como la primera fase del comunismo, la dominación del hombre por el hombre daría paso a la gestión común de las cosas, de los bienes materiales de la sociedad, por las productoras y los productores libremente asociados. Las mercancías y el dinero no serían ya una fuerza cuasinatural que somete a los humanos, la economía de mercado se iría extinguiendo para dar lugar cada vez más a una gestión común para satisfacer las necesidades. En cuanto al comunismo –como lo esbozó Marx–, sería una sociedad en la que la libertad de cada cual sería la condición para la libertad de todas y todos: en absoluto un fin de la historia, sino por el contrario el verdadero comienzo de la historia de la humanidad, liberada de todas las atrocidades de un pasado caracterizado por la explotación, la opresión y la violencia.

Según Mandel, para llegar al socialismo hace falta que la clase obrera, movilizando a todas las capas oprimidas, tome el poder en sus manos y se apropie de las fuerzas productivas desarrolladas por el capitalismo a nivel mundial, para gestionarlas y transformarlas en su propio interés. El sistema político adecuado a ello sería una democracia socialista, la única forma de dominación de la clase obrera (Marx y Engels identificaban la dictadura del proletariado con la Comuna de París de 1871, un esbozo por así decirlo de la democracia más extendida), capaz al mismo tiempo de combatir eficazmente la resistencia de las clases poseedoras contra su expropiación y de instaurar una planificación democrática. Se trataría todavía de un Estado, pero de un Estado que desde el comienzo lleva en sí el germen de su propia extinción, preparando así el desarrollo de una sociedad sin clases, socialista en el pleno sentido de la palabra.

Por supuesto, lo que los revolucionarios dicen sobre la sociedad de transición (al socialismo) –que comienza a existir directamente tras la toma del poder por la clase obrera– interesa más al común de los mortales que la utopía de la esperada situación que se generaría después de décadas. Sobre ese punto, Ernest Mandel era muy explícito: desde el comienzo, esta sociedad de transición al socialismo deberá mejorar sensiblemente la suerte de las y los asalariados y de las amplias masas. No solo garantizar libertades democráticas más amplias que cualquier república parlamentaria burguesa, sino también una base material sólida que permita a las masas ejercer sus derechos democráticos y participar realmente en los órganos de autogestión y en los procesos de toma de decisiones. Para Mandel esto implicaba una reducción radical general del tiempo de trabajo, junto a un nivel de vida apreciable para todas y todos. En dicha sociedad de transición haría falta una pluralidad de partidos y por tanto de opciones políticas, así como organizaciones y asociaciones de masas independientes, comenzando por los sindicatos.

Si se busca un punto débil en la argumentación de Mandel, se topa pronto con el problema de esas bases materiales necesarias para realizar este progreso emancipador. Leyendo el capítulo que trata de este problema en el Tratado de economía marxista –escrito, recordémoslo, muy al comienzo de los años 1960–, salta a la vista que Mandel estaba entonces lejos de ser tan consciente de los problemas ecológicos como lo estuvo durante los años 1980 (por no hablar de la IV Internacional de hoy). En las fuentes de la acumulación socialista mencionada por Mandel a comienzos de los años 1960 está la energía nuclear y el desarrollo extensivo de la agricultura con la ayuda de abonos químicos, lo que no habría podido escribir más tarde.

Hay que tener presente que para Mandel la idea liberadora está muy ligada a una abundancia de medios de consumo (sin la cual, una distribución de medios de consumo en forma no mercantil solo sería concebible con un régimen de racionamiento), y no solo para la satisfacción de las necesidades elementales, reduciendo a la vez de forma radical el tiempo de trabajo. Si hay que eliminar muchas producciones para salvar el clima y la tierra, si la producción energética debe ser reducida de forma sensible, si la producción agraria debe funcionar sin monocultivos, la productividad del trabajo no aumentará de forma espectacular… Pero sin reducción radical del tiempo de trabajo y sin bienestar material para todo el mundo, la democracia socialista no funcionará. Por tanto, hay que repensar todo esto.

Estrategia

La autoorganización de los asalariados y asalariadas en el seno del sistema capitalista se desarrolla por medio de la lucha colectiva contra el capital y su Estado. Mandel nos invita a concebir una lucha que se extiende y se generaliza, como en su vivencia en Valonia en 1960-1961. De hecho, es la idea de una huelga general insurreccional. Las propias necesidades de la lucha, llevada a cabo de manera consecuente, empujan a la extensión del movimiento y a la multiplicación de las tareas que asume, incluyendo hasta las vinculadas a la seguridad pública. Los órganos democráticamente elegidos por los huelguistas comienzan a disputar a los órganos del Estado burgués los derechos de soberanía y de representación legítima. De simples comités de huelga pueden evolucionar hasta convertirse en consejos, sóviets, órganos de un Estado alternativo por abajo, lo que lleva en primer lugar a una situación de doble poder, que tendrá que resolverse, tras un cierto plazo, bien en el sentido del restablecimiento de la plena autoridad del Estado burgués, o bien a favor de la conquista del poder por los consejos centralizados democráticamente.

