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El caso GameStop, síntoma de una época

Esteban Magnani

Fuente: Rebelión

Casi como en una película, desde un foro decidieron pelear contra Wall Street usando sus propias armas, y multiplicaron por veinte el valor de las acciones de GameStop, una empresa con poco futuro. La historia puede hacer tropezar a un par de gigantes pero es, sobre todo, otro síntoma del descontento social hacia una élite que no solo le soltó la mano a cualquier forma de solidaridad social, sino que se desinteresa totalmente por la economía real.

En el libro Q (1999), del colectivo Luther Blisset, se cuentan las históricas batallas de resistencia a la contrarreforma del siglo XVI, protagonizadas por movimientos sociales y religiosos muy radicalizados, al menos desde la perspectiva actual. La obra, contada por un personaje ficcional anabaptista, refleja una etapa de derrotas populares a manos de un sistema social y político que construía el andamiaje de un capitalismo en formación. El protagonista, cansado de las derrotas y las masacres de sus compañeros de lucha, decide atacar el corazón de la bestia: la incipiente burguesía financiera sobre la que se construye un nuevo orden mundial. Su objetivo se cumple, pero no por eso el sistema se vuelve más justo. Del mismo año es Fight Club, la película de David Fincher en la que, en un clima post anarquista bastante “cool”, un grupo de jóvenes pelea contra el sistema dinamitando las oficinas donde se almacenan las deudas de miles de personas.

Anarcoinversionistas vs. Wall Street

Es en la tradición de esas obras que se puede ubicar el repentino interés global por la historia de un foro de Reddit llamado “Wall Street Bets” (Apuestas de Wall Street) a través del cual un grupo de jóvenes se organizó para transformar sus quejas sobre el sistema financiero en un desafio abierto y viralizable hacia sectores de la elite que se consideran inalcanzables para la plebe.

El objetivo era sumarse al juego como colectivo y equilibrar un poco las cosas con los ganadores de siempre, quienes controlan la mesa de la ruleta gracias a millones de dólares, influencia política, medios y… más dólares. En este caso en particular, el medio para enviar el mensaje fue GameStop, una empresa fundada en 1984, dedicada a los videojuegos de consolas y que contaba con más de 5000 locales en el 2020 (1). Con el crecimiento de los juegos descargados directamente desde la red, GameStop parecía condenada a cambiar o extinguirse. En enero de este año la empresa contrató a dos ejecutivos para reconvertirla de alguna manera en un negocio digital acorde a los nuevos tiempos. Sin embargo, algunos fondos de inversión ya habían comenzado a apostar por su quiebra a través de “ir en corto” contra ella; esto significa, resumidamente, que un fondo de inversión pide prestadas acciones de una empresa con futuro sombrío a cambio de un pago, las vende, espera que bajen, las compra nuevamente, las devuelve y se embolsa la diferencia. Cuando los fondos de gran tamaño realizan “cortos” contra una empresa, más que apostar, suelen producir profecías autocumplidas.

El mecanismo se riñe profundamente con la idea del inversor que pone dinero para incrementar su propia riqueza y así multiplica, de alguna manera, lo disponible para todos, algo que según algunos manuales de economía, podría ser el justificativo moral del capitalismo. También la idea de la bolsa como asignador ideal de recursos para mejorar la productividad global queda, como mínimo, en cuestión. Posiblemente por eso las compras “cortas” hayan sido elegidas como actividad a atacar por los jóvenes (y seguramente algunos no tanto) que decidieron apostar en contra de los megafondos de inversión.

La propuesta fue comprar acciones de GameStop y hacer subir la cotización por medio del conocido juego de oferta y demanda. De esta manera, los fondos que apostaron millones de dólares contra GameStop perderían cientos de millones al tener que comprar acciones y devolverlas en los tiempos pautados. La diferencia, para darle más color a la historia, sería embolsada por estos, al menos en principio, pequeños inversores distribuidos por todo el mundo. Muchos de ellos festejaron por las redes mientras aclaraban que el dinero les serviría para pagar deudas o parte de la educación de un familiar, entre otras necesidades a satisfacer típicas de una clase media que se aferra en la pendiente del capitalismo actual. Evidentemente, estos inversores sediciosos no son representativos del proletariado o de los sectores marginales de la periferia, sino más bien de una clase media del primer mundo con algunos fondos disponibles y, algo más frecuente en Estados Unidos, con conocimientos sobre el funcionamiento de la bolsa.

El juego funcionó: el 11 de enero las acciones de GameStop, que valían 20 dólares, treparon un 12% en un solo día. Los inversores, perplejos, trataban de entender qué pasaba con una empresa que seguía dando tantas pérdidas como el día anterior. No tuvieron la respuesta hasta que dejaron de mirar análisis financieros y abrieron sus redes sociales: miles de personas se reían de los fondos que perderían miles de millones de dólares mientras festejaban el ataque de un Robin Hood 2.0 colectivo. El 22 de enero, las acciones treparon otro 51% en un solo día, sumando casi un 2000% desde el comienzo del affaire cuando valía sólo diecisiete dólares. El 23 de enero, Melvin Capital, una empresa que asegura administrar 8.000 millones de dólares, pidió prestados al menos 3.000 millones para recuperarse de las pérdidas y, según dieron a conocer, salir de la posición corta contra GameStop, algo que no todos creyeron cierto.

