Pensamiento Crítico

La izquierda y la cuestión trans (I)

Edurne LH

Fuente: Kaos en la Red

Soy una mujer trans. Hace unos meses “salí del armario”, como se dice popularmente. Me costó sudor y lágrimas. De hecho, me costó 33 años aceptarme a mi misma y dejar de reprimirme. Luego me costó otros 7 años dar el paso y decirle al mundo quién era realmente. Tuve que lidiar con muchas dudas, miedos, vergüenzas e inseguridades. Además, por varias circunstancias me había hecho una persona conocida en varios ámbitos, debido a mi trabajo periodístico y a varios casos represivos que sufrí, lo cuál hacía más difícil dar el paso. ¿Qué pensaría todo mi entorno, acostumbradxs a identificarme como hombre durante años? ¿Sufriría rechazo? ¿Pensarían que “estaba locO”? Mil preguntas y dudas me venían a la cabeza cada vez que pensaba en la posibilidad de dar el paso.

Tras años de estar deconstruyéndome como el hombre que la sociedad me había obligado a ser, y tras años de andar descubriéndome a mí misma, por fin di el paso. Algo en lo que me apoyé era que siempre me he movido en un espectro sociológico de izquierda anticapitalista, y me dije a mi misma que en ese entorno el tema trans estaba más aceptado que en el resto de la sociedad.

El 29 de mayo del 2020 me armé de valor e hice pública mi transición a través de un vídeo. Unos diez días después, el partido de los GAL hizo público un argumentario transfobo donde se negaba la realidad de las personas trans, el documento señalaba principalmente a las mujeres trans y negaba nuestra identidad de mujer. Entonces empezó la guerra.

No es que no hubiera habido polémicas anteriores a este documento, pero entonces aún eran, más o menos, de baja intensidad. Quizás los dos hechos más reseñables anteriores a este argumentario fueron dos: la polémica surgida tras la celebración de la Escuela Feminista Rosario de Acuña en Gijón, en verano de 2019, donde varias de las ponentes (algunas de ellas directamente del PSOE o cercanas ideológicamente a ese partido) dijeron lindezas como “digo tíos, porque son tíos” refiriéndose a las mujeres trans, o que “ser trans es un capricho neoliberal”. El otro hecho reseñable fue el altercado ocurrido durante la manifestación del 8 de marzo de 2020, cuando un grupo de autodenominadas “abolicionistas de la prostitución” tras no haber conseguido imponer sus lemas en la movilización unitaria, trató sin éxito de tomar por asalto el escenario colocado para el acto que ponía fin a la multitudinaria manifestación y posteriormente abucheó a una mujer trans que leía parte del manifiesto.

Pero tras el argumentario transfobo del PSOE, y con el debate sobre la propuesta de nueva ley trans estatal (que llevaba encima de la mesa desde 2018) de fondo, la cosa empezó a subir de tono. No sorprendía que personajes como Ignacio Arsuaga, presidente de la organización ultracatólica Hazte Oír aplaudiera la postura del PSOE al tiempo que decía que les daban la razón sobre el transfobús que la organización ultra puso en funcionamiento en febrero de 2017.

Lo que si sorprendía es que personas y organizaciones de izquierda no institucional empezaban a comprar los argumentos del PSOE. Fue entonces cuando empezaron a cobrar fuerza argumentos reaccionarios que vinculaban a las personas trans con lo neoliberal, con el proxenetismo, con la gestación subrogada, con la misoginia o incluso con la pedofilia.

Hacia unas pocas semanas que había dado el paso de decirle al mundo quién era y no daba crédito a lo que estaba pasando. Llevaba más de 23 años militando en diversos espacios, desde Centros Sociales Okupados, colectivos de barrio, organizaciones políticas, proyectos de contrainformación, plataformas por derechos básicos… y jamás había visto que argumentos tan reaccionarios calaran de tal forma en la izquierda. Sorprendía que gran parte del argumentario era calcado al de organizaciones de extrema derecha, ultracatólicas, etcétera.

La patologización social

Cuando das el paso de decirle al mundo quien eres en realidad, empiezas a notar la transfobia social e institucional desde el minuto cero. Desde bajar a comprar el pan y aguantar las miradas de gran parte de los transeúntes (al final acabas hasta clasificándolas: miradas de desaprobación, de burla, de espanto, de sorpresa…) a acudir a cualquier institución a realizar un trámite y, según con quién des, ser tratada como si fueras “un locO”. Y eso por no hablar de las agresiones físicas, que de momento tengo la suerte de no haber sufrido, aunque es algo que va en aumento en el Estado español (curiosamente han aumentado en paralelo a toda esta polémica).

Cuando hablamos de despatologización y patologización siempre lo hacemos en términos médicos, y es que hay que recordar que fue prácticamente ayer (junio de 2018) cuando la OMS dejó de considerarnos a las personas trans como enfermas mentales, al igual que fue prácticamente antes de ayer (mayo de 1990) cuando dejó de considerar la homosexualidad como enfermedad mental.

