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Occidente y su conflicto de objetivos

Alejandro Marcó del Pont

Fuente: Rebelión

La ingenuidad es una fuerza que los astutos hacen mal en despreciar (Arturo Graf)

La invasión rusa de Ucrania se produjo en un mal momento para la economía mundial. Uno podría imaginar que tan inoportuna iniciativa contribuye a la vulnerabilidad existente ante la lenta recuperación económica pos-COVID-19. Sin embargo, durante 2019 en los ámbitos académicos se discutía intensamente el instante en el que arribaría la nueva crisis mundial, su profundidad y duración, como consecuencia de la desastrosa performance del modelo de acumulación. La pandemia se encargó de poner el último clavo al ataúd de las especulaciones económicas, y se consolidó todo lo malo del modelo de concentración del ingreso.

Con la guerra, en 2022 una masa crítica de pronosticadores recortó las proyecciones para el crecimiento mundial, y el fantasma de la recesión global está surgiendo nuevamente, y algún sentido tiene. El Fondo Monetario Internacional rebajó su pronóstico de abril para el crecimiento del PIB mundial para el año 2022 a un 3,6%, desde su estimación del 4,4% en enero y la proyección del 4,9% en octubre pasado. Todo esto podría convertirse en una tormenta perfecta para la economía global si la Reserva Federal intensifica su campaña para detener la inflación con incrementos sostenidos de los tipos de interés.

Los precios de la energía y los alimentos alcanzan niveles extremadamente altos. La Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) de las Naciones Unidas, en la última publicación de su índice de precios de los alimentos mensual mostró un máximo histórico de 159,3 puntos en marzo, un 12,6% más que en febrero, con el comienzo de la guerra.

El petróleo y el gas están con precios a los niveles más altos de todos los tiempos. En Europa, los precios del gas alcanzaron un récord, y a ese nivel resulta más barato para algunas centrales eléctricas quemar carbón que gas. Europa, que actúa como protectorado norteamericano, quiere seguir las órdenes de la OTAN y reducir las importaciones de energía rusa. La ironía de tal cumplimiento implica que algunos países, como Italia, dicen que necesitarán quemar más carbón para utilizar menos gas ruso. La energía limpia, como dice Christian Lindner, el ministro de Finanzas alemán, debe considerarse la “energía de la libertad”. En honor a su opuesto, la dependencia estimula la contaminación con una descomunal producción de energía fósil.

Los países dueños de las sanciones a Rusia, es decir, Europa, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Israel y Japón, son responsables del 92% del total de emisiones que están provocando el colapso climático. Mientras tanto, el Sur Global, que recibe los sinsabores del castigo, a nivel continental, si se suman Asia, África y América Latina, son responsables de solo el 8% del exceso de emisiones.

La Unión Europea sigue preparando «sanciones inteligentes» contra las importaciones de petróleo ruso. Después de cinco paquetes de sanciones, se dieron por enterados –mientras se trabaja en un sexto paquete– que, cuando se imponen sanciones, se debe hacer de manera que se maximice la presión sobre Rusia y se minimicen los daños colaterales sobre Europa, perjuicio este último que ha ocurrido todo este tiempo. Actualmente, Europa gasta alrededor de U$S 450 millones por día en petróleo crudo y productos refinados rusos, alrededor de U$S 500 millones diarios en gas y, aproximadamente, U$S 25 millones en carbón, lo que vuelve cualquier intento de sanciones en este sentido una iniciativa descabellada en el corto plazo.

Se equivocan aquellas élites occidentales que creen en la falsa suposición de que hay un final a la vista para el enfrentamiento con Rusia. No estamos asistiendo a la derrota de esta nación como resultado de las sanciones, estamos presenciando la muerte de Rusia occidental y el nacimiento de una Rusia asiática. Ciertamente, las penalidades estadounidenses están haciendo mucho daño a corto plazo a la economía de Rusia. Sin embargo, a largo plazo, las sanciones simplemente han endurecido la resistencia rusa hacia Occidente y la intransigencia en el tema de Ucrania.

Mientras Occidente ha promulgado su moratoria, parcial y autoimpuesta, sobre la importación de carbón y gas natural ruso barato como castigo por la invasión de Ucrania, Moscú simplemente ha desviado sus flujos de energía de Europa a mercados sedientos en el Lejano Oriente, en particular los de India y China. Si bien ni la asistencia económica de China ni la de India pueden ser suficientes para compensar a corto plazo las pérdidas de las penalidades occidentales, en el mediano a largo plazo las sanciones pueden estar empoderando a Rusia para crear las vías hacia una independencia financiera y económica real de Occidente, que el Kremlin no hubiera considerado en circunstancias normales.

Alemania, que depende desproporcionadamente del gas natural ruso, canceló su gasoducto Nord Stream 2 recientemente completado, y aún tiene que hacerlo con su gasoducto Nord Stream 1. Para que eso ocurra, E.ON, la empresa alemana que gestiona Nord Stream 1, tendría que cancelar su gasoducto con Rusia, y el director ejecutivo de E.ON ha declarado públicamente que su empresa nunca cortará el flujo de gas natural ruso. Por qué lo haría, si la Comisión Europea se vio obligada este mes a cerrar una laguna en su bloqueo de sanciones después de que se descubriera que, al menos, 10 estados miembros exportaron casi 350 millones de euros en hardware a Rusia, y alrededor del 78% de ese total fue suministrado por empresas alemanas y francesas. Las mismas naciones que armaron a Rusia con 273 millones de euros de equipo militar. 