Políticamente, la clase obrera no es homogénea. En tiempos normales, los revolucionarios no representan más que a una minoría. En el marco de una amplia autoactividad solidaria desarrollada en la lucha de clases, los tiempos no son normales. Las masas obreras no aprenden mucho en la pasividad y la atomización, pero lo hacen, mucho y rápido, desde que se crean espacios de actividad colectiva autodeterminados. La corriente revolucionaria debe intentar, en el marco de dicho movimiento amplio, ganar cada vez más apoyo para sus ideas generales y sus propuestas prácticas para llegar a ser mayoritaria en los consejos.

Para conseguirlo, los revolucionarios deben intentar aplicar todo un arsenal de conceptos estratégicos elaborados por el movimiento comunista de comienzos de los años 20 del siglo pasado, perdidos bajo el reinado del estalinismo, y salvaguardados y actualizados constantemente por la IV Internacional. La política de frente único: acción común con los partidos y organizaciones reformistas por reivindicaciones y objetivos concretos. Las reivindicaciones transitorias: parten de la conciencia y de los problemas sentidos por la masa de obreras y obreros para proponer soluciones solidarias (como la reducción del tiempo de trabajo sin pérdida de salario, con empleo proporcional y control obrero de las condiciones laborales, la prohibición de los despidos, etc.), que no son en la práctica compatibles con el sistema capitalista. La construcción de un partido revolucionario: este agruparía a la vanguardia obrera y social amplia, a todos aquellos y aquellas que llevan a cabo el combate de forma constante, no solo en los momentos de amplios movimientos de masas. La organización de la memoria y de la reflexión a niveles nacionales e internacionales, para que las experiencias vividas en un período de desarrollo del movimiento no se pierdan en períodos de reflujo y puedan servir de orientación en los nuevos empujes del movimiento de masas.

La estrategia socialista de Ernest Mandel era orgánicamente internacionalista: abogaba por valorar la situación social y política partiendo del nivel mundial, de sus mercados, de sus medios coercitivos, de las patentes desigualdades que ahonda el capitalismo, pero también de las potencialidades de resistencia, de los diversos movimientos de carácter emancipador a nivel internacional. Para los países pobres y dependientes defendía la estrategia de la revolución permanente, para la cual las tareas de la revolución democrática e independentista así como una reforma agraria radical no pueden ser concluidas por fuerzas burguesas y necesitan por tanto la toma del poder por la clase obrera aliada con la masa de las capas desposeídas y oprimidas, insertándose de esa manera en el proceso de la revolución socialista mundial.

Burocracia

Las organizaciones de masas obreras (asociaciones, sindicatos, partidos) creadas en el seno del capitalismo no pueden arreglárselas sin liberados. Hacen falta organizadores, periodistas y políticos profesionales, etc., para hacer funcionar dichas organizaciones, así como su representación en los parlamentos. Ernest Mandel era muy consciente de eso. Pero señalaba el precio a pagar por ello: el ascenso de una capa burocrática privilegiada en el seno de las organizaciones obreras que desarrolla intereses propios y se vuelve cada vez más conservadora. Se asocia con las capas más acomodadas de asalariados, odia la revolución “como el infierno” (Friedrich Ebert), canaliza y sabotea los movimientos que podrían cuestionar la marcha normal de la dominación capitalista de la sociedad.

Contra estas burocracias, Mandel proponía la construcción de corrientes de izquierda, de lucha de clases, sobre todo en el seno de los sindicatos, que propongan una alternativa de opciones estratégicas y personales a las orientaciones reformistas-conservadoras de las direcciones burocráticas. Para él estaba claro que las alternativas de izquierda solo podrían vencer en el contexto de movimientos de masas amplios y combativos. La primera tarea de los revolucionarios es por tanto hacer todo lo posible por promover, estimular, sostener todo impulso de autoactividad colectiva de los asalariados y oprimidos. En el seno del capitalismo, las organizaciones obreras de masas eran para Mandel instrumentos de doble filo: imprescindibles para hacer frente al poder de los patronos, sus asociaciones y sus partidos, al mismo tiempo están ahí para contener las luchas a la defensa del salario real, de mejores condiciones de trabajo, de una mejor protección social en el marco del capitalismo, renunciando a menudo a combates más que simbólicos. Para hacer de ellos instrumentos eficaces en el sentido de los intereses inmediatos de los asalariados hay que organizar su ruptura con la política de colaboración de clases y de paz social.