Pero pese a que la OMS ya no nos considera enfermas mentales, hay una patologización que no está regida por la OMS ni por términos médicos: la patologización social. Esa que lleva a gran parte de la población a pensar “si es trans muy bien de la cabeza no puede estar”.

Mucha gente se sorprende cuando cuento como, en la ciudad donde vivo, mucha gente que podríamos situar sociológicamente en un entorno de izquierda, anticapitalista, independentista o libertario ha dejado de hablarme desde el preciso momento en que hice pública mi verdadera identidad. También están los que no me han retirado el saludo, pero que antes, cuando me leían como hombre, siempre se paraban a hablar conmigo al cruzarnos por la calle, y hoy te saludan de lejos y se van corriendo, no vaya a ser que “les contagies” y mañana se levanten pensando “no quiero tener esto entre las piernas”.

Es también muy obvio que otras tantas personas que antes consideraba compañeras, han dejado de tomarme en serio por el simple hecho de ser trans. No lo dirán abiertamente, pero el rechazo se nota, y se nota desde el minuto cero.

La izquierda sociológica y la cuestión trans

Desde el momento en que empecé a militar políticamente y a participar en espacios liberados, allá con mis 17 añitos, siempre tuve claro que la izquierda estaba en contra de cualquier discriminación, ya fuera por raza, por clase, por género, sexualidad, etcétera. Fue un punto decisivo para acercarme y empezar a participar en la izquierda, me parecía (y me sigue pareciendo) algo básico y elemental.

Hoy, con el debate sobre la propuesta de ley trans estatal encima de la mesa y toda la guerra que está trayendo, me empiezo a plantear si esto era real. Es alucinante la cantidad de insultos, de cuestionamientos o de faltas de respeto que he tenido que aguantar desde hace 9 meses, cuando di el paso de anunciar públicamente mi condición de mujer trans.

Y sobre todo es alucinante porque muchas de ellas han venido de gente que se autocalifica “de izquierda” o “feminista”. “Machito con falda”, “misóginO”, “travelo”, “engendro”, “estas a favor de los vientres de alquiler”, “eres de la secta queer”, “irracional”, y un largo etcétera. Incluso no han faltado quienes, a raíz de escribir varios artículos sobre la cuestión trans, se han apresurado a decir que “estoy a sueldo de Soros” o del “lobby trans-queer”. ¡Y yo precaria de por vida! ¡Por favor! ¡Díganme donde está el lobby ese para ir a pasarles la factura!

Si ser trans ya es difícil de por sí, con toda la discriminación, cuestionamientos y violencias que aguantamos a diario, con el ruido actual sobre las personas trans ya es como una peli de terror. Estar en medio de esta guerra, en medio de este debate tan polarizado sobre nuestros derechos, en el que las personas trans se han convertido sin quererlo en el centro del debate, donde todo el mundo opina por ellas sin tenerlas en cuenta. A nivel psicológico y sumado a todas las demás opresiones, es una presión inaguantable.

Las falacias del hombre de paja

Los mantras que acompañan estos argumentos transexcluyentes son variados y más falsos que un billete de 17,50. Durante estos meses me los he aprendido de memoria. Son como el sermón de una iglesia. Son ideas que nacen con el único propósito de señalar y difundir odio.

Uno de ellos es el que nos vincula a las personas trans con los vientres de alquiler. Es la falacia del hombre de paja. ¿Porque si la inmensa mayoría de parejas usuarias de vientres de alquiler son cis y hetero, seguidos de lejos por parejas gays y lesbianas, y dejando un ridículo porcentaje de personas trans que optan por la trata reproductiva, se nos carga al colectivo trans con este San Benito? Aunque hay organizaciones, como la FELGTB (cercana al PSOE, mire usted por donde) que sí que se posicionan a favor de esta práctica, la realidad es que hay muchas otras organizaciones que se han manifestado en contra de ella. Quienes vinculan al colectivo trans con ella nunca hablan, por ejemplo, de esta campaña que impulsó parte la comunidad LGTBI+ con el nombre #FELGTBNoEnMiNombre – LGTBI contra la trata reproductiva.

Otro mantra es el de vincularnos al colectivo trans con el proxenetismo., la prostitución, etcétera. En primer lugar, si hay un porcentaje alto de mujeres trans que opta por la prostitución es por consecuencia directa a la discriminación laboral que sufren. En segundo lugar, confundir o equiparar a la prostituta con el proxeneta, como muchas veces se hace, es como confundir o equiparar al obrero con el patrón. Es absurdo. Y, en tercer lugar, ¿Cuántas mujeres trans podrían dejar la prostitución si en la ley se implementasen medidas para acabar con el veto laboral a las personas trans? Me hacen gracia quienes se dicen abolicionistas de la prostitución, pero que con sus acciones (oponiéndose a que haya una ley trans estatal que implemente dichas medidas) perpetúan el que a muchas mujeres trans no les quede más remedio que prostituirse para ganar el sustento. A eso yo le llamo HIPOCRESÍA.

