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La amenaza existencial real es el sobrecalentamiento del planeta

Michael T. Klare

Fuente: Kaos en la Red

En los últimos meses, Washington ha tenido mucho que decir sobre el poder de misiles, naval y aéreo cada vez mayor de China. Pero cuando los oficiales del Pentágono abordan el tema, suelen hablar menos sobre las capacidades actuales del país, que siguen siendo enormemente inferiores a las de Estados Unidos, que del mundo que vislumbran en 2030 o 2040, cuando se espera que Pekín haya adquirido armamento mucho más sofisticado.

«China ha invertido mucho en nuevas tecnologías, con la intención declarada de completar la modernización de sus fuerzas para 2035 y de contar con un ‘ejército de categoría mundial’ para 2049», declaró en junio el secretario de Defensa, Lloyd Austin. Estados Unidos, aseguró ante el Comité de Servicios Armados del Senado, sigue poseyendo «la mejor fuerza de combate conjunta de la Tierra». Pero sólo con un gasto adicional de miles de millones de dólares al año –añadió– puede este país esperar «superar» los avances proyectados por China para las próximas décadas.

Casualmente, sin embargo, este razonamiento tiene un fallo importante. De hecho, considérese esto como una garantía: en 2049, los militares chinos (o lo que quede de ellos) estarán tan ocupados lidiando con un mundo ardiente, inundado y agitado por el cambio climático –que amenaza la propia supervivencia del país– que apenas tendrán capacidad, y menos aún voluntad, para iniciar una guerra con Estados Unidos o cualquiera de sus aliados.

Es normal, por supuesto, que los oficiales militares estadounidenses se centren en las medidas estándar de poder militar cuando se habla de la supuesta amenaza china, incluyendo el aumento de los presupuestos militares, las armadas más grandes, y similares. Estas cifras se extrapolan años después a un momento imaginario en el que, según estas medidas habituales, Pekín podría superar a Washington. No obstante, ninguna de estas evaluaciones tiene en cuenta el impacto del cambio climático en la seguridad de China. En realidad, a medida que la temperatura global aumente, el país se verá asolado por los graves efectos de la interminable emergencia climática y se verá obligado a desplegar todos los instrumentos de gobierno, incluido el Ejército Popular de Liberación (EPL), para defender a la nación de inundaciones, hambrunas, sequías, incendios forestales, tormentas de arena y océanos cada vez más desastrosos. China no estará sola en esto. Los efectos cada vez más graves de la crisis climática ya están obligando a los gobiernos a destinar fuerzas militares y paramilitares a la lucha contra los incendios, la prevención de inundaciones, la ayuda a las catástrofes, el reasentamiento de la población y, a veces, el simple mantenimiento de las funciones gubernamentales básicas. De hecho, durante este verano de fenómenos climáticos extremos, las fuerzas militares de muchos países, como ArgeliaAlemaniaGrecia,RusiaTurquía y –sí– Estados Unidos, se han visto involucradas en este tipo de actividades, al igual que el Ejército Popular de Liberación.

Hay que contar con una cosa: eso es sólo el comienzo. Según un reciente informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU, los fenómenos climáticos extremos, que se producen con una frecuencia cada vez más aterradora, serán cada vez más destructivos y devastadores para las sociedades de todo el mundo, lo que, a su vez, hará que las fuerzas militares de casi todo el mundo tengan que desempeñar un papel cada vez más importante a la hora de enfrentar los desastres relacionados con el clima. «Si el calentamiento global aumenta –señala el informe– habrá una mayor probabilidad de que se produzcan fenómenos [climáticos extremos] con intensidades, duraciones y/o extensiones espaciales mayores, sin precedentes en los registros de observación». En otras palabras, lo que hemos presenciado en el verano de 2021, por devastador que pueda parecer ahora, se magnificará muchas veces en las próximas décadas. Y China, un gran país con múltiples vulnerabilidades climáticas, claramente necesitará más ayuda que la mayoría.

El precedente de Zhengzhou

Para comprender la gravedad de la crisis climática a la que se enfrentará China, basta con ver la reciente inundación de Zhengzhou, una ciudad de 6,7 millones de habitantes y capital de la provincia de Henan. En un periodo de 72 horas, entre el 20 y el 22 de julio, Zhengzhou fue inundada con lo que, en otro tiempo, habría sido un año normal de lluvias. El resultado –y esto es como ver el futuro de China en acto– fue una inundación a una escala sin precedentes y, bajo el peso de esa agua, el colapso de la infraestructura local. Al menos 100 personas murieron en la propia Zhengzhou –entre ellas 14 que quedaron atrapadas en un túnel del metro que se inundó hasta el techo– y otras 200 en pueblos y ciudades de los alrededores. Además de los daños generalizados en puentes, carreteras y túneles, se inundaron unos 2,6 millones de acres de tierras de cultivo y dañaron importantes cosechas.