Para sumar más risas, los anarco-inversionistas comenzaron a comprar acciones de Blockbuster, American Airlines, AMC, Blackberry y hasta minerales como la plata para influir en su cotización. Incluso Elon Musk, el dueño de Tesla y Space X entre otras empresas, se sumó a la celebración por las pérdidas de quienes también habían apostado contra sus emprendimientos. Para sumar a la telenovela, las pequeñas historias se multiplicaron: Steve Cohen, el fundador del fondo de inversión Point72 y comprador del tradicional equipo de beisbol Mets, protestó en las redes por pérdidas equivalentes al 15% de su fondo. En un reciente tuit aseguró que el equipo sufriría a causa de la crisis de la empresa, y las respuestas fueron tantas y tan violentas que el financista decidió abandonar Twitter.

Como era de esperar, comenzaron las represalias. Robin Hood, una plataforma dedicada a pequeños inversores, sacó un comunicado (2) en el que aseguraba haber comenzado a “restringir transacciones para algunas acciones” permitiendo sólo su venta. Muchos de los fondos, los mismos que habían pedido la desregulación para poder ir “en corto” con su dinero, ahora pedían regulaciones, para delicia de las redes en donde todo se amplifica. Políticos de todo el espectro político, desde la demócrata progresista Alexandria Ocasio-Cortez hasta el Republicano conservador Ted Cruz, expresaron su repudio por la intervención ad hoc para proteger a los grandes fondos de las mismas estrategias que suelen aplicar sin obstáculos.

La venganza será terrible

En medio de esta pulseada, el barro mediático comenzó a hacer difícil saber qué de todo lo que circula en el minuto a minuto es verdad. Así aparecieron historias verosímiles sobre otros fondos que aprovecharon el río revuelto para sacar su tajada, y versiones de todo tipo para intimidar a los inversores y hacer bajar nuevamente el precio de las acciones. No se sabe cómo seguirá esta telenovela llena de versiones y contraversiones amplificadas por los dólares en juego. En el corto plazo perderá el que pestañee primero, como le gusta decir a los estadounidenses. Luego, las olas se aplacarán y dejarán claro que GameStop no es solo un campo de disputa financiero sino una empresa de la economía real, lejana a las cifras que se manejan, cuyo futuro no se ve nada promisorio. Algunos, sobre todo los que se metieron prontamente y con las acciones bajas, podrán ganar varias veces lo invertido, mientras que el resto sufrirá las consecuencias de haber llegado tarde al “juego del avión” o una suerte de esquema Ponzi (3), haya sido esa la intención o no.

Lo que es muy difícil de creer es que el capitalismo finalmente cruje bajo la presión de las masas inversoras coordinadas a través de las redes sociales. Por empezar, la experiencia indica que los usos más subversivos de las nuevas herramientas digitales son rápidamente aprendidos y domesticados por los poderosos a fuerza de dinero y tecnología para usarlos en su favor. Lo otro es que, aun si caen algunos fondos de inversión (y no son rescatados, justamente, por ser demasiado grandes para caer, como ya ocurrió), los demás fondos olerán la sangre de los caídos para salir al mercado con renovada furia.

Probablemente lo más interesante del fenómeno es una nueva señal de que crecientes sectores de la población no están nada contentos con las elites. El rencor, como ya era evidente, no viene solo del tercer mundo, de intelectuales de izquierda o de los sectores más marginales de la población del primer mundo. Los jóvenes con cierto nivel educativo y acceso a algunos ahorros, representantes de la clase media, tampoco están contentos con ese 1% que ya abandonó cualquier idea de solidaridad o justicia social que implique un escollo hacia su enriquecimiento personal. Y, por convicción o por necesidad, se organizan de manera colectiva. En estos términos, el caso de GameStop, más allá de cómo termine, es sobre todo un síntoma de una época en la que no existen canales democráticos para la frustración creciente de las mayorías, alimentada por un deterioro de sus condiciones personales y una deuda creciente, mientras otros se enriquecen de manera obscena y lo exhiben en las redes sociales, escudándose en una supuesta meritocracia. Estos amplios sectores, dispersos en múltiples tribus aglutinadas en torno a un foro específico en este caso, pero también a religiones, modos de consumo, reclamos ecológicos o teorías conspiranoicas, buscan incidir en un rumbo global que por distintas razones no los satisface y pierde legitimidad a toda máquina.

Por todo esto, GameStop, más que un desafío serio al sistema, podría terminar como Q, es decir como un testimonio de las luchas contra el sistema que toma múltiples formas, que pueden picotearle de vez en cuando el hígado al poder financiero e inspirar a otras generaciones, pero difícilmente puedan detener un sociometabolismo del capital, por decirlo en términos de István Mészáros, lanzado hacia adelante sin nadie en la cabina de control.

Notas:

1. Fortune, 5/18/2020. https://fortune.com/company/gamestop/fortune500/

2. https://blog.robinhood.com/news/2021/1/28/keeping-customers-informed-through-market-volatility

3. El esquema Ponzi es una operación fraudulenta de inversión que implica el pago de intereses a los inversores de su propio dinero invertido o del dinero de nuevos inversores. Esta estafa consiste en un proceso en el que las ganancias que obtienen los primeros inversionistas son generadas gracias al dinero aportado por ellos mismos o por otros nuevos inversores que caen engañados por las promesas de obtener, en algunos casos, grandes beneficios. El sistema funciona solamente si crece la cantidad de nuevas víctimas.

Esteban Magnani. Escritor y periodista científico.

MC

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