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Los pasaportes de vacunación están a la vuelta de la esquina. Hay motivos para creer que son una mala idea

Albert Sanchís

Fuente: Kaos en la Red

Han pasado ya 11 meses desde que el Covid ha comenzado a coartar nuestras libertades de una manera o de otra. La movilidad entre países es casi nula, manteniendo las aerolíneas apenas una décima parte de su tráfico normal. Las economías dependientes del turismo se han visto tan gravemente afectadas que para resucitar el sector algunos países como Dinamarca, Suecia o Estonia ya tantean la idea de crear pasaportes digitales que acrediten si las personas han sido vacunadas contra el coronavirus. Esto les permitiría viajar y aliviar algunas de las duras restricciones.

El problema es que estos documentos también se podrían emplear para ayudar a las personas a volver a hacer vida normal: ir a museos, restaurantes o eventos deportivos. Ya hay quienes piensan que la introducción de estos «salvoconductos» podrían restringir las libertades y violar los derechos humanos de algunos grupos sociales y países empobrecidos que tardarán más en tener acceso a las dosis. Algo así como terminar creando ciudadanos de primera y de segunda.

Un pasaporte extra para viajar. Hace casi 100 años, se introdujo el certificado internacional de «tarjeta amarilla» para demostrar que se había recibido una vacuna contra el cólera, la fiebre amarilla, el tifus y la viruela. De hecho, muchos países de todo el mundo todavía requieren un certificado de este tipo para poder acceder a sus fronteras.

La Organización Mundial del Turismo (OMT) ya se ha postulado a favor de estos nuevos pasaportes de vacunación. Dicen que el turismo «necesita ayuda urgente». «Las vacunas deben ser parte de un enfoque más amplio y coordinado que incluya certificados y pases para viajes transfronterizos seguros«, decía su secretario general.

Algunos países ya se han puesto en marcha. En Polonia se puede acceder a la certificación en forma de un código QR descargable después de recibir la segunda dosis de la vacuna para viajar. Estonia comenzó a probar a principios de este año un «pasaporte de inmunidad digital», potencialmente para rastrear a los recuperados del Covid con cierta inmunidad. En tres meses, Dinamarca quiere implementarlos en su país de igual manera: un pasaporte adicional que estará guardado en el móvil.

También un documento para hacer vida. La perspectiva de privilegios especiales para las personas vacunadas, así como los esfuerzos para desarrollar un sistema unificado para certificar la vacunación, ha suscitado un vigoroso debate. Estonia, por ejemplo, ya ha anunciado que eliminará los requisitos de cuarentena para las personas que puedan demostrar que han sido vacunadas con un certificado. También podría permitir a los ciudadanos visitar restaurantes, conferencias, festivales de música y eventos deportivos.

Sin embargo, la Comisión Europea que ha estado analizando todas las propuestas de certificados de vacunación ha dicho que, por ahora, dichos certificados sólo se deben utilizar con fines médicos.

¿Qué dice la OMS? La Organización Mundial de la Salud tiene una opinión clara al respecto: se opone por el momento a la introducción de estos certificados como condición para permitir la entrada de viajeros internacionales a otros países. «Todavía hay demasiadas incógnitas fundamentales en términos de la efectividad de las vacunas para reducir la transmisión del virus y las vacunas todavía están disponibles sólo en cantidades limitadas», dijo el comité en sus recomendaciones.

Además, hacen hincapié en que estar vacunado no debe eximir a los viajeros internacionales de cumplir con otras medidas de reducción del riesgo de viaje.  «No podemos darnos el lujo de priorizar o castigar a ciertos grupos o países», recordaba su director general.

Efectividad y trampas. También en el debate se habla del papel que jugaría la efectividad de cada vacuna en estos documentos, pues no es lo mismo haberse vacunado con una dosis que presenta más de un 90% de eficacia que una que no llega al 70%. En los «pasaportes de inmunidad» que se están creando en Estonia se incluyen datos relacionados con la inoculación como el tipo de vacuna, fabricante y fecha. Además, dichos certificados solo se podrían facilitar a las personas con la segunda dosis puesta.

Por otro lado, surge el temor de que este tipo de documentos pueda falsificarse. La Europol avisaba hace unos días que se ha detectado la producción y venta online de certificados falsos de negativo en pruebas de coronavirus en aeropuertos y estaciones por toda Europa.

Discriminación. El debate sobre estos certificados ya enfrenta al turismo contra las preocupaciones por la discriminación predominantes. Algunos críticos dicen que la idea de un pasaporte de vacunación plantea cuestiones éticas y podría traer consigo problemas en las relaciones internacionales. La Dra. Arpita Chakravarti, directora de la clínica de salud y viajes en el Centre hospitalier de l’Université de Montréal (CHUM), sugería que el concepto podría conducir a una forma de discriminación. «No todos los países pueden ofrecer a sus ciudadanos el mismo nivel de protección con vacunas. Nos arriesgamos a dar prioridad a ciertos países y restringir el movimiento internacional de otros».

Hasta ahora, las campañas de vacunación han comenzado casi exclusivamente en países más ricos. Aunque si bien es cierto que la necesidad de poseer un certificado de vacunación alentaría a más gente a vacunarse cuando los países dispongan de dosis suficientes, evitando así movimientos antivacunas que ya hemos visto en los últimos meses.

¿Viola los Derechos Humanos? El debate ha llevado a la Universidad de Exeter del Reino Unido ha publicar recientemente un estudio sobre el impacto que podría tener esta medida en los Derechos Humanos y alegan que plantea cuestiones esenciales para la protección de la privacidad de los datos y los derechos humanos. «El requisito de mostrar su historial médico para acceder a espacios públicos y privados serviría para marginar a las personas y restringir su libertad«, defendía Ana Beduschi una de las autoras del informe.

«Podría decirse que tales medidas podrían preservar las libertades de quienes no tienen la enfermedad o han sido vacunados», dijo Beduschi. «Sin embargo, si algunas personas no pueden acceder o pagar las pruebas o vacunas, no podrán probar su estado de salud y, por lo tanto, sus libertades se verán restringidas de facto», agregaba. Wojciech Wiewiórowski, supervisor de Protección de Datos de la UE, también ha expresado su preocupación por los «pasaportes de inmunidad”, calificándolos de «extremos» y «basados ​​en suposiciones no confirmadas por la medicina».

¿Encajan estos pasaportes en nuestra legislación?

Algunos juristas dicen que no. «La mera exigencia del pasaporte serológico afecta al derecho fundamental a la intimidad», explicaba Josefa Cantero, profesora de Derecho Administrativo en la Universidad de Castilla-La Mancha, en un artículo de The Conversation. A lo que se suma que el derecho fundamental de libertad  podría verse afectado si seexigiera el documento para circular. De hecho, si intentamos utilizar las categorías jurídicas existentes en nuestro Derecho, no encontraríamos ninguna que nos permitiera encuadrar exactamente esta figura. El pasaporte vendría a comportarse más bien como una “autorización administrativa”.

«Por su propia naturaleza, la autorización condiciona la actividad del particular, no de sus derechos fundamentales«, explicaba. Y el derecho de libertad personal y libertad de circulación son derechos cuyo ejercicio no precisa de ningún tipo de autorización.

El miedo ahora es si con su introducción se crearía también una especie de cordón sanitario entorno a quien no disponga de ellos, quienes estarían abocados a vivir una vida de restricciones como ciudadanos de segunda, mientras ven cómo aquellos privilegiados regresan a la normalidad.

MC

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