Mientras esto sucede, Moscú ha recurrido a exigir que todos los pagos por el gas natural y el petróleo rusos se realicen en rublos, como una forma de apuntalar y mejorar su moneda en declive (gracias a las sanciones occidentales). Las penalidades pueden tener un doble efecto, por un lado, el deseado, separar a Europa de Rusia, que empresas occidentales abandonen el país, entre otras, pero también hay uno no deseado, y es que competidores de países liderados por India, Turquía y China toman el relevo de la inversión en Rusia.

Firmas destacadas, que han abandonado o suspendido sus negocios en Rusia, incluyen a las compañías petroleras BP, Exxon y Shell; los fabricantes de aviones Airbus y Boeing; los proveedores de equipos de telecomunicaciones Ericsson y Nokia, y las empresas tecnológicas Alphabet (Google), AMD, Apple, Cisco, Global Foundries, Intel, Nvidia, Samsung, TSMC y Qualcomm.

Un equipo de investigación de la Escuela de Administración de Yale publicó una lista actualizada de empresas que han detenido o reducido sus operaciones en Rusia. Los librepensadores de Yale resultaron abiertamente sesgados y proclaman un objetivo claro y simple: « Toda corporación con presencia en Rusia debe comprometerse públicamente a un cese total de los negocios allí”. Más allá de los desvaríos nacionalistas, lo interesante es que la Escuela en su encuesta clasifica a las empresas por grados, desde: Grado A Retiro= Empresas que suspenden por completo los compromisos rusos o que abandonan por completo Rusia (299); Grado B Suspensión= reducción temporal (364); Grado C= reducción de algunas operaciones (112), Grado D= posponer nuevas inversiones mientras se continúa con el negocio (143), y Grado F= empresas que siguen funcionando como de costumbre en Rusia (181).

A esta encuentra le faltaría agregarle el Grado G: la idea de conformación de un bloque euroasiático donde empresas indias, turcas y chinas buscan aprovechar la retirada masiva de competidores de Asia occidental y oriental del mercado ruso, para ocupar ese espacio vacío.

Según el Gobierno indio, alrededor de 300 empresas de esa nación ahora operan en Rusia, y muchas más están en camino. Las exportaciones a Rusia no son relevantes, solo productos agrícolas y farmacéuticos. Fijar el precio de parte o de la totalidad de este comercio en rupias y rublos debería ayudar a India a eludir las sanciones económicas occidentales y reducir su dependencia del dólar estadounidense. Para tener en cuenta, India ya tiene un acuerdo comercial de rupias y riales con Irán. Y tanto Rusia como Turquía están trabajando para facilitar el comercio de liras y rublos turcos.

Más de 3.000 empresas turcas están trabajando en diferentes sectores económicos en Rusia y tiene unas 600 en Ucrania. La explicación turca para la integración es simple: “Estamos comprando casi la mitad del gas natural que usamos de Rusia. Por separado, estamos construyendo nuestra planta de energía nuclear Akkuyy con Rusia. En primer lugar, no puedo dejar a nuestra gente en el frío del invierno. En segundo lugar, no puedo detener nuestra industria”, según el presidente Erdogan.

La lista de grado F de Yale incluye 41 empresas chinas (incluso una de Hong Kong y dos de Taiwán). Abarca empresas de construcción, ingeniería y energía controladas por el Estado, bancos y varias empresas tecnológicas destacadas, desde Alibaba a Xiaomi o ZTE. Huawei es el mayor proveedor de equipos, software y servicios de telecomunicaciones en Rusia, junto con ZTE, y ambas pueden recuperar la cuota de mercado abandonada por Nokia y Ericsson.

Desde hace tiempo, China y Rusia han realizado por separado emprendimientos aeroespaciales para competir con Boeing y Airbus, y ahora que estos suspendieron sus operaciones, con mayor razón. Lo que preocupa al Pentágono es la “estrategia de desarrollo de fusión militar-civil” de China y Rusia, un modelo comercial alarmante similar a los de Boeing, Raytheon y otras compañías estadounidenses que atienden tanto a los mercados militares como a los civiles.

Commercial Aircraft Corporation of China (COMAC) y United Aircraft Corporation (UAC) de Rusia formaron en el 2017 China-Russia Commercial Aircraft International Co, Ltd (CRAIC) para desarrollar conjuntamente un avión de fuselaje ancho y largo alcance que se ensamblará en Shanghái. Este es el CR929, un avión de pasajeros con capacidad para 280 asientos y una autonomía de 12.000 kilómetros. Está destinado a competir con los aviones de larga distancia de Boeing y Airbus, inicialmente en China, Rusia y la CEI, y finalmente, en el mercado mundial. 

Esto no significa que China y Rusia tomarán una parte significativa del mercado mundial de aviones comerciales en los próximos años. Se estima que el CR929 podría obtener el 15% del mercado mundial de aviones de pasajeros de larga distancia para 2045. La participación en los mercados no son determinantes, pero la acumulación y diversidad de sectores sí lo son. Finanzas, comercio, moneda, energía, desarrollo tecnológico, aeroespacial, etc., están ensamblando una Eurasia realmente peligrosa.

MC

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