Pensamiento Crítico

Desmintiendo los mitos del liberalismo

Alexander Zevin

Fuente: Sin Permiso

Marx llamó una vez a The Economist “la tribuna de la aristocracia financiera”. Como revista dominante entre los liberales de élite, ha jugado un papel importante en la formación y promoción de la ideología del liberalismo, siguiendo sus cambios y continuidades, desde su fundación en 1843 hasta hoy dia. Alexander Zevin, profesor asistente de historia en la City University of New York y editor de New Left Review, publicó recientemente un nuevo libro, Liberalism at Large: The World According to ‘The Economist, que estudia la historia del liberalismo a través de la mirada de The Economist. Recientemente, en un episodio del podcast de Tribune, A World To Win, Grace Blakeley entrevistó a Zevin para hablar de la historia de la ideología liberal, si esta se encuentra en crisis y hacia dónde se dirige el orden mundial basado en reglas liberales.

Grace Blakeley: ¿Qué es el liberalismo?

Alexander Zevin: Mi libro rechaza algunas ideas sobre lo que es el liberalismo para llegar a una mejor definición. A lo que estoy respondiendo son estas ideas de que el liberalismo comienza en el siglo XVII con John Locke y sus ideas y teorías políticas o con Adam Smith en el siglo XVIII en La riqueza de las naciones y cosas por el estilo.

Sostengo en este libro que el liberalismo en realidad emerge y debe entenderse en el contexto histórico del período posterior a las guerras napoleónicas. Es el momento en Europa, España y luego en Francia, en que la gente se describe a sí misma por primera vez como ‘liberal’. Tenemos que hablar de qué es el liberalismo en virtud de esa autodescripción. Cuando usamos ese momento como punto de partida, vemos muy claramente que se trata de una reacción a varios acontecimientos, uno de los cuales es la eliminación de los viejos regímenes en Europa para que surja una nueva forma de política de clase media.

Por un lado, esta política está en contra del absolutismo, quiere un gobierno responsable, quiere elecciones, al menos en un cierto sentido y para determinadas personas, y quiere derechos constitucionales y cosas así. Pero, por otro lado, los artífices de este nuevo orden social se asustan pronto de las masivas movilizaciones populares. Es en esta suerte de espacio intermedio en que comienza el liberalismo.

También es el momento en que el capitalismo industrial de verdad se pone en marcha. Son las cosas en las que la gente piensa cuando se trata de formar un gobierno limitado, establecer controles y contrapesos y un gobierno responsable, pero también es este fenómeno que solo puede surgir realmente a principios del siglo XIX, cuando los liberales se enfrentan a desafíos como la demanda del voto de la gente común, la expansión del capitalismo y lo que eso significa para la gobernabilidad y la economía.

Desde esa perspectiva, algo así como el argumento de que los neoliberales en la década de 1980 vieron la democracia como un impedimento para la introducción de las políticas económicas que querían es en realidad una tensión que ha sido inherente al liberalismo desde sus inicios: la tensión entre democracia, representación democrática y los intereses del capital. ¿Es eso correcto?

Exactamente. Una de las cosas que se olvidaron durante la Guerra Fría y también hoy en día es la idea de que lo liberal y la democracia van de la mano; que existen cosas llamadas democracias liberales, que vivimos en ellas y que es imposible separar estas dos cosas.

De hecho, históricamente, los liberales no fueron demócratas. Idearon muchas estrategias diferentes para tratar de limitar el voto a aquellos con educación o aquellos que pagaban una cierta cantidad de impuestos sobre la renta o la propiedad, todo tipo de formas ingeniosas de diseñar límites constitucionales a la capacidad de voto de la clase trabajadora, o sea de la chusma.

Lo interesante es que los neoliberales abordan una cuestión (en un nuevo contexto, eso sí) en el que los liberales han pensado desde los albores del liberalismo. En cierto sentido, las democracias ya están bien establecidas en el momento en que voces neoliberales empiezan a tener eco, a principios de la década de 1980, pero hay nuevas formas y nuevos medios a su disposición para tratar de resolver problemas tales como redistribución y las demandas de derechos económicos, las cuales interferirían con el libre funcionamiento del mercado y con el mecanismo de precios, el cual, a su vez, sería fundamental para la libertad individual y el buen funcionamiento del capitalismo.

