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Las elecciones de la historia

Gustavo Espinoza M.

Fuente: Rebelión

La lucha de los pueblos se ha producido en distintas etapas y en diversos escenarios. Pero siempre, ha dado los frutos que se buscaban. Muchas veces, los pueblos han sufrido reveses y contrastes dolorosos y trágicos. Se ha perdido el tiempo, pero, sobre todo, se han perdido vidas muy valiosas. Esta es una verdad que fluye de la realidad universal, que atraviesa los tiempos y el espacio,  y que muestra las fortalezas de unos y las debilidades de otros.

En una sociedad como la nuestra, en la que se perpetuara por largos años el oprobio y  la injusticia, la fuerza estuvo en manos de los poderosos;  en tanto que las debilidades afectaron a las poblaciones vulnerables y en particular a los trabajadores. Bien se puede decir que los opresores mantuvieron en sus manos los resortes del Poder porque supieron manejar recursos, y posibilidades.

Tuvieron dinero, controlaron el sistema financiero, alentaron medios de comunicación, dividieron a sus adversarios, y se empeñaron en borrar de la cabeza de las gentes, todas las ideas; haciendo que los pobres no pensaran en la lucha por sus derechos más elementales. En el Perú ésta fue la señal que signó el bicentenario de una República que vivió virtualmente en bancarrota.

Durante 200 años la Clase Dominante trasmitió un mensaje fatal que hoy hace crisis: los ricos son ricos gracias a su capacidad y a su trabajo; y los pobres, lo son por ociosos y pusilánimes. Se trata -nos dijeron- de una suerte de “orden universal”, basado en la naturaleza misma, cuando no en una voluntad divina.

Cuando el pueblo fue tomando conciencia de lo írrito de esta oprobiosa “ley” se produjeron diversas luchas. La historia las recuerda como episodios fugaces: El Paro por la Jornada de 8 horas en 1919; las huelga mineras de los años 30; la celebración del 1 de Mayo en 1935, enfrentando la dictadura de Benavides;  las heroicas luchas contra el Odriismo, en Arequipa y Cusco en los años 50;  la intensa movilización liderada por la CGTP durante el Proceso Revolucionario de Juan Velasco; el Paro del 19 de julio del 77; las jornadas que alumbraron el surgimiento de la Izquierda Unida. Hitos de una historia que hoy adquiere continuidad, y otras dimensiones.

La experiencia demuestra que la lucha de los pueblos adquiere modalidades distintas. Las masas populares unas veces promueven insurrecciones, como en Arequipa en los 50. Otras, grandes movilizaciones sociales, como la de noviembre del 2020 que echó del gobierno a los aventureros. Y también participan en Jornadas electorales de las que salen victoriosos, como lo confirma el triunfo de Pedro Castillo, el pasado 6 de junio.

Existe una sola regla que regula esos procesos: el pueblo triunfa cuando está unido y organizado; y sufre derrotas, cuando se divide y se anarquiza. Así fue en el pasado y así habrá de suceder en el futuro porque la historia -generosa- abre puertas; pero también castiga severamente a quienes no saben usarlas.

El poeta cubano Nicolás Guillen, con genialidad literaria   nos enseñaba a unir todas las manos para construir la muralla, abrirla para que entrara una rosa y un clavel; y cerrarla, cuando llegaba el sable del coronel.

Pues bien, en tormo al gobierno que inicia su gestión, liderado por Pedro Castillo, es deber esencial juntar todas la manos, para construir esa muralla y defenderla; pero también para impedir que sea violentada. Es una manera práctica de machacar la idea que Unidad y Organización son garantía de avance y de victoria.  Para ellas, hacen falta todas las manos. Nadie sobra. Y para defenderla, esas mismas manos deberán cerrarse toda acechanza.

El enemigo -el fascismo a la ofensiva- pretende dividir y anarquizar al pueblo. Coloca cuñas entre unos y otros explotando celos, rivalidades menudas, desconfianzas, resquemores y prejuicios; pero alienta el sectarismo y el hegemonismo, el caudillismo, la vanidad, y hasta la ambición personal, que aún subsiste.  Ataca en las plazas públicas, denigra personas, azuza temores. Hay que cerrar esa muralla con firmeza.

Como decía Mariátegui, en la hora de hoy, nada nos divide. “Todos debemos sentirnos unidos por la solidaridad de clase, vinculados en la lucha contra el adversario común, ligados por la misma voluntad revolucionaria y la misma pasión renovadora”.

Hay quienes, en circunstancias como ésta, se desalientan porque las cosas no ocurren como creían que debían suceder. Sueñan con un cambio pacífico, tranquilo, sosegado, sin violencia de ninguna clase, y abrumado de aciertos, y alegría. Imaginaban un camino despejado, libre de caídas, errores, manchas y reveses o infortunios; sin broncas que enturbiaran sus delicados sentimientos.

La realidad les dice que los cambios radicales, no se producen así. Generan convulsiones, tensiones sociales, caos, e incluso desgobierno. Poco a poco se van sedimentando y encuentran su propio derrotero con el tiempo.

Cuando los Bolcheviques tomaron el Poder en la Rusia de 1917, hubo Comisarios del Pueblo -es decir Ministros- que no sabían siquiera dónde quedaba el Ministerio que tendrían a su cargo. Pero lo manejaron sabiamente porque actuaron con la simpleza y la honradez del pueblo. Eso fue allá, pero también lo fue, en todas partes.  Cuando un modelo de dominación cae y surge una nueva concepción de vida, crujen los resortes de la sociedad   

Aprender eso, será un modo de asimilar las lecciones de la historia,

MC

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