Mientras las burocracias de los sindicatos y de los partidos obreros más o menos adaptados a los Estados democrático-parlamentarios burgueses sostienen en toda regla un régimen más o menos autoritario, no democrático, ahogando a menudo las iniciativas de la base, combatiendo de manera encarnizada a los opositores de izquierda, los regímenes burocráticos de partidos/Estados fusionados en el poder en los países del llamado socialismo real eran regímenes completamente opresores. La burocratización de la URSS había llevado al poder a la fracción de Stalin, que era el representante apropiado de esta capa privilegiada burocrática que, para defender sus intereses materiales, quería ante todo romper con el pasado revolucionario del bolchevismo y con la vinculación a la revolución mundial. Por eso el concepto de socialismo en un solo país y una política de poder de Estado sustituyó a la revolución permanente y al internacionalismo consecuente de la joven Internacional Comunista.

La crítica marxista revolucionaria de esos regímenes no es la misma que la crítica hecha por los ideólogos burgueses. Desde luego, hay que denunciar los terribles crímenes de Stalin y su camarilla, pero al mismo tiempo hay que comprender el carácter netamente conservador del comunismo oficial desde el reinado de Stalin.

Para caracterizar a esos Estados, Mandel se apoyaba sobre todo en los trabajos de Trotsky, a la vez que los enriquecía al dar cuenta de las nuevas tendencias. El término de Estado obrero burocráticamente degenerado irrita. Al propio Trotsky no le gustaba mucho y lo empleaba a falta de otro mejor. En efecto, ¿qué quiere decir un Estado obrero (incluso fuertemente burocratizado) donde la clase obrera no ejerce el poder e incluso está desprovista de los derechos democráticos elementales?

El argumento principal de Mandel, siguiendo a Trotsky, era el hecho de que algunos logros de la Revolución de Octubre de 1917 seguían en pie: ni los medios de producción, ni las fuerzas de trabajo eran mercancías; la ley del valor y el mercado no dominaban la economía, que era planificada; el Estado seguía manteniendo el monopolio del comercio exterior. Eran sociedades no capitalistas de transición al socialismo, aunque burocráticamente petrificadas. Por tanto, en cuanto a las tareas, había que combinar la defensa de los elementos no capitalistas contra todo intento de restauración del capitalismo, desde el interior o desde el exterior, con el derrocamiento revolucionario del poder político de la burocracia para volver a una democracia socialista de los consejos.

El proceso de ruptura del monolitismo estalinista y la crisis del estalinismo, y más tarde del posestalinismo, fue prometedor para Mandel y para la IV Internacional, pero también cargado de desafíos teóricos y programáticos. Tras el derrumbe de la URSS y de los regímenes aliados o similares en Europa, Mandel saludó que hubiera estallado el tabú estalinista y veía ya abierto un proceso revolucionario en el sentido de la revolución política esperada y de una vuelta a la aspiración a una democracia socialista auténtica a nivel de masas. Había signos que iban en este sentido, pero las esperanzas de Mandel se quebraban ante la realidad del proceso de restauración capitalista y de la triunfante victoria del Occidente capitalista en la guerra fría, lo que evidentemente era una gran derrota para la clase obrera a nivel planetario.

En su gran libro sobre la burocracia Power and Money [Poder y dinero, Siglo XXI, 1994), Ernest Mandel escribió de manera autocrítica que el marxismo revolucionario (y por tanto él mismo) había subestimado los efectos devastadores de décadas de reinado estalinista y posestalinista sobre las conciencias obreras. Además, había sobreestimado también el potencial de resistencia a la restauración del capitalismo en el seno de la propia burocracia dominante. Son elementos importantes, aunque no bastan para poner fin a este debate.

En ese libro hay un capítulo verdaderamente original sobre el sustitucionismo, que tiene un interés particular para los revolucionarios. Porque si bien la ideología sustitucionista es característica de las direcciones de los grandes aparatos burocráticos –que quieren justificar su tendencia constante a actuar en nombre y lugar de las y los asalariados–, también los dirigentes revolucionarios, en determinadas circunstancias, se ven tentados por el sustitucionismo. Ernest Mandel da ejemplos convincentes, no solo de Lenin y Trotsky, sino también ¡de Rosa Luxemburg y de Gramsci! Y muestra que el factor determinante en esta cuestión es el grado de actividad autónoma de la clase obrera y las y los oprimidos. Si este grado es muy bajo, el sustitucionismo de todo tipo (parlamentario, caudillista, terrorista, propagandista…) suele triunfar.