El título completo de su libro es Liberalism at Large: The World According to the Economist. ¿Por qué estudiar el liberalismo desde la perspectiva de una revista?

Es un proyecto extraño. Una de las razones por las que lo hice fue que quería cuestionar las formas convencionales de hablar sobre el liberalismo. En lugar de mirar el canon (Locke, Mill, Rawls, y otros liberales muy conocidos) me quedó claro que –al mirar una revista que, como en este caso, es fruto de un esfuerzo colectivo, sale cada semana y en realidad ha estado en el centro de los eventos de la actualidad mundial desde hace mucho tiempo, con editores que, aunque anónimos, han ocupado puestos importantes en el Tesoro, en el Ministerio de Relaciones Exteriores, como Primeros Ministros, como Gobernadores del Banco de Inglaterra– podría contar una historia de liberalismo que acomodara el concepto de cambio y transformación.

El liberalismo no siempre ha sido la misma cosa, porque siempre ha respondido a nuevos desafíos, nuevas amenazas, nuevos acontecimientos: The Economist tiene que responder a los eventos todas las semanas durante más de 175 años. Yo he pretendido definir el liberalismo de una manera mucho más flexible y también más contextual.

Pienso que hay algo un poco pesado o aburrido en los libros sobre periódicos, pero este no es un libro aburrido, creo yo. Esto es así porque en realidad no intento hacer una biografía de un periódico de forma convencional. El libro estudia la revista como un núcleo de intercambios e idas y vueltas intelectuales, de ideas, así como el resultado del conjunto de desafíos, crisis, debates que ocurren dentro del periódico y con el periódico y otros pensadores.

En cada capítulo, desde la década de 1840 hasta la actualidad, siempre ubico lo que está sucediendo dentro de The Economist, sus diversas posiciones, frente a pensadores clave a la izquierda o la derecha del liberalismo. En los años 1850-70, es un debate con John Stuart Mill. En los años 20, 30 y 40 del siglo XX, se da un debate con John Maynard Keynes. Mi libro hace cosas poco usuales y más divertidas de lo que podría pensarse, tratándose de una historia de un periódico.

Es muy interesante la forma en que estudias el liberalismo desde la perspectiva de esta revista. Si fueras a estudiar el liberalismo, como yo y muchos otros lo hicimos en nuestros cursos de filosofía política en la universidadse hablaría de Locke y Mill para seguir hasta Rawls y de esta manera verías el desarrollo de este canon del pensamiento liberal.

Pero cuando observas el liberalismo en la práctica, como siempre ocurre con la aplicación de cualquier teoría, es muy diferente de lo que uno se imagina al estudiar el canon ideológico. Tú consideras esta diferencia entre teoría y práctica en el libromirando las tensiones desde diferentes perspectivas y durante un período de tiempo muy largo, usando evidencia excepcionalmente interesante de archivos y un montón de fuentes diferentes. Me preguntaba si podríamos repasar algunos de estos ejemplos de divisiones dentro del liberalismo, entre la práctica y la teoría del liberalismo, siendo el primero, por supuesto, el libre comercio.

En la mitología del liberalismo, se da por supuesto que el libre comercio es lo que distingue el liberalismo de sus competidores ideológicos y que los partidos liberales llevan siglos defendiendo el libre comercio de manera ininterrumpida. Pero hubo mucho más debate entre liberales de lo que se suele pensar sobre cómo debía funcionar el libre comercio, particularmente en el contexto del imperio.

La teoría del libre comercio era supuestamente una teoría de la paz y la buena voluntad: que con mayor intercambio comercial, habría interacciones más pacíficas entre las naciones. Aquí hay una idea que viene de la ilustración: que el comercio refinará los modales y formará la base de unas buenas relaciones entre personas de diferentes culturas y zonas geográficas.

Esta es la teoría de Richard Cobden, uno de los héroes de la Anti-Corn Law League, este famoso grupo que surge en las décadas de 1830 y 40 en Inglaterra en la lucha contra las Corn Laws, que eran mercantilistas y, como tales, mantenían altos los precios de los cereales en Inglaterra tras las guerras napoleónicas. Las clases medias las veían como un vestigio del privilegio aristocrático de la clase terrateniente. Junto con la idea según la cual si derogas las Corn Laws habrá una mayor prosperidad, también tienes la idea de que la derogación acabará con la guerra. Existe la idea de que la guerra es también un vestigio de la clase guerrera aristocrática o de una mentalidad bélica propia del Antiguo Régimen, que es fundamental para la teoría del comercio.

