Pensamiento Crítico

Prólogo de Néstor Kohan al libro de Gilberto López y Rivas Estudiando la contrainsurgencia de EEUU

Néstor Kohan

Fuente: Kaos en la Red

Las ciencias sociales y sus dilemas

El “espíritu” de una época sombría

Hay libros superficiales que se confeccionan por obligación y disciplinamiento académico, otros que se escriben de apuro y por encargo, algunos más se redactan por razones comerciales para ganar
dinero. A todos ellos, efímeros, se los lleva el viento o la moda del momento. Esos manojos combinados de hojas y tinta sin sentido terminan, invariablemente, en la mesa de saldos o se rematan como papel viejo. En cambio, existe una especie única de libros que marcan una época. Son los que valen y perduran. Logran aprehender y capturar “el espíritu” de un tiempo histórico específico, identifican sus problemas centrales, plantean hipótesis de fondo y por ello mismo inciden en el campo simbólico de la teoría social e incluso trascienden al plano extra-discursivo, modificando a largo plazo la realidad misma y el modo de entenderla. Estudiando la contrainsurgencia de
Estados Unidos. Manuales, mentalidades y uso de la antropología, pertenece precisamente a este último tipo de libros.

A diferencia de tantos papers insulsos, que suelen citar decenas de artículos, pero no tienen nada relevante para aportar ni tampoco nada significativo que decir, Estudiando la contrainsurgencia de Estados Unidos condensa uno de los nudos problemáticos de nuestro tiempo. El militarismo extremo, el creciente fascismo imperante en las relaciones internacionales, el nuevo reparto del mundo y la manipulación de las ciencias sociales que esos procesos presuponen para ser legitimados.

Sin ser voluminosa, esta obra identifica enemigos poderosísimos, con nombre y apellido, y por esa razón muy probablemente generará, en la medida en que se conozca y difunda, no pocas consecuencias políticas.

Debates abiertos y problemas pendientes

Presentarlo implica distinguir problemáticas y temas abordados, articulados, todos, en función de una lógica de razonamiento que culmina con un llamado político de alerta y una apelación ética
dirigida a las ciencias sociales contemporáneas.

(1) En primer lugar, esta obra intenta caracterizar el capitalismo contemporáneo. Tarea nada sencilla, por cierto. Ya desde el vamos comienza la polémica. A la hora de definir las características centrales de la época actual y el tipo de capitalismo que predomina en nuestros días, el autor de hecho impugna las versiones apologéticas de una supuesta globalización “homogénea,
plana, sin asimetrías ni desarrollos desiguales”. Gilberto López y Rivas plantea que el capitalismo de nuestro presente conforma un imperialismo rapaz lanzado sin escrúpulo alguno a una “recolonización del mundo”. Su tesis, arriesgada y precisa, desmonta en la práctica ese lugar común de las academias (financiadas por fundaciones “desinteresadas” como la NED o la USAID) según la cual “en un mundo globalizado, gobernado por la información y el capitalismo cognitivo, Estados Unidos y los países capitalistas más desarrollados ya no necesitan de América Latina, África ni Asia, es decir, del Tercer Mundo”. Esa formulación trillada, repetida hasta el cansancio por especialistas en guerra psicológica, opinólogos del marketing mediático y diletantes varios a sueldo del imperio, se da de bruces con las guerras permanentes contra países periféricos, los bombardeos “humanitarios” contra los llamados “Estados fallidos”, las invasiones político-militares de las sociedades dependientes, los bloqueos económicos y comerciales contra cualquier gobierno desobediente —despectivamente llamado “régimen” por el sólo hecho de no arrodillarse ante las órdenes de las embajadas estadounidenses
o las recetas del FMI y el Banco Mundial— y el saqueo ininterrumpido de los recursos naturales y la biodiversidad del Tercer Mundo. Ese proceso renovado de dominación y apropiación o el intento de llevarlo a cabo por métodos violentos, constituye la manifestación de un “neocolonialismo imperialista”, según el riguroso análisis de Gilberto López y Rivas. Toda una definición.

Al caracterizar de esta manera el capitalismo de nuestros días, diferenciado del capitalismo keynesiano de posguerra y sus pactos sociales del Estado de bienestar (1945 en adelante) y del capitalismo tardío que supiera explicar Ernest Mandel en un libro que hizo historia a comienzos de los años ‘70, López y Rivas sale a la palestra de las ciencias sociales debatiendo implícitamente con los y las partidarias de la teoría “poscolonial”. El colonialismo no resulta  entonces algo encerrado en un pasado remoto ni tiene un carácter exclusivamente “narrativo” (giro lingüístico mediante). No, definitivamente, no. Los proyectos de recolonizar el planeta no se despliegan únicamente en el campo restringido de los discursos y las narrativas. Incluyen también algo “extra-discursivo”: una proliferación incontable de bases militares en territorios extranjeros y más de medio millón de soldados, asentados igualmente más allá de las fronteras del Estado nación norteamericano.

