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El trumpismo de izquierdas y los no vacunados

David Souto Alcalde

Fuente: Rebelión

“Tengo ganas de joder a los no vacunados”, ha dicho Macron. Lo ha dicho como si fuera uno de esos aristócratas depravados que pueblan las novelas de Sade, en un tono jocoso, regodeándose de la vulnerabilidad de su próxima víctima, deshumanizándola para justificar la agresión.

En sus palabras el no vacunado no tiene ni tan siquiera el rango de adversario, sino que se presenta como miembro de una especie de estatus inferior que puede y debe ser degradada a placer. Podríamos pensar que este fascismo sádico propio del Saló de Pasolini es característico de la política neoliberal que Macron representa, pero tenemos que reconocer que no es del todo así. Ha sido más bien una parte importante de la nueva y vieja izquierda la que ha estado situándose desde hace meses en la vanguardia de este fanático cercamiento (inaceptable desde un punto de vista ético, pero también desde un punto de vista científico y sanitario) a los no vacunados.

Hace semanas fue el ex-ministro socialista Miguel Sebastián, quien reconociendo que el certificado covid-19 no tenía ningún sentido en términos epidemiológicos, pues la vacuna no corta la transmisión, celebraba que “la idea del pasaporte Covid es hacerles la vida imposible a los que no se quieren vacunar”. El pasado veinte de diciembre, Ana Pardo de Vera, directora de Público, en una infame columna en la que trataba el “debate lógico” de si los no vacunados debían correr con los costes derivados de una posible hospitalización por covid-19, se preguntaba “qué hacer con esta gente que nos pone en riesgo a todos los demás, además de cerrarles la puerta de nuestras casas en las narices”. En términos indudablemente fascistas, la aristócrata y periodista gallega, añadía: “El pasaporte covid para entrar en restaurantes, hoteles, bares o gimnasios es, sin duda, una de las formas de evidenciar y rechazar a estos ignorantes pasto de bulos, pero necesitamos más. ¿Quizás anotarles en la frente el coste de su tratamiento si van al hospital, con uno de esos tatuajes que no se borran en un par de semanas y que les estampen al salir junto con una colleja? No sé, algo… Por mentecatos/as.”

En este trumpismo de izquierdas el no vacunado es el nuevo inmigrante ilegal, pues ocupa con respecto al resto de la sociedad el mismo papel que tiene para la extrema derecha el mexicano ilegal o el mena. Es el culpable de todos los problemas derivados de una gestión contradictoria, ineficaz y criminal. Pero, ¿hay alguna base para la deshumanización a la que esta élite de izquierda quiere someter a los no vacunados?

Günter Kampf ya dejó claro en The Lancet que no tiene ningún sentido hablar de una “pandemia de los no vacunados” y que, por el contrario, los vacunados están jugando un papel primordial en la transmisión del virus. Es muy poco verosímil, por eso, que ante la situación epidemiológica actual, justifiquemos la necesidad de vacunar al 10% no vacunado de la población diana (utilizo la cifra existente en el momento en el que M. Sebastián y Pardo de Vera emitieron sus ataques) en aras de cortar la transmisión del virus. Mucho menos después de sucesos como el brote de Málaga, en el que de 172 sanitarios con la doble pauta completa de vacunación -algunos con tercera dosis- que se reunieron para cenar, acabaron contagiándose 80 (un 47%), pese a que antes se habían realizado test de antígenos y durante la cena habían seguido las medidas sanitarias oficiales. Tampoco parece convincente que el 10% no vacunado pueda ser un reservorio para que el virus mute (al contrario, existen numerosos estudios alertando de la posibilidad de que se dé fenómeno ADE entre vacunados de covid-19, de un escape vacunal, etc.) El último recurso que nos queda para justificar la injustificable degradación social que promueven estos trumpistas de izquierdas es la hipotética alta mortalidad o efectos graves que experimentarían este 10% de no vacunados.