James Wilson, el fundador de The Economist, no es muy conocido, pero es una figura fascinante, que era de origen escocés e hijo de un fabricante textil. También promovió esta idea que acabo de describir. Lo que vemos en la década de 1850 es una división radical entre James Wilson y Richard Cobden y John Bright, la cual no se comprende en su justa dimensión ni en los estudios académicos sobre el libre comercio ni en The Economist. Pero es importantísimo que entendamos la corriente dominante del liberalismo tal y como surge en la década de 1850.

Para la década de 1850, les queda bastante claro a los directores de The Economist que, para que el libre comercio llegue a ser, como ellos esperaban, el sistema dominante de la economía mundial, dependerá de más que de una simple cuestión de comercio. Tienes que obligar a la gente a comerciar libremente, por así decirlo. Hay una serie de conflictos en el siglo XIX, que comienzan con la Guerra de Crimea, y luego se extienden a China con la Guerra del Opio, y luego también el levantamiento y la rebelión de la India, sobre los cuales The Economist toma posiciones que abogan por el uso de la fuerza para “romper renuencias ruinosas” (o “crack the cake of custom” como se decía en inglés) a fin de penetrar en lo que se veía como una “resistencia asiática” al libre comercio y el progreso.

Hay una dimensión moral y económica en el argumento: que esto requerirá el uso de la Royal Navy, el despliegue de tropas y la colaboración con otras potencias, como Francia, para abrir la economía mundial. También ves a James Wilson denunciar a Richard Cobden y John Bright en el Parlamento porque en ese momento él tiene un puesto en el Tesoro, en que crea políticas gubernamentales y obtiene préstamos para luchar en estas guerras. El papel de The Economist en este cambio dentro de Gran Bretaña y la política británica hacia una postura mucho más liberal-imperialista agresiva es uno de los hallazgos del libro.

Otra gran ruptura dentro del liberalismo fue el nacimiento del keynesianismo. El aumento del apoyo a una mayor intervención por parte del estado y el nacimiento de las instituciones de Bretton Woods a nivel internacional se presentaron como dos elementos de una gran transición que dividió el liberalismo y los liberales entre izquierda y derecha, y el declive de los movimientos socialistas reales durante los últimos cuarenta años aproximadamente nos ha dejado con este eje que define izquierda y derecha en función de si se cree o no que el estado debería estar haciendo más o menos.

¿Hasta qué punto es una ruptura el nacimiento del keynesianismo, la política económica keynesiana y lo que a menudo se conoce en el Reino Unido como el consenso de posguerra, con el liberalismo del laissez-faire que vino antes, y cómo lo ve The Economist?

En el libro presento un debate entre Keynes y The Economist, y, al mirar este debate, vemos que Keynes cambia de opinión. Lo vemos discutiendo consigo mismo porque tantos de los valores de The Economist también son suyos. Es estudiante de Alfred Marshall, la figura principal de la economía neoclásica en Gran Bretaña, quien más que nadie creó el estudio de la economía en Gran Bretaña en un sentido científico moderno, en Cambridge. También es estudiante de Walter Layton, quien llega a ser editor de The Economist y trabaja con él en el gobierno durante las dos guerras mundiales. Existe un diálogo personal real entre ellos.

También hay una frase famosa en The Economic Consequences of the Peace (en español, Las consecuencias económicas de la paz), en que Keynes habla sobre el mundo anterior a 1914 y se describe a sí mismo acostado en la cama leyendo sobre los precios de las acciones y sabiendo que la libra en su bolsillo, porque está respaldada por oro, es la misma en todas partes. No se necesita pasaporte para viajar. Tengo la sensación de que esta famosa frase, que es tan evocadora sobre cómo era el mundo eduardiano globalizado antes de que llegara la Primera Guerra Mundial y lo destrozara, en realidad describe a Keynes leyendo The Economist en la cama. The Economist es esa ventana al mundo de las altas finanzas y el capital globalizado en ese período antes de 1914.

