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Lecciones (neoliberales) para este siglo

Albino Prada

Fuente: Sin Permiso

El historiador Yuval Noah Harari cerraba en 2018 con un ensayo titulado “21 lecciones para el siglo XXI” (Debate) una trilogía de éxito mundial precedida por “Sapiens: Historia breve de la Humanidad” (2013) y “Homo Deus: Historia breve del futuro” (2017). Todo un éxito avalado en su marketing editorial por nada menos que la recomendación de Bill Gates o Barack Obama.

Si en Sapiens examinaba el pasado (primates) de nuestra especie y en Homo Deus el futuro más lejano (dioses) en sus 21 lecciones de 2018 se centra “en la actualidad y el futuro inmediato de las sociedades humanas” según declara en su introducción.

Considero que su trilogía converge en este punto y que puede ser útil reflexionar sobre lo qué aporta el profesor Harari para ser merecedor de tantos elogios, singularmente por parte de destacados responsables de la situación actual de nuestras sociedades a lo largo y ancho del planeta.

Adelanto ya que mi motivación para esta reflexión no es otra que observar como en su relato o narrativa del presente conjuga la intención de contribuir a reinventar el liberalismo con un silencio absoluto sobre el fantasma que recorre el mundo desde hace medio siglo: el neoliberalismo[1]. Porque uno se encuentra con frecuencia en este texto con el primero (liberalismo), pero nunca con el segundo (neoliberalismo).

Si el poder del homo sapiens, como bien afirma este autor, depende de la creación de ficciones, y de hacerlas creíbles (desde las viejas religiones a las modernas fake news), compruebo en mi lectura que –paradójicamente- Harari se afana en esclarecer “nuestra crisis global” sin desmontar la narrativa-ficción neoliberal cuyo logro consiste, nada menos, que en haber conseguido transformar en el último medio siglo a la mayoría social en irrelevante frente a la creciente hegemonía de los pocos.

Tal prestidigitación, que compruebo practican variados predicadores incluso antes socialdemócratas, le permite asumir que Thatcher cuando sentenció que la sociedad no existe plantó una semilla al parecer liberal (en la que solo las elecciones del individuo cuentan), una semilla que laboristas y conservadores abrazaron por igual (y así Obama y Gates en Estados Unidos). De manera que Harari declara desear que el liberalismo se reinvente sin distanciarse de su (para él inexistente) deriva neoliberal. Y es aquí donde creo que su narrativa se mete en un callejón (neoliberal) sin salida. Un atolladero que abrazan con entusiasmo cosmopolitas neoliberales de primera división como Gates y Obama. Veamos.

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Es en la primera parte de su ensayo donde el autor reflexiona sobre los desafíos que tenemos que enfrentar y, por tanto, debe considerarse la base o núcleo de todo el ensayo. Pues en el resto del mismo el autor se desliza hacia una especie de manual de auto-ayuda para uso de los individuos y casi nunca para colectivos sociales. De nuevo la sociedad no existe (Thatcher).

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En esa central primera parte los conceptos clave son tres y se analizan en sendos capítulos: trabajo, libertad, equidad. Y lo son para, si acaso, cumplir su citado desiderátum: que el liberalismo, ahora en crisis, consiga reinventarse una vez más en la historia reciente de la humanidad. ¿Qué propone Harari para superar en esos tres asuntos la narrativa neoliberal triunfante, aunque no la nombre, para así resucitar el liberalismo?.

En lo relativo al trabajo y el empleo muy poca sosa. Sobre la base de las consabidas incertidumbres asociadas a la aplicación de la IA e internet a las más diversas actividades económicas en relación a la creación o destrucción de empleo, Harari se limita a abogar por minimizar la destrucción, estimular la creación y –si una cosa supera a la otra- paliar el desastre con un ingreso mínimo.

Asume que lo que otrora pasó en la robotización de manufacturas ahora camina imparable para sustituir empleo humano en los servicios y que hay que buscar solución al desempleo tecnológico posible, pero su resurrección del liberalismo no contempla que en los servicios los poderes públicos embriden el ritmo de sustitución de trabajo humano (para reducir la destrucción de empleo vinculado a los mercados internos), ni que la creación de empleo pase por una reducción generalizada de la jornada entre la población ocupada[2].

Cuando no se plantean estas restricciones institucionales del orden neoliberal rampante (que prefiere hablar ya de trabajo no salarial) nos quedamos con piadosas intenciones del tipo: “proteger seres humanos no los empleos”. Es decir caridad para los excluidos. Al escamotear la hegemonía neoliberal en la economía digitalizada del siglo XXI, la resurrección del liberalismo se queda en piadosas intenciones.

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Respecto a la libertad y su resurrección por el nuevo liberalismo que esperamos (polemizando con las narrativas, los relatos o las fake news) Harari se enroca en aquello de que para el liberal “el votante sabe lo que es mejor”. Algo a lo que las potencialidades manipuladoras de los algoritmos, la IA y las GAFAM se emplean para convertir en picadillo social, con lo que: “las elecciones democráticas y los mercados libres dejarán de tener sentido”.

Entre esas dos afirmaciones nos tenemos que conformar en quedar sobre votos y elecciones. No hay nada más. O sí lo hay, para empeorar las cosas, porque según Harari “sin una red de seguridad social y un mínimo de igualdad económica, la libertad carece de significado”. Justo las cosas que las GAFAM y el mundo neoliberal de la globalización cosmopolita está igualando a la baja con el imparable referente competitivo de China.

Y esto nos lleva a la tercera pata del núcleo del análisis: la equidad. Asume nuestro autor que desde las sociedades cazadoras-recolectoras la desigualdad ha sido creciente y que en este siglo XXI la cosa pinta con empeorar muy mucho. Pero es inútil esperar propuestas de ruptura de los oligopolios del big-data y su socialización pública o en formas cooperativas y de pro-común (como Wikipedia a la que ni cita). Formas, en definitiva, de redistribuir la propiedad del capital en sintonía con un liberal clásico como Rawls. Nada.

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Como quiera que considera cuestionable y poco realista un Gobierno Mundial de la globalización (algo que las GAFAM solucionan a su manera) la ratonera de Thatcher se cierra: la sociedad no existe. Es impensable construir una ciudadanía global. Y si eso es así no puede haber ni siquiera liberalismo: apenas individualismo y consumismo neoliberal.

Por eso el resto del ensayo se va pareciendo a cada paso más y más a un manual de auto-ayuda. Y frente a retos sociales de la envergadura de los imperios globales, armas atómicas, colapso climático y ecológico, inmigraciones, racismo, xenofobia, abismos tecnológicos (genéticos, eugenésicos, etc.) nos tenemos que conformar con buenos consejos de Harari sobre auto conocerse, la humildad, el sentido de la vida, la responsabilidad o la meditación. Poca sustancia para reinventar el liberalismo en nuestras sociedades. O quizás más que suficiente si, como la neoliberal Thatcher sentenció en 1987 y Harari parece asumir en este ensayo, en el siglo XXI la sociedad no existe.


[1] En este punto converge este ensayo con otros posteriores de distinta autoría que he reseñado recientemente con detalle: Steven Pinker (2022) (aquí); Minouche Shafik (2022) (aquí). En todos los casos se quiere fundamentar un nuevo liberalismo sin nombrar –ni criticar- la deriva neoliberal del mismo desde hace más de cuatro décadas.

[2] Me ocupo de estos asuntos en mi reciente ensayo “Trabajo y Capital en el siglo XXI” (ver aquí)

MC

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