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No lo llames “cerco”: Washington tensa el lazo alrededor de China

MICHAEL T. KLARE

Fuente: Viento Sur

La palabra cerco no aparece en la Ley de Autorización de la Defensa Nacional (NDAA) de 2022, ratificada por el presidente Joe Biden el 27 de diciembre, ni en otras declaraciones recientes del gobierno sobre su política exterior y militar. Tampoco figura ese clásico término de la guerra fría que era contención. No obstante, los máximos dirigentes de EE UU han consensuado una estrategia encaminada a cercar y contener a la nueva gran potencia, China, a base de alianzas militares hostiles, a fin de impedir que ascienda a la categoría de plena superpotencia.

La voluminosa ley de defensa de 2022 ‒aprobada con el apoyo aplastante de ambos partidos‒ contiene un esquema detallado del cerco a China mediante una red potencialmente asfixiante de bases y tropas militares estadounidenses y países aliados cada vez más militarizados. El propósito es capacitar a Washington para encerrar al ejército chino dentro de su propio territorio y posiblemente paralizar su economía en una hipotética crisis futura. Para los dirigentes chinos, que sin duda no pueden tolerar que el país quede rodeado de esta manera, esto es una invitación abierta a… bueno, no hay razón para quitar punta a la expresión… a romper como sea el confinamiento.

Al igual que todas las leyes de defensa precedentes, la NDAA de 2022, que fija un gasto de 768.000 millones de dólares, está repleta de obsequios sumamente generosos a los proveedores del ejército en forma de pedidos de las armas predilectas del Pentágono. Estos incluirían cazas F-35, submarinos de la clase Virginia, destructores de la clase Arleigh Burke y un amplio surtido de misiles guiados. Tal como señala la comisión de asuntos militares del Senado en un resumen de la ley, también incorpora una serie de partidas concretas e iniciativas políticas destinadas a cercar, contener y potencialmente subyugar a China. Entre estas figura una cantidad extra de 7.100 millones de dólares para la Iniciativa de Disuasión del Pacífico, o PDI, un programa iniciado el año pasado con vistas a potenciar las fuerzas estadounidenses y aliadas en el Pacífico.

Tampoco se trata de partidas aisladas en esta ley de 2.186 páginas. La ley de autorización incluye una medida de “sentido cooperativo” centrada en tejer “alianzas y colaboraciones de defensa en la región indopacífica” que proporcione un programa conceptual de cara a esta estrategia de cerco. De acuerdo con dicha ley, el ministro de Defensa ha de “reforzar las alianzas y colaboraciones con EE UU en la región indopacífica a fin de reforzar la ventaja comparativa de EE UU en la competencia estratégica con la República Popular China” (PRC).

El hecho de que la NDAA de 2022 se aprobara sin apenas oposición en el Congreso y el Senado indica que el apoyo a estas medidas y otras similares es sólido en ambos partidos. Algunos Demócratas progresistas trataron de reducir la cuantía del gasto militar, pero sus colegas de la comisión de asuntos militares de ambas cámaras votaron, por el contrario, a favor del aumento de la asignación de este año al Pentágono, que de por sí ya resulta abrumadora, en otros 24.000 millones de dólares, particularmente para contener (o combatir) mejor a China. La mayor parte de esos dólares de la población contribuyente que se han añadido se destinarán a la construcción de misiles hipersónicos y otras armas avanzadas que apuntarán contra la RPC, a la realización de más maniobras militares y al refuerzo de la cooperación en materia de seguridad con los aliados de EE UU en la región.

Para los gobernantes chinos no puede haber ninguna duda sobre el significado de todo esto: diga lo que diga Washington sobre la competencia pacífica, el gobierno de Biden, como el de Trump bajo la anterior presidencia, no tiene intención de permitir que la RPC alcance la paridad con EE UU en el escenario mundial. De hecho, está dispuesto a utilizar cualquier medio, incluida la fuerza militar, para impedir que esto ocurra. Así, a Pekín solo le queda una alternativa: o bien ceder a la presión estadounidense y aceptar ser un país de segunda en los asuntos globales, o bien desafiar la estrategia  de contención de Washington. Resulta difícil imaginar que el liderazgo actual del país acepte la primera opción, mientras que la segunda, si se aprobara, conduciría con toda seguridad, pronto o tarde, al conflicto armado.