En 1925, Gran Bretaña vuelve al patrón oro junto con el dólar estadounidense, y de esta manera impone una dura austeridad deflacionaria mientras que ya había habido austeridad durante varios años hasta ese momento. Después de 1925, The Economist y Keynes inician una lucha de ideas. Keynes comienza a cuestionar muchas de las suposiciones sobre el libre comercio que tenía hasta ese momento y a experimentar con ideas sobre un patrón oro flexible o comercio flexible e ideas sobre tarifas de ingresos y otras cosas por el estilo.

Sin embargo, sostengo que, hasta 1925, pero incluso posteriormente, The Economist y Keynes comparten ciertas suposiciones sobre, en particular, la importancia de la City de Londres para la posición de Gran Bretaña como potencia global en el mundo y la idea de la libra como moneda de reserva importante.

Al contar esta historia, reconozco que, sí, en efecto, hay desacuerdos fundamentales entre The Economist y Keynes, que de hecho son muy agudos a principios de la década de 1930. Keynes comienza a mantener que es necesario algo que podríamos llamar gasto deficitario, algo como crear un cierto nivel de inflación. Aunque muchos editores de The Economist son estudiantes de Keynes a estas alturas y están discutiendo sus ideas, la revista se resiste mucho a sus nuevas posturas, en parte porque temen cómo responderá la City de Londres a la idea de que las decisiones de inversión ya se van a tomar en otro lado. Quería abrir una serie de preguntas, debates, discusiones entre Keynes y la City de Londres y ciertas ideas sobre las finanzas, Gran Bretaña y el mundo.

Aquí también hay una pregunta más amplia sobre el vínculo entre el liberalismo y la economía como tema de estudio académico. Muchos de los primeros liberales eran economistas políticos. Las grandes preguntas que se hacían tenían que ver con el comercio, el interés nacional, las políticas soberanas. Alrededor de los años 60, se produjo el auge del keynesianismo. En los años 60 y 70, también vemos el nacimiento de la economía neoclásica, la síntesis keynesiana, que reúne parte de la economía política temprana y el pensamiento sobre los marginalistas junto con las ideas de Keynes, así como el surgimiento de la microeconomía y el modelado matemático. Ello va de la mano de la transición hacia el neoliberalismo. Estos cambios políticos parecen ir de la mano de los cambios económicas. En su opinión, ¿cuál es el vínculo entre ambos?

Ya que estoy pensando en el liberalismo, en lugar del neo u ordoliberalismo u otra de las variantes que surgen durante estas décadas a medida que la economía mundial cambia y se producen nuevas ideas, veo continuidad donde otros ven rupturas. Con David Edgerton, quien escribió un libro titulado The Rise and Fall of the British Nation, he tenido un intercambio productivo sobre hasta qué punto el año 1945 en realidad supuso un cambio fundamental en la economía política de Gran Bretaña, y hasta qué punto, digamos, el año 1979 fue también un momento crucial. Ciertamente, son rupturas tanto la elección del gobierno laborista en 1945 y los cambios que este hizo al estado de bienestar como luego la elección de Thatcher y la reversión de esas reformas.

Pero hay una gran continuidad del liberalismo durante este periodo. Esto incluye una total falta de reflexión sobre qué consecuencias tiene la City de Londres y el control privado de la función de inversión sobre la economía británica, y el apego a una determinada teoría del libre comercio, tanto dentro de la derecha como de la izquierda del Partido Laborista. A veces, surgen nuevas soluciones y adaptaciones porque el movimiento sindical es fuerte o porque la Segunda Guerra Mundial muestra que el estado puede desempeñar un papel más activo en la economía, y las advertencias de Hayek en Camino de servidumbre parecen un poco exageradas. Pero resulta difícil explicar cómo llegamos a 1979 y Thatcher.

Thatcher no salió de la nada. Ella no anuló una forma de socialdemocracia completamente funcional, libre de crisis y nada contradictoria. Ella aprovechó esas contradicciones. Explotó la desorientación dentro del Partido Laborista entre los socialdemócratas. Tengamos en cuenta que James Callaghan, quien fue líder del Partido Laborista y primer ministro a finales de los 70, ya había adoptado una forma de monetarismo y había aceptado los préstamos de austeridad del FMI.

Creo que esos cambios se dieron de forma más gradual, porque el liberalismo nunca desaparece. La forma de liberalismo que defiende The Economist cambia de muchas maneras a lo largo de la década de 1840 y hasta la década de 1940, pero algunos elementos de esta historia están presentes a lo largo de esas transiciones dentro del estudio de la economía.