Esas bases militares estadounidenses que riegan todo el planeta combinan, nos explica el antropólogo mexicano, las viejas y desafiantes ciudades fortificadas (bunkers) con alambre de púa e
incluso con bandera estadounidense, escandalosos enclaves que violan la soberanía de otros Estados-naciones, junto con las bases “nenúfares”, pequeñas, flexibles, camufladas, mucho más difíciles de detectar pero no menos letales para los pueblos rebeldes y sus movimientos sociales de la periferia del mundo capitalista. La mundialización neocolonial no relega al museo de antigüedades la cuestión étnico-nacional sino que la pone al rojo vivo.

En ese contexto internacional del capitalismo contemporáneo, la contrainsurgencia se convierte, entonces, en la expresión estratégica, político-militar, pero también comunicacional, mediática, económica y cultural de esa nueva modalidad del imperialismo neocolonialista. Sin imperialismo mundializado y sin neocolonialismo no se entiende la contrainsurgencia contemporánea. Esta última no es un hecho aislado, un “desvío”, un “exceso”, una excepción, una excentricidad anómala de un gobernante “loco” y desquiciado que no respeta las normas jurídicas del estado de derecho, sino el modo de ser del terrorismo de Estado implementado a escala estatal y mundial.

Debate sobre las ciencias sociales y sus usos en la actualidad

Caracterizada entonces nuestra época, sus formaciones económico sociales predominantes, a partir del desarrollo desigual del capitalismo contemporáneo, su estrategia de recolonización y control
social planetario, sus formas de guerras asimétricas y sus programas de inteligencia y contrainsurgencia, Gilberto López y Rivas pasa a problematizar: (2) la segunda gran problemática de este libro. ¿Qué rol juega el conocimiento social en dicho mundo tan sombrío y tétrico, que, por comparación, convertiría en una simple e ingenua pesadilla infantil a las novelas 1984 (de George Orwell), Un mundo feliz (de Aldoux Huxley) o Talón de hierro (de Jack London), entre tantas otras?

Allí, en el dilema perverso a través del cual el imperialismo ha ido crecientemente arrinconando a las ciencias sociales, se juega el plato fuerte de esta obra. Gilberto López y Rivas, sin pelos en la lengua ni empleo alguno de eufemismos diplomáticos, denuncia con nombre y apellido a las autoras y autores de los manuales militares del Pentágono y el (mal) uso que ellos hacen de la antropología como saber funcional al servicio de las invasiones de los tristemente célebres… marines.

Si la antropología convencional nació en sus tiempos de gestación acompañando al viejo colonialismo europeo, estudiando al “otro”, es decir, a los pueblos periféricos, sometidos y conquistados, llamándolos “folk”, “tradicionales”, “primitivos”, haciéndose eco de lo que los colonialistas denominaban “pueblos-niños” y algunos filósofos europeos nombraron como “pueblos sin historia”; los funcionarios a sueldo de la antropología imperial, denunciados y cuestionados por
Gilberto López y Rivas, vuelven a retomar aquel rol bochornoso de sus tiempos iniciales para poner durante los últimos años todo su saber y sus estudios (sobre las creencias, las religiones, los roles, el
parentesco, los usos lingüísticos, las costumbres, el folclore, las mentalidades, etc.) al servicio de la industria de guerra desarrollada por lo que el viejo presidente Eisenhower denominó “el complejo
militar-industrial” norteamericano.

Intentando contrarrestar esta prostitución de la disciplina que se deja comprar y usar por unos sucios billetes, López y Rivas apela a la conciencia social y a los deberes éticos de la comunidad académica
y científica de las ciencias sociales, interpelándola y convocándola a desoír la voz del amo y a no dejarse envolver por el pegajoso abrazo del dinero.

Con este gesto que combina la denuncia y el llamado a ejercer la profesión a partir de la ética, el conocimiento crítico y el compromiso con las clases subalternas y los pueblos oprimidos, Gilberto López y Rivas reactualiza una honrosa y entrañable tradición crítica de ciencia social latinoamericana.

Desde hace por lo menos medio siglo, esta tradición antiimperialista viene denunciando diversos proyectos como el “Camelot” (investigación encomendada en 1964 por el Pentágono, la Armada y el Ministerio de Defensa de EEUU a la American University.

Involucró no menos de 140 profesionales y costó, cada año, 1.500.000 de dólares. Su finalidad era evaluar posibilidades revolucionarias en países subdesarrollados y dependientes); el Proyecto “Agile” ([“Agile” significa “Pronto” o “Listo”], patrocinado en 1967 por el Departamento de Defensa de EEUU para desplegar un programa contrainsurgente en Tailandia, luego extendido a otros países del Tercer Mundo. Costó por año otro millón y medio de dólares y abarcó también la Universidad de Cornell); los proyectos “Spicerack” y “Summit” (ambos vinculados a la Universidad de Pennsylvania durante 1967, destinados, según las denuncias estudiantiles, a explorar el uso de armas químicas y biológicas en las represiones contrainsurgentes, particularmente en Vietnam); el proyecto “Simpático” (patrocinado en Colombia contra la insurgencia por la American University, asociada del Departamento de Defensa de EEUU); el proyecto “Marginalidad” (destinado a indagar las potencialidades económico-políticas futuras, en el campo de la insurgencia, de masas crecientes de la clase trabajadora desocupada expulsada de los mercados laborales en países como Chile, Argentina, etc.), así como también la crítica de la revista “literaria” Mundo Nuevo (entre otras) donde los billetes manchados de sangre provenían de los aparatos de inteligencia del Estado norteamericano.