La sempiterna tentación del cerco

De hecho, la idea de rodear a China mediante una cadena de potencias hostiles se postuló por primera vez como política oficial durante los primeros meses de la presidencia de George W. Bush. En aquel entonces, el vicepresidente Dick Cheney y la consejera de seguridad nacional  Condoleezza Rice decidieron establecer un sistema de alianzas antichinas en Asia, siguiendo las directrices expuestas por Rice en un artículo publicado en enero de 2000 en la revistas Foreign Affairs. En el mismo, la autora lanzó una advertencia frente a los esfuerzos de Pekín por “alterar el equilibrio de fuerzas en Asia a su favor”, una dinámica a la que EE UU debía responder profundizando “la cooperación con Japón y Corea del Sur” y manteniendo “su compromiso con una presencia militar robusta en la región”. Además, señaló que había que “prestar más atención al papel de India en el equilibrio regional”.

Esta noción ha seguido formando parte desde entonces del guion de los sucesivos gobiernos de EE UU, aunque en el caso del gabinete de Bush su aplicación quedó aparcada abruptamente el 11 de septiembre de 2001, cuando combatientes islámicos atentaron contra las torres gemelas de Nueva York y la sede del Pentágono en Washington, D.C. y el gobierno declaró la “guerra global contra el terrorismo”.

Pasó una década hasta que en 2011 la política oficial de Washington recuperó la estrategia de Rice-Cheney de rodear a China y cercenar o suprimir su creciente poder. En noviembre de aquel año, en un discurso ante el parlamento australiano, el presidente Barack Obama anunció el “giro a Asia” de EE UU: una iniciativa encaminada a restablecer el predominio de Washington en la región induciendo a sus aliados de allí a intensificar los esfuerzos por contener a China.“Como presidente, he… tomado una decisión deliberada y estratégica”, declaró Obama en Canberra. “Como nación ribereña del Pacífico, EE UU desempeñará un papel más activo y a largo plazo en la configuración de esta región y de su futuro… He ordenado a mi equipo de seguridad nacional que a medida que concluyamos las guerras actuales [en Oriente Medio], dé prioridad a nuestra presencia y nuestra misión en la parte asiática del Pacífico”.

Sin embargo, al igual que anteriormente el equipo de Bush, la presidencia de Obama se vio absorbida por los acontecimientos en Oriente Medio, concretamente la conquista en 2014 de partes importantes de Irak y Siria por el Estado Islámico, viéndose forzada a dejar en suspenso su giro al Pacífico. Tan solo en los últimos años de la presidencia de Donald Trump volvió  cobrar protagonismo la idea de rodear a China en el pensamiento estratégico estadounidense.

Dirigido por el secretario de Estado Mike Pompeo, el esfuerzo de Trump resultó ser mucho más sustancial, pues comportó la ampliación de las fuerzas estadounidenses acantonadas en el Pacífico, la intensificación de la cooperación con Australia, Japón y Corea del Sur en el terreno militar y una mayor atención a India. Pompeo incorporó además varios nuevos elementos a la panoplia: una alianza cuatrilateral de Australia, India, Japón y EE UU (llamada Quad); lazos diplomáticos más estrechos con Taiwán; y la demonización explícita de China como enemiga de los valores occidentales.

En un discurso pronunciado en julio de 2020 en la Biblioteca Presidencial Richard Nixon, Pompeo expuso con claridad la nueva política con respecto a China. Para impedir que el Partido Comunista Chino (PCC) acabe con el “orden basado en reglas que nuestras sociedades se han esforzado tanto en construir”, declaró, “hemos de dibujar en la arena líneas comunes que no puedan ser borradas por los tratos o halagos del PCC”. Esto no solo exigía incrementar las fuerzas estadounidenses en Asia, sino también crear un sistema de alianzas similar al de la OTAN para frenar el crecimiento ulterior de China.

Pompeo lanzó asimismo dos iniciativas cruciales dirigidas contra China: la institucionalización de la Quad y la expansión de las relaciones diplomáticas y militares con Taiwán. La Quad, cuyo nombre formal es Diálogo de Seguridad Cuatrilateral, se había formado inicialmente en 2007 por decisión del primer ministro japonés, Shinzo Abe (con el apoyo del vicepresidente Dick Cheney y de los dirigentes de Australia e India), pero quedó en suspenso durante años. Se reavivó en 2017, cuando el primer ministro australiano, Malcolm Turnbull, se reunió con Abe, el primer ministro indio Narendra Modi y Trump con ánimo de impulsar un mayor esfuerzo por contener a China.