Voy a formular esta pregunta de manera intencionadamente simplista.

Este punto sobre continuidad versus ruptura es muy interesante. Podría volver y decir que si ve el liberalismo como la ideología generalmente sostenida por la clase dominante capitalista, que está debatiendo cómo esta ideología debe interpretarse e implementarse en algo como las páginas de The Economist, entonces puede ver muchos de los cambios que se dan en la ideología liberal como respuestas a los cambios materiales que tienen lugar y que requieren innovación dentro de esta ideología para facilitar la acumulación de capital en curso.

Eso podría centrarse demasiado en la base económica, pero ¿hasta qué punto cree que hay algo allí que explica parte de la continuidad, pero también los innegables cambios que hemos visto en la ideología liberal durante los últimos 100 años?

No me parece tan simplista. Como materialista o marxista vulgar, acepto esta idea. Lo que vemos es que a lo mejor los liberales están formulando preguntas similares durante estos dos siglos, pero las respuestas cambian según las circunstancias y el contexto histórico.

¿Qué hacer ante la irrupción de la clase obrera en el escenario político? ¿Cómo limitarla? ¿Restringir el sufragio? ¿Aceptar el sufragio universal, pero limitar lo que pueden hacer los parlamentos? ¿Entregar el control de los intereses y la política monetaria a un banco central para que ese tipo de cuestiones, que son tan fundamentales para la acumulación de capital, no competa a las legislaturas?

Las respuestas a estas preguntas cambian según lo que sea posible en un momento dado. Pero las preguntas son bastante parecidas a lo largo de la historia del liberalismo.

En el libro, subrayo la forma en que cambia el liberalismo, pero no hablo tanto como habría podido sobre ese punto de inflexión en la década de 1980, es decir, de la entrada de, como dijo David Harvey, ‘la larga marcha de los neoliberales a través de las instituciones’. En los años 20 y 30, estos todavía estaban esperando su momento. Para los años 80, su momento había llegado.

En cierto sentido, esa historia es innegablemente cierta. Sin embargo, lo que me interesa es que los periodistas de The Economist no se describen a sí mismos como neoliberales. De hecho, hace poco yo estuve mirando los archivos de la revista y vi que el término ‘neoliberal’ en realidad siempre se pone entre comillas, como un concepto empleado por los izquierdistas latinoamericanos para describir un conjunto de políticas aplicadas en sus países después del golpe de Estado en Chile.

No se considera una descripción fiel de una visión del mundo político-económico, y mucho menos una que adoptaría The Economist. Y esto a pesar del hecho de que, a finales de la década de 1980, The Economist se ve, con razón, como un bastión del pensamiento de libre mercado. Se celebra a Reagan y Thatcher en las páginas de The Economist, donde se realiza una defensa sin fisuras de la globalización. No se lee el término “neoliberal” en el Financial TimesThe Economist u otros periódicos financieros. El FMI no pareció reconocer que esta corriente de pensamiento existía hasta hace relativamente poco.

Ello me hace pensar que, desde el punto de vista de quienes la defendían, esta transición entre liberalismo y neoliberalismo no siempre es tan clara. Muchas de las formas en que se implementa el neoliberalismo como un conjunto de políticas, ya sea de austeridad, desregulación o privatización, surgen a través de personas que se ven a sí mismas como liberales clásicos o incluso liberales de centro izquierda. Esa es la clave para comprender la forma en que se lleva a cabo la transición.

Hoy en día, se está produciendo un cambio en el sentido común económico, ya sea que se observe la reacción contra la austeridad en algunas de las grandes instituciones económicas internacionales o simplemente las políticas económicas más dirigistas que se están implementando en respuesta a la pandemia. Todo esto tiene lugar en respuesta a las necesidades cambiantes del capital.

¿Cree que esto se va a reflejar en otro cambio de la ideología liberal? Si es así, ¿hasta qué punto será este un nuevo cambio o un intento de volver a un modelo más socialdemócrata para intentar reinsertar los mercados en un contexto nacional? Y en cualquier caso, ¿funcionará?

EE. UU., Gran Bretaña y varios otros países han abierto los grifos, han gastado ampliamente a fin de apuntalar la economía durante la pandemia, han hecho más generoso el seguro de desempleo y, en general, han hecho todo tipo de cosas en favor de las empresas para que la economía siga funcionando.