Luego tenemos la receta estrella transexcluyente para infantilizar y ridiculizar a las personas trans: 1º) Háblese de las identidades de las personas trans como un “deseo”, un “capricho”, una “elección” o “algo subjetivo” o “irreal”. 2º) Vincúlese esto con el neoliberalismo, el egoísmo, lo individual, lo insolidario, etcétera… 3º) Trate a las personas trans como si lo fueran porque lo acaban de ver en el catálogo del IKEA. 4º) Añada palabras como “posmo” o “cuir” todo el rato, aunque no vengan a cuento. Quedará usted de superguay y megarrevolucionario.

Lo que hay que entender, es que las personas trans no elegimos ser trans, al igual que una persona hetero o una persona homosexual no eligen su sexualidad. Lo único que podemos elegir es si vivir escondidas o si contarle al mundo quienes somos en realidad. De ser una elección, desde luego que mucha gente trans habría elegido no ser trans ¿Para qué? ¿Para pasar por toda la discriminación que pasamos a diario? ¿Para ser continuamente cuestionadas? ¿Para engrosar la lista de personas trans que se acaban suicidando porque sienten que no encajan en esta sociedad? Para eso, seguro que muchas personas trans preferirían haber estado acorde con el género asignado al nacer. Mucho más fácil. Así que resulta patético hablar del hecho de ser trans en esos términos. No veas tú que “capricho” es vivir en un día a día de discriminación.

Otra falacia de las más nocivas a la par que ridícula, y que además es de las más usadas, es la diferenciación y segregación entre dos términos: transexual y transgénero. En el imaginario transexcluyente, transexual sería la persona trans que habría llevado a cabo los procesos de hormonación y cirugías, y transgénero sería quien no ha llevado a cabo dichos procesos. Por supuesto esto busca separar, el clásico “divide y vencerás”, el crear personas trans “de primera” y personas trans “de segunda”, otorgándole superioridad a las personas que llaman transexuales sobre el resto. Que además es una falsa superioridad, tener claro que al final, a las personas transexcluyentes les importan una mierda los derechos tanto de unas como de otras. En mi opinión, la introducción del término transgénero, es algo que nació en el mundo anglosajón entre otras causas por razones lingüísticas. Pero hay quien se ha apresurado a utilizar esta diferenciación para dividir. Al estilo de “los okupas buenos” vs. “los okupas malos”, los “manifestantes demócratas” vs “los manifestantes violentos” o tantos otros ejemplos. Yo, normalmente no hablo ni de transexual ni de transgénero, hablo de personas trans, pero no tengo nada con que cada unx utilice tal o cual término, siempre y cuando no lo haga con ánimo de separar y crear “niveles” de personas trans.

Siguiendo con los dogmas de fe transexcluyentes está el que dice que el feminismo en masa está en contra de la propuesta de ley trans estatal. Pero la realidad nos demuestra que el manifiesto reaccionario «contra el borrado de las mujeres» recogió 100 firmas de colectivos y 3.000 personas, y eso en 6 meses que dieron la posibilidad de firmarlo. En cambio, el manifiesto feminista por los derechos de las personas trans ha recogido firma de 600 colectivos y 11.000 personas en UNA SEMANA. Este hecho desmonta totalmente esa afirmación. Pese a lo cual, desde posturas transexcluyentes siguen arrogándose el papel de ser la vanguardia del feminismo. Y hasta creen que pueden ir retirando carnet de feministas a quien se muestra a favor de los derechos trans.

Y el mejor de todos, el dogma transexcluyente por antonomasia, es el de “el borrado de las mujeres”. Esta idea bebe de las mismas fuentes reaccionarias de las que tantos ejemplos tenemos en la historia. Véase: “Si dejamos votar a las mujeres los hombres vamos a perder derechos”. “si le damos derechos a los negros los blancos vamos a perder los nuestros” o “si dejamos que los homosexuales se casen será el fin de las familias tradicionales heteros”. Además, de ser verdad esta profecía, que cuenta que al dar derechos a las personas trans las mujeres perderán los suyos y serán “borradas del mapa”, podríamos concluir que ya no existen mujeres en Andalucía, o en Madrid, Valencia, Aragón o en Hego Euskal Herria. Porque en estas comunidades ya funcionan desde hace años leyes autonómicas que legislan en base a la despatologización y la autodeterminación de género. Tampoco existen ya mujeres argentinas, canadienses, maltesas, danesas, portuguesas… y un largo etcétera.

Existen muchas más falacias del hombre de paja. Muchos más mantras y muchas más mentiras dentro de los argumentos transexcluyentes, pero creo que con esto he dado unas pequeñas pinceladas sobre cómo funciona este ideario.

MC

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