En respuesta, el presidente Xi Jinping llamó a una movilización de todo el gobierno para ayudar a las víctimas de las inundaciones y proteger las infraestructuras vitales. «Xi pidió a los funcionarios y a los miembros del Partido de todo nivel que asumieran sus responsabilidades y fueran a la primera línea para orientar los trabajos de control de las inundaciones», según la cadena de televisión gubernamental CGTN. «Las tropas del Ejército Popular de Liberación de China y de las fuerzas armadas de la policía deben coordinar activamente las labores locales de rescate y socorro», dijo Xi a los altos funcionarios.

El EPL respondió con celeridad. Ya el 21 de julio, según el diario gubernamental China Daily, más de 3.000 oficiales, soldados y milicianos del Comando del Teatro Central del EPL habían sido desplegados en Zhengzhou y sus alrededores para ayudar en la catástrofe. Entre los enviados había una brigada de paracaidistas de la Fuerza Aérea del EPL asignada para reforzar dos peligrosas rupturas de presas a lo largo del río Jialu en la zona de Kaifeng. Según el China Daily, la brigada construyó un muro de sacos de arena de una milla de largo y un metro de alto para reforzar la presa. A estas unidades pronto se sumaron otras, y finalmente unos 46.000 soldados del EPL y de la Policía Armada del Pueblo fueron desplegados en Henan para ayudar en las tareas de socorro, junto con 61.000 milicianos. Es significativo que entre ellos había al menos varios centenares de efectivos de las Fuerzas de Cohetes del EPL, la rama militar responsable de mantener y disparar los misiles balísticos intercontinentales de China, o ICBM.

El desastre de Zhengzhou fue importante en muchos sentidos. Para empezar, demostró la capacidad del calentamiento global para dañar gravemente a una ciudad moderna prácticamente de la noche a la mañana y sin previo aviso. Al igual que las devastadoras lluvias torrenciales que saturaron los ríos de Alemania, Bélgica y los Países Bajos dos semanas antes, el aguacero de Henan fue causado en parte por la mayor capacidad de la atmósfera de calentamiento para absorber la humedad y permanecer en un lugar, descargando toda el agua almacenada en una cascada gigantesca. Este tipo de eventos se considera ahora un resultado distintivo del cambio climático, pero su momento y ubicación rara vez pueden predecirse. Por eso, aunque los funcionarios meteorológicos chinos advirtieron de un episodio de fuertes lluvias en Henan, nadie imaginó su intensidad y no se tomaron precauciones para evitar sus consecuencias extremas.

Ominosamente, ese acontecimiento también puso de manifiesto importantes defectos en el diseño y la construcción de las numerosas «nuevas ciudades» de China, que han surgido en los últimos años a medida que el Partido Comunista Chino (PCC) ha trabajado para reubicar a los empobrecidos trabajadores rurales en metrópolis modernas y altamente industrializadas. Normalmente, estos centros urbanos –el país cuenta ahora con 91 ciudades con más de un millón de habitantes– resultan ser vastos conglomerados de autopistas, fábricas, centros comerciales, torres de oficinas y edificios de apartamentos de gran altura. Durante su construcción, gran parte del paisaje original queda cubierto de asfalto y hormigón. En consecuencia, cuando se producen fuertes derrumbes, quedan pocos arroyos o riachuelos para que la escorrentía resultante drene y, como resultado, cualquier túnel, metro o autopista de baja altura que se encuentre cerca suele inundarse, amenazando la vida humana de forma devastadora.

Las inundaciones de Henan también pusieron de manifiesto otra amenaza relacionada con el clima para la seguridad futura de China: la vulnerabilidad de muchas de las presas y embalses del país ante las fuertes lluvias y el desbordamiento de los ríos. Las zonas bajas del este de China, donde se concentra la mayor parte de su población, siempre han sufrido inundaciones e, históricamente, una dinastía tras otra –la más reciente es la del PCC– ha tenido que construir presas y diques para controlar los sistemas fluviales. Muchos de ellos no se han mantenido de forma adecuada y no fueron diseñados para el tipo de eventos extremos que se experimentan ahora. Durante las inundaciones de Henan en julio, por ejemplo, el embalse de Changzhuang, de 61 años de antigüedad, cerca de Zhengzhou, se llenó hasta alcanzar niveles peligrosos y estuvo a punto de derrumbarse, lo que habría provocado una segunda catástrofe en esa ciudad. De hecho, otras presas de los alrededores se derrumbaron, provocando daños generalizados en las cosechas. Al menos una parte de las fuerzas del EPL que acudieron a Henan se dedicaron a construir muros de sacos de arena para reparar las roturas de las presas en el río Jialu.