Cuando entró Biden, había una sensación desde el principio de que él iba a implementar políticas más económicamente impresionantes en su amplitud de lo que muchos en la izquierda habían imaginado. Ciertamente, vimos el paquete que extendía el tipo de gasto que Trump ya había implementado, así como algo de ayuda a los estados, de modo que se pudiera evitar algo de la austeridad a nivel estatal que se había dado posterior a la crisis de 2008. (Los estados no pueden tener déficits en los EE. UU., y muchos municipios, como donde estoy en la ciudad de Nueva York, fueron devastados por Covid de una manera muy particular, ya que la economía aquí depende mucho del turismo).

Pero ahora, cuando Biden comienza a enfrentarse a una resistencia real a su agenda dentro del Partido Demócrata, así como por parte de los republicanos, para aumentar las tasas de impuestos corporativos, para implementar realmente un plan de infraestructura en su totalidad, no está claro hasta qué punto va a haber una ruptura.

Sin una resistencia real por parte de sindicatos y la izquierda, me pregunto hasta qué punto el simple hecho de que el estado aumente el gasto público y que se acumulen déficits cuando las tasas de interés son bajas puede de verdad traer un cambio duradero a la economía política. No tengo ninguna respuesta clara al respecto, y las cosas están cambiando muy rápidamente en este momento en respuesta a una crisis sin precedentes.

Hace poco, Cédric Durand escribió muy bien sobre este tema en el New Left Review‘s Sidecar, y formuló algunas preguntas muy interesantes sobre lo que podría significar este momento en que estamos viviendo. El neoliberalismo ya no es la descripción correcta. ¿Qué es? Tengo algo de escepticismo sobre el alcance de esa ruptura, pero en realidad tengo bastante curiosidad por saber lo que piensas tú.

Los puntos que comentaba anteriormente sobre las tensiones entre el liberalismo y la democracia desde sus inicios son muy importantes. Creo que estamos viendo resurgir esta tensión hoy. La visión tradicional de la izquierda sobre por qué un estado capitalista podría simplemente aumentar continuamente su gasto de la manera que hemos visto en algunos estados durante la pandemia habría sido una especie de visión kaletskiana: que va a empoderar a los trabajadores e interrumpir la acumulación de capital en el favor del trabajo, que es un argumento ligeramente diferente dado el ataque contra el movimiento obrero que hemos tenido en los últimos cuarenta años, pero también dado el papel masivo que ya jugaba el estado dentro de la acumulación de capital.

La gran mentira del neoliberalismo, que se ha desvelado muchas veces, es que iba de la mano de la contracción del estado, que por supuesto no fue así. Simplemente implicó una reorientación del estado y un cambio hacia el establecimiento de las reglas del juego, hacia aumentos masivos en la regulación, particularmente la regulación en el sector financiero, que era necesaria para apuntalar esa gran burbuja que vimos. No era menos estado, sino un tipo diferente de estado. Fue la erosión del poder de los trabajadores y el uso del estado para impulsar el poder del capital.

Pero eso también se asoció con que el estado era más visible y participada en muchos más ámbitos de la vida. Creo que el desafío actual no es necesariamente que, si gastas más dinero, habrá más empleo, inclinando la balanza a favor del trabajo. El desafío actual es que un estado que está haciendo muchas cosas tiene que justificar por qué está haciendo algunas cosas y no otras. Tiene que ser capaz de justificar eso ante una población que, especialmente en los lugares donde el neoliberalismo ha llegado más lejos, es cada vez más insegura, precaria, mal pagada y obligada a arreglárselas con pésimos servicios públicos. Mientras que la gente de a pie experimenta todo esto, también observamos demostraciones masivas y muy abiertas del poder del capital con respecto al estado, ya sea que estén consiguiendo enormes recortes de impuestos, subsidios o lo que sea.

El desafío de hoy, y la cuerda floja por la que caminan muchos políticos liberales, es entre poder satisfacer las necesidades del capital y usar el estado para satisfacer las necesidades del capital, pero al mismo tiempo tener que decir que el papel del estado debe tener límites. Si estamos en un sistema democrático, ellos tienen que convencer a la gente de que hay ciertas cosas que el pueblo no puede pedir. Por ejemplo, no se puede pedir que se anulen las privatizaciones, o que se deroguen las leyes antisindicales, o que saquen del mecanismo del mercado algunas de las cosas que este necesita para sobrevivir, o que se construya más vivienda públicaTodo esto señala las dificultades que tendrán los liberales a la hora de legitimar el sistema a partir de ahora.