Y Ernest Mandel concluye una vez más que la tarea principal de las y los revolucionarios es hacer todo lo posible para estimular y promover la autoactividad de la clase obrera y de las masas oprimidas en general.

A debatir

La aportación teórica de Ernest Mandel es demasiado rica para ser sometida a un examen crítico en unas pocas líneas. Me voy a limitar a plantear tres interrogantes e invitar a leer mi libro. Una cuestión que tiene que ver con el corazón mismo del marxismo revolucionario es si en el siglo XXI seguiría teniendo actualidad la lucha por la revolución socialista mundial, y si la clase obrera no habría perdido su potencial para dirigir dicho proceso revolucionario. El propio Trotsky expresaba dudas al explicar, por ejemplo, que si la clase obrera soviética se mostrase incapaz de derrocar el poder de la burocracia para restablecer su propio poder de clase, el programa de transición perdería su sentido y debería ser reemplazado por un nuevo programa mínimo para la defensa de los intereses elementales de unas masas reducidas a la esclavitud. ¿Y hoy en día? No se ha demostrado que sea posible la reconstrucción de un movimiento obrero emancipador y revolucionario. Los nuevos impulsos, empezando por el desarrollo del PT en Brasil a comienzos de los años 1980, hasta nueva orden, se han quebrado uno tras otro.

Otra cuestión a discutir se refiere al marxismo de Ernest Mandel, que había sido un marxista abierto y a la vez inclinado hacia ciertas ortodoxias (marxista, leninista, trotskista), con una fuerte búsqueda de coherencia doctrinal de conjunto ligada a la necesidad de salvaguardar y reforzar la coherencia de su propia organización, que no se podía apoyar ni en una patria socialista ni en amplias masas. Su marxismo, en términos filosóficos, su visión del mundo (Weltanschaung), dicho sea de paso, está muy basada en los escritos de popularización de Engels y de Plejanov que más o menos habían inventado la doctrina marxista. Un marxismo prometeico del movimiento obrero clásico ligado a una fuerte creencia en el progreso científico, tecnológico y social y en la potencialidad creadora de la clase obrera, capaz de resolver los problemas más difíciles.

A Ernest Mandel no le gustaba que dijeran de él que solía ser demasiado optimista. Había adquirido una gran confianza en sí mismo al predecir de manera bastante convincente las evoluciones –no todas, pero sí en cierto modo– de los años 1960 y 1970. Estaba siempre a la espera del desarrollo de movimientos de potencial emancipador en cualquier parte del mundo. Su trabajo se parecía al de un cerdo buscando trufas. Las mostraba como presas. A veces sobreestimaba las potencialidades revolucionarias o subestimaba las dificultades.

Ya a los 23 años ponía como modelo a Abraham Leon, que incitaba a sus camaradas a “ver detrás de cada razón para la desesperanza una razón para la esperanza”. ¿Cómo llevar a cabo el combate revolucionario contra el nazismo y la guerra en plena medianoche del siglo XX, y conservar al mismo tiempo su ímpetu humanista, sin una admirable fuerza moral? Sobre esta cuestión se suele aludir a cierto dicho recurrente de Antonio Gramsci.

Para cambiar un poco, voy a concluir citando a Robert Merle que decía de su héroe masculino, el delfinólogo Sevilla: “No era lo bastante ingenuo para pensar que una causa triunfa porque sea justa, pero no podía pagarse el lujo de ser pesimista” (Merle, 1967: 217).

Manuel Kellner es miembro de ISO (Organización Socialista Internacional), sección alemana de la IV Internacional, y redactor de Sozialistische Zeitung (SoZ) en Colonia

Referencias

Achcar, Gilbert (dir.) (1999) Le marxisme d’Ernest Mandel. París: PUF.

Kellner, Manuel (2009) Gegen Kapitalismus und Bürokratie –zur sozialistischen Strategie bei Ernest Mandel. Colonia/Karlsruhe (Tesis doctoral defendida en junio de 2006, Marburg).

Merle, Robert (1967) Un animal doué de raison. París: Éditions Gallimard.

Stutje, Jan Willem (2007) Ernest Mandel. Rebel tussen droom en daad, 1923-1995. Amberes-Gante.

MC

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