¿Cómo lo hacían? A través de la mediación de sus “fachadas culturales” (como las denominó en su época el crítico cultural Ángel Rama), instituciones intermedias —fundaciones— que blanqueaban el
dinero sucio y lo ponían en manos de los científicos sociales… que aceptaban ser comprados.

Conviene rescatar del olvido aquellas encendidas denuncias contra los proyectos imperialistas que (mal)usaban a las ciencias sociales en tareas de contrainsurgencia. Esas denuncias fueron realizadas en la década de 1960 y 1970 por los cubanos Roberto Fernández Retamar de la revista Casa de las Américas y los profesores del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana con sus revistas Pensamiento Crítico y Referencias; por el uruguayo Ángel Rama y su revista Marcha; por los argentinos Gregorio Selser, Daniel Goldstein y Daniel Hopen (este último secuestrado-desaparecido en
1976, en tiempos del general Videla); por los mexicanos Pablo González Casanova y John Saxe-Fernández; por el noruego Johan Galtung; por los estadounidenses C.Wright Mills y James Petras entre muchísimos otros y otras.

En aquella época, la más famosa de las instituciones encubridoras del origen sucio del dinero que compraba científicos sociales para ponerlos en tareas de inteligencia y contrainsurgencia era principalmente la Ford Foundation (acompañada por otras menos famosas pero no menos nocivas como la Farfield, la Kaplan, la Rockefeller o la Carnegie) denunciadas en el libro de Frances Stonors
Sounders: La CIA y la guerra fría cultural [2001]).

En los últimos tiempos dicho papel ha sido reemplazado por instituciones supuestamente “humanitarias” como la NED, la USAID y otras de idéntico y sospechoso prontuario. Siempre presentes ante cada golpe de Estado (tradicional o blando y de colores), bombardeo, invasión, bloqueo, etc.

Con la guerra asimétrica de nuestros días, las mediaciones “humanitarias”, las cortinas de humo “democráticas” y las fachadas culturales se van reciclando mientras la antropología imperial, dándole la espalda a las ciencias sociales de orientación crítica, se pone, ya sin demasiadas y tediosas mediaciones ni disimulos, en posición de combate directo. Sus objetos (no de estudio sino de mira y
tiro al blanco) son las organizaciones insurgentes y los movimientos sociales rebeldes, las personalidades disidentes con audiencia e influencia de masas, los espacios organizados de cultura subalterna, así como también las costumbres y religiones de los pueblos y comunidades rebeldes. La antropología devenida instrumento de dominación imperial se convierte entonces en un arma táctica y estratégica en el mismo departamento e idéntico rubro que la inteligencia de combate.

Tanto el Manual de campo de la contrainsurgencia 3-24 (diciembre 2006) [Washington D.C., Department of the Army] como el Manual de campo de fuerzas especiales FM-31-20-3. Tácticas, técnicas y procedimientos de defensa interna para las Fuerzas Especiales en el extranjero (2003) [Washington D.C., Department of the Army], ambos  analizados con lujo de detalles y de forma muy minuciosa por el autor de este libro, son escandalosos y al mismo tiempo muy claros y por demás nítidos. En los dos se apela, con gesto “culturalista” a emplear saberes antropológicos para volver más eficaces las invasiones neocolonialistas y la represión político-militar de cualquier rebeldía social y política de los pueblos invadidos.

El dilema y la interpelación que nos plantea en todo su análisis y en la exposición de su libro el querido maestro Gilberto López y Rivas, con medio siglo de experiencia rebelde en su espalda tanto en el ámbito de la teoría y del ejercicio de la ciencia comprometida como en el terreno de la resistencia política, no dejan margen para la ambigüedad, la indiferencia o la neutralidad.

O la comunidad científica, universitaria, el movimiento estudiantil y los diversos grupos del profesorado y la investigación (es decir, el conjunto de la intelectualidad dedicada a las ciencias
sociales) se dejan comprar poniéndose al servicio del imperialismo o, por el contrario, resisten la cooptación y eligen jugar un rol activo, de resistencia, como intelectualidad orgánica al interior de los
movimientos sociales en lucha.

Muchas gracias Gilberto por tanta claridad: las cartas están echadas sobre la mesa.

Que nadie mire para el costado o se haga el distraído.

Recordemos lo que nos advirtió el 10 de octubre de 1890 en New York (Estados Unidos) el pensador y escritor universal José Martí: el verdadero ser humano no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué
lado está el deber. Que cada quien elija y asuma el papel que le corresponde.

MC

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