Con respecto a Taiwán, Pompeo subió la apuesta aprobando el envío de misiones diplomáticas a su capital, Taipei, compuestas por altos cargos del gobierno, como el secretario de Salud Alex Azar y el subsecretario de Estado Keith Krach, los miembros de mayor rango del gobierno estadounidense que visitaban la isla desde 1979, cuando Washington rompió las relaciones formales con el gobierno taiwanés. Ambas visitas fueron criticadas rotundamente por las autoridades chinas, que las calificaron de graves violaciones de los compromisos contraídos por Washington ante Pekín al amparo del acuerdo por el que establecía relaciones con la RPC.

Biden adopta la estrategia de cerco

Al acceder a la Casa Blanca, el presidente Biden prometió revertir muchas de las políticas impopulares de su predecesor, pero estas no incluían la estrategia con respecto a China. En efecto, su gobierno ha hecho suya de buena gana la estrategia de cerco diseñada por Pompeo. A resultas de ello, los preparativos de cara a una posible guerra con China constituyen ahora, por desgracia, la máxima prioridad del Pentágono, como en el caso del departamento de Estado el aislamiento diplomático de Pekín.

De acuerdo con esta perspectiva, el requerimiento presupuestario del departamento de Defensa para  2022 señala que “China constituye el principal desafío a largo plaza para EE UU” y que por tanto “el departamento dará prioridad a China como nuestro desafío número uno y desarrollará los conceptos, recursos y planes operativos adecuados para reforzar la capacidad de disuasión y mantener nuestra ventaja competitiva”.

Mientras tanto, como instrumento clave para reforzar los vínculos con sus aliados en la región  Asia-Pacífico, el gobierno de Biden ha hecho suya la Iniciativa de Disuasión del Pacífico (Pacific Deterrence Initiative, PDI) impulsada por Trump. El gasto propuesto para la PDI se incrementó un 132 % en el requerimiento presupuestario del Pentágono para 2022, pasando de los 2.200 millones de dólares de 2021 a 5.100 millones este año. Y si se quiere calibrar el clima actualmente imperante con respecto a China, tómese nota de lo siguiente: incluso este aumento resultaba insuficiente para la mayoría de congresistas Demócratas y Republicanos, que han añadido otros 2.000 millones de dólares a la asignación al PDI en 2022.

A fin de dejar todavía más claro el compromiso de Washington con una alianza antichina en Asia, los dos primeros jefes de Estado o de gobierno extranjeros invitados a la Casa Blanca para reunirse con el presidente Biden fueron el primer ministro japonés Yoshi Suga y el presidente surcoreano Moon Jae-in. En sus respectivas entrevistas, Biden subrayó la importancia de unir esfuerzos frente a Pekín. Tras su reunión con Suga, por ejemplo, Biden insistió públicamente en que su gobierno está “comprometido a cooperar para hacer frente a los desafíos planteados por China… a fin de asegurar un espacio indopacífico libre y abierto”.

El 24 de septiembre, líderes de la Quad se reunieron en primicia con Biden en una cumbre en la Casa Blanca. Aunque el gobierno de EE UU destacó iniciativas no militares en su informe oficial sobre los resultados de la reunión, el principal punto del orden del día fue sin duda el refuerzo de la cooperación militar en la región. En este sentido es revelador que Biden aprovechara la ocasión para sacar a relucir un acuerdo que acababa de firmar con el primer ministro de Australia, Scott Morrison, con el fin de facilitar a este país la tecnología de propulsión para una nueva flota de submarinos de propulsión nuclear, una iniciativa que evidentemente apunta contra China. Hay que señalar asimismo que pocos días antes de la cumbre, EE UU constituyó una nueva alianza con el Reino Unido y Australia, llamada AUKUS, que también apunta contra China.

