Pensamiento Crítico

Los neopijos

Marisa del Campo Larramendi

Rebelión

Los neopijos son gente ilustrada. Hijos de la educación pública, han leído a Nietzsche, coquetean con Foucault, se dan aires popperianos y algunos, en su camino a la servidumbre del ascenso social, reclaman para sí la mano invisible del señor Smith. También tienen inquietudes artísticas, destacando entre ellas el amor al cine, con una clara querencia por el norteamericano, en especial por el western clásico y sus grandes valores épicos del gun-men solitario, el vaquero generoso, el vengador justiciero y el sabio, simple y bondadoso borrachín al que, como todo el mundo sabe, acaban matando… sin olvidar claro el gran disfrute estético de las panorámicas grandes praderas y el toque patriótico del sexto de caballería y las caravanas de mujeres.

Con el cine europeo se llevan peor, en especial con el plúmbeo cine de arte y ensayo, de ritmo excesivamente lento frente al trepidante de Hollywood y, sobre todo, de mensaje político demasiado evidente comparado con el más sutil de allende el océano –mensaje político este último que coincide con el suyo, no siendo por lo tanto ya propaganda ideológica o stendhaliano pistoletazo en medio de un concierto, sino pura evidencia y manifestación de la naturaleza de las cosas–.

Tampoco hacen asco a otras manifestaciones artísticas y se mueven con soltura de gourmet o sumiller por bibliotecas, discotecas y pinacotecas, destacando en este campo su gusto misceláneo y ecléctico, quizás con un punto de omnívoro consumismo, pero siempre con un inefable aire de diletante postrenacentista, postmoderno y de postín.

Miembros de la clase media, niegan la existencia de las clases sociales, reclamando con vehemencia ideológica el valor inmarcesible del individuo, a quien convierten en alfa y omega de la evolución del universo, principio básico de la sociedad –que, por cierto, no existe salvo como mera agregación de individuos– y concepto ordenador de cualquier pensamiento que se precie de serlo. Sobre este culto al individuo posesivo, máquina egoísta de deseo, voluntad de poder heterónoma y desprecio aristocrático a la masa plebeya, edifican toda una liturgia sobre la libertad y lo privado, y toda una admonición contra el totalitarismo y lo público.

Enemigos acérrimos de Platón, Rousseau, Hegel y Marx, declaran la muerte de los grandes relatos y prefieren la polifonía de anécdotas, cuadros costumbristas, relatos de viajes, estampas interiores, miradas poliédricas y guiños irracionales. Cacofonía que haga justicia al radical subjetivismo de su mirada sobre el mundo; ojeada displicente sobre las cosas, que niega verdades, rechaza sentidos e iguala opiniones, siempre y cuando, claro, que la suya obtenga un buen precio en el mercado del reconocimiento social y de la riqueza.

Con una inconfesada envidia al protagonismo que adquirieron en su tiempo los estudiantes del mayo del 68 y los progres del antifranquismo, tratan de emularlos en su actitud contestataria declarándose políticamente incorrectos, siendo esta su incorrección política de una radicalidad sorprendente pues, con sinigual arrojo y valentía, esgrimen su afilada crítica contra los nuevos protocolos de Sión, tenebroso poder totalitario que amenaza ahogar todos los poros de la sociedad y que está constituido por buenistas, feministas, ecologistas y homosexuales, en definitiva por protervos hijos, no del agobio como se quieren y proclaman, sino del más puro y vil resentimiento.

Pero no vayan a creer ustedes que este pensamiento políticamente incorrecto no es nada más que una manifestación más del pensamiento único, a la manera de que los hijos de papá no son más que una expresión del papá de los hijos. En absoluto. Este pensamiento políticamente incorrecto es el aspaviento de una parte de los cachorros de las clases medias que, con sus carreras, másteres, idiomas y otros posmodernos valores y mercancías bajo el brazo, quieren ser califas en lugar de los califas. Que la edad apremia y la sepultura espera.

MC

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