El peligroso futuro climático de China

La inundación de Zhengzhou no fue sino un incidente aislado, que consumió la atención de los dirigentes chinos durante un momento relativamente breve. Pero también fue un presagio inequívoco de lo que China –ahora el mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo– va a sufrir con una frecuencia cada vez mayor a medida que aumenten las temperaturas globales. Será especialmente vulnerable a los graves impactos del cambio climático. Esto, a su vez, significa que el gobierno central tendrá que dedicar recursos estatales a una escala aún inimaginable a acciones de emergencia como las presenciadas en Zhengzhou, una y otra vez, hasta que se conviertan en eventos sin interrupción por buen comportamiento.

En las próximas décadas, todas las naciones se verán, por supuesto, asoladas por los efectos extremos del calentamiento global. Pero debido a su geografía y topografía, China corre un riesgo especial. Muchas de sus mayores ciudades y zonas industriales más productivas, como por ejemplo Guangzhou, Shanghái, Shenzhen y Tianjin, están situadas en zonas costeras bajas a lo largo del océano Pacífico, por lo que estarán expuestas a tifones cada vez más graves, inundaciones costeras y aumento del nivel del mar. Según un informe del Banco Mundial de 2013, Guangzhou, situada en el delta del río Perla, cerca de Hong Kong, es la ciudad que corre el mayor riesgo de sufrir daños, desde el punto de vista económico, por la subida del nivel del mar y las inundaciones asociadas; su vecina Shenzhen es la décima ciudad con mayor riesgo.

Otras partes de China se enfrentan a amenazas igualmente desalentadoras del cambio climático. Las regiones centrales del país, densamente pobladas, con grandes ciudades como Wuhan y Zhengzhou, así como sus vitales zonas agrícolas, están atravesadas por una enorme red de ríos y canales que a menudo se inundan tras las fuertes lluvias. Gran parte del oeste y el noroeste de China están cubiertos por el desierto, y una combinación de deforestación y disminución de las lluvias allí ha dado lugar a una mayor propagación de dicha desertificación. Del mismo modo, un estudio realizado en 2018 sugirió que la muy poblada llanura del norte de China podría convertirse en el lugar más mortífero de la Tierra en cuanto a olas de calor devastadoras para finales de siglo y, para entonces, podría resultar inhabitable; hablamos, pues, de futuros desastres casi inimaginables. Los distintos riesgos climáticos de China se pusieron de manifiesto en el nuevo informe del IPCC, «Cambio Climático 2021». Entre sus conclusiones más preocupantes figuran:

  • El aumento del nivel del mar a lo largo de las costas chinas se está produciendo a un ritmo más rápido que la media mundial, con la consiguiente pérdida de superficie costera y el retroceso del litoral.
  • El número de tifones cada vez más potentes y destructivos que azotan China está destinado a aumentar.
  • Las fuertes precipitaciones y las inundaciones asociadas serán más frecuentes y generalizadas.
  • Las sequías prolongadas serán más frecuentes, especialmente en el norte y el oeste de China.
  • Las olas de calor extremas serán más frecuentes y durarán más tiempo.

Estas realidades tan arrolladoras darán lugar a inundaciones urbanas masivas, inundaciones costeras generalizadas, colapso de presas e infraestructuras, incendios forestales cada vez más graves, pérdida de cosechas desastrosas y la posibilidad cada vez mayor de una hambruna general. Todo esto, a su vez, podría provocar disturbios cívicos, trastornos económicos, movimientos incontrolados de población e incluso conflictos interregionales (especialmente si el agua y otros recursos vitales de una zona del país se desvían a otros por motivos políticos). Todo esto, a su vez, pondrá a prueba la capacidad de respuesta y la durabilidad del gobierno central de Pekín.

Enfrentarse a la creciente furia del calentamiento global

Los estadounidenses tendemos a suponer que los dirigentes chinos se pasan todo el tiempo pensando en cómo alcanzar y superar a Estados Unidos como superpotencia mundial. En verdad, la mayor prioridad del Partido Comunista es simplemente permanecer en el poder, y durante el último cuarto de siglo eso ha significado mantener un crecimiento económico suficiente cada año para asegurar la lealtad (o al menos la aquiescencia) de una mayoría de la población. Cualquier cosa que pueda amenazar el crecimiento o poner en peligro el bienestar de la clase media urbana –pensemos en los desastres relacionados con el clima– se considera una amenaza vital para la supervivencia del PCC.