Curiosamente, si consultamos los datos que proporciona Pardo de Vera, vemos que en los grupos de edad 12-29, e incluso 30-59 (grupo, por cierto, especialmente amplio y heterogéneo en cuanto a afectación y mortalidad) no se aprecia una diferencia de mortalidad entre los vacunados y los no-vacunados que justifique las injurias hacia el gran reservorio de no vacunados, esto es, el grupo de 20-40 años. La conclusión que estos datos nos ofrecen coincide con las recomendaciones de expertos tildados de negacionistas, es decir, la vacunación contra el covid-19 no debiera ser masiva sino centrarse de manera voluntaria en la población estadísticamente más vulnerable, o, como decía Martin Kulldorff, catedrático de epidemiología de Harvard, en su famoso tweet censurado por los inquisidores digitales: «vacunar a todo el mundo es tan científicamente erróneo como no vacunar a nadie». Hay que tener en cuenta, además, estudios como el de Neil, Fenton et al. , que están poniendo en cuestión la veracidad de los datos oficiales de mortalidad entre no vacunados.

Llegamos así al podrido meollo de la cuestión. El ristomejidismo de esta “izquierda” trumpista no solo degrada sin fundamento a los no vacunados (insistimos, al grupo 20-40 años), sino que al estilo de el Gran Inquisidor de Dostoievsky vilipendia -o, aún peor, silencia- en nombre de la ciencia a los científicos que cuestionan aspectos de la gestión de esta crisis que la izquierda debiera estar fiscalizando. ¿Por qué no presta atención Pardo de Vera a médicos y científicos de relevancia internacional como P. McCullough, G. Vanden Bossche o el premio Nóbel de medicina Luc Montagnier, que llevan tiempo alertando de posibles efectos adversos del uso generalizado de las vacunas contra el covid-19? ¿No tendría sentido investigar el exceso diario de ochenta muertes por encima de la media no atribuidas al covid-19 del que incluso se ha hecho eco de manera polémica un medio oficialista como La Razón? En este sentido, es inexplicable que los periodistas y políticos de izquierda debatan, por poner un ejemplo, las hipótesis de HART (Health & Advisory Recovery Team), un grupo de científicos, médicos, y académicos británicos que cuestionan que aquellos que han recibido la vacuna no consten en los catorce días posteriores al pinchazo como vacunados, por ser este el periodo en el que por una posible bajada de defensas más contagios y muertes se producirían (muertes que pudiendo estar causadas por la vacunación no serían atribuidas a esta).

La dictadura del relato oficial -mutante a diario como un auténtico virus informativo- hace que los mismos que defendieron cerrilmente la política mortífera del confinamiento total o el chamanismo del uso generalizado de la mascarilla en toda situación, asuman ahora que siempre fue obvio que eso era inefectivo y autoritario. No olvidemos que el confinamiento total fue un experimento darwinista social al estilo de El juego del calamar o Black Mirror en el que población vulnerable estaba expuesta al virus en sus trabajos y población no vulnerable confinada en sus casas, por no hablar del genocidio de ancianos en las residencias, de los muertos causados indirectamente o de la inusitada oleada de suicidios entre población joven. Con todo, aún hoy seguimos sin escuchar a los firmantes de la Great Barrington Declaration, quienes desde un primer momento nos alertaron de las fatales consecuencias la política represiva oficial de confinamientos totales, del uso generalizado de la mascarilla o de la vacunación masiva e intergeneracional. ¿Son también los impulsores de este grupo, catedráticos de epidemiología de universidades como Stanford, Oxford o Harvard, unos “mentecatos” negacionistas a los que hay que tatuar y dar una colleja como pedía Pardo de Vera? ¿Tan peligroso es organizar debates entre “expertos” con opiniones divergentes acerca de algo en lo que nos va la vida en lugar de ofrecer una falsa imagen de consenso?

La disolución de izquierda y derecha en el Nuevo Orden Mundial. ¿Hacia una nueva política?