Para la izquierda, lo importante va a ser preguntar cómo afirmamos la democracia y nuestro derecho a decir “no”, cómo podemos realmente pedir estas cosas, pedir, exigir y hacer campaña por estas cosas. Todo lo cual nos trae nuevamente a la tensión entre liberalismo y democracia.

Parece que hubo un momento durante la pandemia en que, de una manera muy clara, surgieron preguntas sobre la equidad, la justicia y quién obtiene qué. Para la izquierda, se trata de extender ese ámbito de politización en torno a cuestiones de quién hace qué trabajo, qué formas de compensación reciben, cómo se clasifican, quién es esencial y también el asunto de cómo se deciden estas cuestiones y quién las decide.

Para el liberalismo, podría decirse que, a largo plazo, un desafío mayor que el Covid es el ascenso de China. Por el momento, estamos viendo a Biden intentar construir un eje anti-China. Podría decirse que muchas de sus concesiones en términos de aceptar, por fin, que tiene que trabajar con Europa para tomar medidas drásticas contra la evasión fiscal, principalmente por parte de los gigantes tecnológicos de EE. UU., tiene como objetivo alentar a los países europeos a resistir de forma más agresiva el ascenso de China.

¿Cuáles serán las consecuencias para lo que algunos llaman el orden mundial basado en reglas liberales? Claramente, esta no fue una crisis que comenzó y terminó con Trump. Es algo mucho más estructural. ¿Cómo van a reaccionar y responder los liberales?

Está claro que aquello de ‘America First’ que oíamos bajo Trump y la manera en que este empleaba una retórica que hacía pensar en una nueva Guerra Fría con China ya existían bajo Obama. Si miramos lo que Biden ha hecho hasta ahora y escuchamos la increíble entrevista que dio Hillary Clinton, en que habló sobre el ascenso de China y los medios de producción, mientras Trump la utilizó de manera muy efectiva como una herramienta retórica y de movilización ante sus votantes, está claro que Biden está haciendo lo mismo.

Varias de las medidas de estímulo se expresan en el lenguaje de la necesidad de competir con China: trasladar a suelo nacional la producción de semiconductores, impedir que los fabricantes chinos se apropien de esta tecnología, proteger la propiedad intelectual, formar una mano de obra que pueda volver a capacitarse y ser competitiva en industrias de mayor valor, etc. Todo este lenguaje sobre la industria en los EE. UU., su declive y su reactivación están codificados en una retórica anti-china que parece venir de una hoja de ruta distribuida a los demócratas en el Senado, el Congreso y la Casa Blanca.

Veo eso como algo que está aquí para quedarse, y no lo veo como algo positivo, a diferencia de algunos de la izquierda, que podrían pensar que es una forma inteligente de lograr objetivos progresistas. En realidad, lo veo como bastante característico de la manera en que el liberalismo puede lograr y, en efecto, logra sacar partido del nacionalismo. El liberalismo no siempre ha sido una doctrina de cosmopolitas desarraigados. A menudo ha echado mano del nacionalismo para conseguir sus fines o para alcanzar el poder.

Pensando en el caso británico, abundaban los imperialistas en el Partido Liberal a principios del siglo XX. Hicieron hincapié en esta idea de eficiencia después de la Segunda Guerra de los Bóers. La clase trabajadora que fue y peleó en esa guerra estaba desnutrida, se consideraba demasiado baja de estatura, etc. Hubo todo tipo de quejas sobre el “linaje racial” del pueblo británico, lo que dio lugar a una serie de elementos de legislación social progresista que buscaban garantizar que se realizaran controles médicos en la escuela o que se distribuyeran alimentos y leche.

Este es solo un ejemplo para hablar sobre la forma en que la idea de eficiencia y la idea de imperio pueden ser un acicate dentro del liberalismo hacia una legislación social más progresista en casa. Este tipo de estrategias contra el caso del ascenso de China parece bastante consistente con, por un lado, el fin de lograr una reforma social y, por el otro, el de intensificar un proyecto imperial. Y en lugar de que los dos estén separados, en la historia del liberalismo, a menudo van de la mano.