Esto fue evidente en Zhengzhou. Según informaron algunos periodistas extranjeros, inmediatamente después de las inundaciones los residentes empezaron a criticar a los funcionarios del gobierno local por no haber avisado adecuadamente de la inminente catástrofe y por no haber tomado las medidas de precaución necesarias. La maquinaria de censura del PCC silenció rápidamente esas voces, mientras que los agentes de los medios de comunicación progubernamentales persiguieron a los periodistas extranjeros por difundir esas quejas. Asimismo, las agencias de noticias gubernamentales alabaron al presidente Xi por haber tomado el mando personal de las tareas de socorro y por haber ordenado una respuesta de «todo el gobierno», incluyendo el despliegue de esas fuerzas del EPL.

Sin embargo, el hecho de que Xi sintiera la necesidad de intervenir envía un mensaje. Con la garantía de que las catástrofes urbanas serán cada vez más frecuentes y causarán daños a los residentes de la clase media, los dirigentes del país creen que deben demostrar su vigor e ingenio, para que no desaparezca su aura de competencia y, por tanto, su mandato para gobernar. En otras palabras, cada vez que China sufra una catástrofe de este tipo, el gobierno central estará preparado para asumir el liderazgo de las tareas de socorro y enviar al EPL a supervisarlas.

No cabe duda de que los altos cargos del EPL son plenamente conscientes de las amenazas climáticas a la seguridad de China y del papel cada vez más importante que se verán obligados a desempeñar para hacerles frente. Sin embargo, la edición más reciente del «libro blanco» de defensa de China, publicado en 2019, ni siquiera mencionó el cambio climático como una amenaza para la seguridad de la nación. Tampoco lo hizo su equivalente estadounidense más cercano, la Estrategia de Defensa Nacional del Pentágono de 2018, a pesar de que los altos mandos de este país eran muy conscientes de esos peligros crecientes, e incluso estaban fascinados por ellos.

Los mandos militares estadounidenses, que han tenido que realizar operaciones de ayuda de emergencia en respuesta a una serie de huracanes cada vez más graves en los últimos años, están íntimamente familiarizados con el impacto potencialmente devastador del calentamiento global en Estados Unidos. Los gigantescos incendios forestales que todavía se están produciendo en el oeste de Estados Unidos no han hecho más que reforzar este conocimiento. Al igual que sus homólogos en China, reconocen que las fuerzas armadas se verán obligadas a desempeñar un papel cada vez más importante en la defensa del país, no de misiles enemigos u otras fuerzas, sino de la creciente furia del calentamiento global.

En este mismo momento, el Departamento de Defensa está preparando una nueva edición de su Estrategia de Defensa Nacional y esta vez el cambio climático será finalmente identificado oficialmente como una amenaza importante para la seguridad estadounidense. En una orden ejecutiva firmada el 27 de enero, su primer día completo en el cargo, el presidente Joe Biden ordenó al secretario de Defensa que «considerara los riesgos del cambio climático» en esa nueva edición.

No cabe duda de que la cúpula militar china traducirá esa nueva Estrategia de Defensa Nacional en cuanto se publique, probablemente a finales de este año. Después de todo, gran parte de ella se centrará en el tipo de movimientos militares de Estados Unidos para contrarrestar el ascenso de China en Asia que han sido enfatizados tanto por las administraciones de Trump como de Biden. Pero será interesante ver qué hacen con el lenguaje sobre el cambio climático y si un lenguaje similar comienza a aparecer en los documentos militares chinos.

Este es mi sueño: que los líderes militares estadounidenses y chinos –comprometidos, al fin y al cabo, a «defender» a los dos principales productores de gases de efecto invernadero– reconozcan conjuntamente la amenaza climática primordial para la seguridad nacional e internacional y anuncien esfuerzos comunes para mitigarla mediante avances en la tecnología energética, de transporte y de materiales.

De una manera u otra, sin embargo, podemos estar razonablemente seguros de una cosa: como el término deja muy claro, el viejo formato de la Guerra Fría para la política militar ya no se sostiene, no en un planeta tan sobrecalentado. En consecuencia, cabe esperar que en 2049 los soldados chinos pasen mucho más tiempo llenando sacos de arena para defender la costa de su país de la subida del nivel del mar que manejando armamento para luchar contra los soldados estadounidenses.

Michael T. Klare es profesor de estudios sobre paz y seguridad mundiales en el Hampshire College. Su libro mas reciente es “The Race for What’s Left”.

Traducción: Roberto Álava

MC

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