Esta lógica de cancelación informativa muestra que la izquierda ha perdido su sentido social y se ha replegado en la misma fe ciega en el progreso, en la tecnología y en una problemática concepción de la ciencia que la vio nacer junto al liberalismo tras el reaccionario big-bang ilustrado del s. 18. Este punto cero de arranque de la modernidad transformó el pasado en un agujero negro e invisibilizó las pulsiones republicano-democráticas anteriores hasta hacernos creer que nunca existieron, pero dio lugar a una división derecha-izquierda que tuvo sentido por su diferente concepción de lo social. La pulsión tecno-fascista del trumpismo de izquierdas nos muestra que esta arquitectura política ha saltado por los aires. El significante “izquierda” se utiliza, cada vez con mayor insistencia, para blanquear políticas antisociales y contrarias a una igualdad real que son impulsadas por la revolución de la mundialización digital y el post-humanismo. Parte de este envenenado proceso es lo que Daniel Bernabé ha llamado “trampa de la diversidad” pero el elemento definitorio es la imparable deriva autoritaria del estado liberal que han preconizado en las últimas décadas teóricos como Scheuerman, Bruff o Oberndorfer.

La crisis del covid-19 ha tenido lugar en medio de esta transformación y ha funcionado más como un catalizador de la misma, que como un fenómeno político singular. No deja de sorprender, empero, el afán de la izquierda mediática por acelerar el tránsito a este nuevo régimen autoritario. Tomemos como ejemplo el tweet del 21 de diciembre de Ramón Espinar, en el que este advertía de que pese a que fuese absurdo, “si las autoridades nos dicen que nos pongamos las mascarillas en exteriores hay que ponérselas”, y añadía un lacónico pero amenazante “Ni media tontería”. El tweet entremezcla deliberadamente autoridades médicas -sin poder político legítimo- con autoridades políticas para validar sin ambages un mega-poder ejecutivo que en nombre de los expertos se traga a todos los otros poderes y convierte, por tal o cual crisis, la excepción gubernamental en la norma de gobierno, como ya predijeron Poulantzas o Jessop. Pero, ¿también nos advertiría Espinar de que “ni media tontería” con respecto a eventuales dictámenes de sádica austeridad de las autoridades económicas -fuesen estas quienes fuesen- en una crisis económica? Ni la economía ni la medicina son ciencias exactas. La primera es una ciencia social y la segunda una ciencia aplicada. Si por algo se caracterizan es por construir consensos relativos a partir del disenso.

Hay que reconocer, sin embargo, que los mejores ejemplos de este trumpismo de izquierdas los encontramos en la revista CTXT. En un artículo del pasado septiembre, Manuel Garé producía una insólita defensa del Foro Económico Mundial con la excusa de atacar la “delirante narrativa anti-progresista” de la extrema derecha y del “conservadurismo mundial”. Según Garé, The Great Reset, la autoritaria agenda política propuesta por Klaus Schawb, presidente con pasado nazi de la institución desde su origen en 1971, “de lo que habla es de la pandemia como una oportunidad para apostar por una economía más verde y sostenible, más inclusiva y menos dispar, que potencie las relaciones entre países y evite los nacionalismos y las guerras”. En esta defensa desde la izquierda de la agenda del Foro de Davos (y en su condena de todo disidente como miembro de la extrema derecha), Garé no hace referencia alguna al ideario post-humanista y abiertamente fascista que defiende Schawb, quien, por ejemplo, en The Fourth Industrial Revolution deja claro que “estamos a las puertas de un radical cambio de sistema que requiere que los seres humanos se adapten continuamente”, de manera “que veremos un creciente grado de polarización, entre aquellos que aceptan el cambio y aquellos que lo resisten”. Por eso, vaticina Schawb, se producirá una “desigualdad ontológica” por la cual los que no acepten los dictados de los grandes poderes serán excluidos, además de “ser los perdedores en todo posible sentido del término”.