No hay razón alguna para aceptar esta idea hipócrita de parte de Occidente, que es el contrincante más fuerte. Otra cuestión importante a considerar en estas discusiones sobre política exterior es quién es más poderoso y quién tiene más que ganar con este moralismo en torno a la idea de democracia y derechos humanos. Desde Carter, y tal vez incluso desde antes, la respuesta es Estados Unidos. Para más ejemplos, podríamos hablar de cómo esta idea se usa en otros contextos: Irán, que se halla completamente rodeado por bases militares estadounidenses, Corea del Norte, China y Cuba.

Cuba, pese a un embargo económico, ya creó dos vacunas gracias a un sector de biotecnología que es uno de los más fuertes del mundo, a apenas noventa millas de la costa de Florida. Pero les ha sido imposible conseguir las jeringas y el equipo técnico que necesitan. Es un crimen y no tiene nada que ver con las cualidades morales de ese régimen.

La cuestión de la política exterior y el imperialismo liberal es fundamental para comprender toda la orientación de la izquierda. Una de las cosas tan refrescantes de Corbyn fue que representó una verdadera ruptura con un Partido Laborista que siempre había sido bastante nacionalista en su perspectiva. Por supuesto, esa fue una de las cosas menos aceptables para sus correligionarios y ​​una de las razones por las que la derecha laborista hizo todo lo posible para tumbarlo.

Finalmente, ¿por qué la izquierda no tiene su The Economist – y podemos cambiar esta realidad?

Al leer The Economist y sus archivos, queda bastante claro que la izquierda siempre se ha estado interesado por él. Marx leía The Economist en la British Library en las décadas de 1840 y 50 para intentar comprender por qué las revoluciones de 1848 habían fracasado. En su opinión, se debió en parte a la mejora de las condiciones económicas, lo cual confirmó por medio de su estudio de los precios, las citas y los índices en The Economist. Isaac Deutscher, el gran biógrafo de Trotsky e historiador de la Revolución rusa, en realidad escribió para The Economist y fue corresponsal durante la Segunda Guerra Mundial sobre lo que estaba sucediendo en Europa del Este y Rusia.

La izquierda siempre ha mirado The Economist con cierta fascinación, así que me veo a mí mismo como parte de esa tradición que la ve como tribuna de una clase dominante liberal, de una aristocracia financiera —así la llamó Marx, ‘la tribuna de la aristocracia de las finanzas’— para comprender la orientación política de estos líderes y mercados y cómo cambian y se desplazan.

The Economist cumple una función particular para una clase dominante global. Siempre ha tenido una orientación internacional y siempre se ha enviado al exterior a Buenos Aires, a París, a todo tipo de ciudades del mundo interesadas en el comercio y la inversión de capital extranjero. Estructuralmente, la izquierda, que es esencialmente opositora, no hegemónica e intenta crear una nueva modalidad política, no podría haber creado de manera orgánica nada parecido a The Economist porque no exigir cuentas al capital como lo hace esta revista. Tal vez sea un objetivo de la izquierda ser tan comprehensiva y totalizadora como The Economist al informar sobre la actualidad del mundo entero, al pensar en las formas en que la política interna y la política exterior están conectadas, y al ser muy inteligente y clara en las formas en que el surgimiento de los nuevos movimientos políticos de izquierda en algún lugar como México o Brasil no solo va a desafiar a los capitalistas nacionales, sino a los capitalistas internacionales.

No tengo una respuesta a la pregunta de por qué la izquierda no tiene nada como The Economist, pero a mí me parece que tiene que ver con una verdad estructural sobre la forma en que funciona la izquierda insurgente y la clase dominante. Al leer The Economist, la izquierda ha encontrado una herramienta para comprender el capital de manera clara. David Singer, un periodista de izquierda que antes trabajó para The Economist, llegó a decir: “en The Economist uno escucha a la clase dominante hablar consigo misma y se da cuenta de que lo hace con bastante claridad”. Quizás la pregunta no sea exactamente por qué la izquierda no tiene su propia versión de The Economist, sino cómo la izquierda, al leer The Economist y tomarse en serio tanto la revista como la visión del mundo que esta defiende, puede hacerse más fuerte y ganar cierta aceptación en este mundo que quieren derrocar.

MC

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