Finalmente, Biden ha seguido incrementando los contactos diplomáticos y militares con Taiwán, incluso en su primer día en el cargo, cuando Hsiao Bi-jim, el embajador de facto de Taipei en Washington, asistió a su toma de posesión. “El presidente Biden estará al lado de amigos y aliados para impulsar nuestra prosperidad compartida, nuestra seguridad y nuestros valores comunes en la región Asia-Pacífico, y esto incluye a Taiwán”, declaró un portavoz de la presidencia por aquellas fechas. Pronto siguieron otros contactos de alto nivel con autoridades taiwanesas, inclusive personal militar.

Una estrategia general de contención

De lo que han carecido hasta ahora todas estas iniciativas es de un plan general para frenar el ascenso de China, asegurando de esta manera la supremacía permanente de EE UU en la región indopacífica. Los autores de la NDAA de este año han prestado especial atención a esta deficiencia y varias disposiciones de la ley contemplan la elaboración precisamente de este plan general. Se trata de una serie de medidas encaminadas a incorporar a Taiwán en el sistema de defensa estadounidense alrededor de China y de la exigencia de elaborar una estrategia general de contención de este país en todos los frentes.

Una medida oficiosa prevista en esta ley otorga una coherencia general a esas iniciativas inconexas, estipulando la creación de una cadena ininterrumpida de Estados centinela armados por EE UU que se extiende desde Japón y Corea del Sur en el norte del Pacífico hasta Australia, Filipinas, Tailandia y Singapur en el sur, con India en el flanco suroccidental de China, con el fin de rodear y contener a la RPC. Taiwán también está incluida en la proyectada red antichina.

El futuro papel que se contempla para esta isla en el plan estratégico previsto se pone de manifiesto en una disposición titulada “Proposición no vinculante sobre las relaciones con Taiwán en materia de defensa”. Esencialmente, esta medida insiste en que la promesa hecha por Washington en 1978 de poner fin a sus lazos militares con Taipei y el tratado subsiguiente entre EE UU y China, suscrito en 1982, en que el primero se compromete a reducir la calidad y la cantidad de sus suministros de armas a Taiwán, han dejado de tener validez debido al “comportamiento cada vez más coercitivo y agresivo” de China con respecto a la isla. Así, la proposición aboga por reforzar la coordinación militar entre los dos países y la venta a Taiwán de sistemas de armas más sofisticados, junto con la tecnología para su fabricación.

Sumando todo esto tenemos la nueva realidad de la presidencia de Biden: la disputada isla de Taiwán, a un tiro de piedra del territorio continental de China y considerada una provincia por la RPC, se convierte ahora en una aliada militar de facto de EE UU. Difícilmente puede haber una transgresión más directa de una línea roja china: el principio de que pronto o tarde la isla debe aceptar la integración pacífica con el continente o enfrentarse a una acción militar.

Además de reconocer que la política expuesta en la NDAA de 2022 representa una amenaza fundamental para la seguridad de China y su deseo de desempeñar un papel más importante en el ámbito internacional, el Congreso indicó asimismo al presidente que presentara una “estrategia general” con respecto a las relaciones de EE UU con China en los próximos nueve meses. Dicho documento debería incluir una evaluación de los objetivos globales de este país y un inventario de sus recursos económicos, diplomáticos y militares que requiere EE UU para frenar su ascenso. Por otro lado, insta al gobierno de Biden a examinar “los supuestos y el resultado o los resultados finales de la estrategia estadounidense a escala global y en la región indopacífica con respecto a la RPC”. No se explica el significado de la expresión “el resultado o los resultados finales”, pero es fácil imaginar que los autores de esta propuesta estaban pensando en el posible colapso del gobierno comunista chino o alguna forma de guerra entre los dos países.

¿Cómo responderán los gobernantes chinos a todo esto? Nadie lo sabe todavía, pero el presidente Xi Jinping dio al menos una pista sobre lo que podría ser la respuesta en un discurso del 1 de julio, pronunciado con motivo el centenario del PCC. “Nunca permitiremos que una fuerza extranjera nos acose, oprima o subyugue”, declaró mientras desfilaban los blindados, misiles y cohetes más nuevos de China. “Quienquiera que lo intente se situará en un rumbo de colisión con una gran muralla de acero forjada por más de 1.400 millones de personas chinas.”

Bienvenidas a la guerra fría del siglo XXI en un planeta que necesita desesperadamente otra cosa.

MC

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