Esta disforia ideológica que hace intercambiables izquierda y derecha se manifestó en la reciente comparecencia del físico teórico Antonio Turiel en el Senado para hablar de la transición energética. Tras las alertas anti-capitalistas de Turiel sobre lo estéril de ciertas políticas oficialistas contra el cambio climático, el representante de Unidas Podemos cuestionó como una conspiración infantil que hubiese poderosos en el mundo con grandes intereses, mientras que VOX se dedicó a darle la razón al conferenciante citando a Chomsky. Esto no significa en absoluto que la extrema derecha sea la nueva izquierda, sino que evidencia que una cosa y otra son parte de un mismo espectáculo performativo desconectado por completo de la realidad. Las dos fuerzas mantienen las apariencias con placebos ideológicos. La izquierda confunde la defensa del republicanismo con atacar la corrupción de la monarquía, sin reparar en que los monarcas a los que hay que cortar hoy la cabeza son los grandes poderes que deciden a lo Luis XVI nuestros destinos sin consentimiento alguno. La derecha se amarra a su retro-liberalismo reaganista enfrentándose a un comunismo que ven por todas partes pero que de existir sería un comunismo rockefelleriano, la comuna de los elegidos.

Si algo muestra esta mascarada política es que la peligrosa inutilidad de izquierda y derecha radica en su confianza ciega en una concepción naif de la tecnología, la ciencia, e incluso la economía, que no distingue entre el ya extinto mundo de las tecnologías analógicas (que aumentaban las fuerzas humanas y naturales) y el nuevo imperialismo global de las tecnologías digitales (que sustituye las fuerzas humanas y naturales en una lógica trascendente y anti-humana que ansía alcanzar lo post-humano). La división izquierda/derecha podía tener sentido en el mundo analógico en el que la tecnología estaba sujeta a control humano, pues de lo que se trataba era de decidir si está era dominada para beneficio mayor de unos pocos, como quería el liberalismo, o para el conjunto de la sociedad, como ansiaba el anarquismo o el marxismo. La encrucijada actual requiere un control republicano de la revolución digital y del post-humanismo. Por eso, si en el s. 16 hubo una revolución política en nombre de la ley natural y en el s. 18 en nombre de la igualdad formal, hoy debemos reclamar una revolución republicano-democrática que defienda los intereses humanos ante el tecno-fascismo post-humanista y asegure las condiciones materiales necesarias para vivir en libertad.

La transversalidad de la nueva política debiera basarse en esta constante del republicanismo democrático (la seguridad material) adaptada a nuestros tiempos digitales. La ciencia juega un papel fundamental en este nuevo escenario, pero debe ser una concepción interdisciplinar de la ciencia que prime el debate -no la fe en la autoridad- e incluya a las ciencias humanas y sociales. Los trumpistas de izquierda harían bien, por eso, en empezar a hacer propósito de enmienda. Si defienden el pluralismo y a las minorías no se entiende la retórica fascista utilizada contra los disidentes y críticos con la gestión oficialista de la crisis del covid-19. Pero si son, además, como dicen, defensores de la ciencia, se entiende aún menos que silencien o vilipendien sin posibilidad de réplica tanto a médicos como a científicos que, con sus doctorados y publicaciones -¡ah, los protocolos de la ciencia!-, debieran tener asegurado el derecho a intervenir en la esfera pública en crisis como la que nos ocupa.

Tomémonos, por eso, la vacunación contra el covid-19 con racionalidad. No legitimemos lógicas abusivas que naturalicen una futura distopía republicana en la que tengamos que compartir a la fuerza nuestros datos de geolocalización o biométricos con la excusa de evitar accidentes, infartos, secuestros o el discurrir de la vida misma.

David Souto Alcalde, doctor en Estudios Hispánicos por la New York University, es escritor y profesor de cultura temprano-moderna en Trinity College (EEUU). Ha publicado artículos académicos que exploran el pasado del republicanismo y la relación entre política y literatura. Es autor de los libros de poesía A árbore seca (Espiral Maior, 2008) y Vertixe da choiva (Toxosoutos, 2009). Actualmente está terminando una novela que explora las relaciones entre la infructuosa llegada de la democracia a España y las prácticas de deseo posteriores a la Transición, así como un ensayo titulado Republicanismo barroco. El surgimiento de la imaginación republicana moderna en la literatura del Siglo de Oro español.

MC

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