Luis E. Sabini Fernández
Fuente: Rebelión
Alberto Benegas Lynch (h) es considerado, como se dice ahora, un referente del pensamiento liberal.
Y ha escrito en su columna en el muy occidentalista diario El País (Montevideo, 30 jul. 2022) una columna titulada “Eduardo Galeano” con la que procura hacerle justicia al mencionado intelectual.
Nuestro autor (en adelante Benegas) se tranquiliza al saber que Eduardo Galeano ha rectificado sus planteos de Las venas abiertas de América Latina. No es muy explícito en los cambios que Galeano habría procesado. Por ejemplo, registra un comentario de ese autor (del año 2014) de que “no sería capaz de leer el libro de nuevo […] no volvería a leer Las venas abiertas de América Latina porque si lo hiciera caería desmayado.” Pero eso no es novedad en Galeano, puesto que él solía abandonar a su propia suerte los escritos que publicaba. Se sentía, por el contrario, orgulloso de jamás mirar atrás. Y como, además, se sentía en proceso de perfeccionamiento, solía tener una mirada poco indulgente con su producción anterior.
Pese a que pasa por alto eso que es como una impronta en Galeano, Benegas procura hacer justicia a “la admirable honestidad intelectual de este notable escritor uruguayo”.
Y de inmediato surge la cuenta que le ha quedado pendiente: polemizar con Galeano. No pudo ser, explica, porque la muerte se llevó prematuramente al celebérrimo Galeano.
Benegas ha pensado largo y tendido, nos confiesa, cuán extraordinario espadachín habría sido un Galeano liberal “para persuadir a muchos de las ventajas del respeto recíproco y de los crímenes del Leviatán desbocado que aniquila el progreso muy especialmente de los más vulnerables.”
Despacito y por las piedras. Nuestro autor condensa en esta cláusula una serie de afirmaciones de dudosos quilates y que en todo caso merecen un circunstanciado análisis.
“[…] las ventajas del respeto recíproco”. Tal vez leí mal. Pero me parece que ese pasaje alude al clima que otorga lo liberal. ¿En dónde? ¿Reciprocidad de respeto en el universo empresario? ¿En la empresa, en el establecimiento rural? ¿En la circulación de ideas? La frase nos resulta una pinturita estrafalaria, como marxista, pero de Groucho.
“[…] y de los crímenes del Leviatán desbocado.” Cuando un liberal luce su profesión de fe liberal –siempre con mucha autocomplacencia–, nos recuerda los horrores, verdaderos, de los Leviatanes, desbocados o refinados. Ejemplos abundan (estalinismo, nazismo, y no solamente con guante estatal, que también se han “lucido” el calvinismo, el Islam wahabita, el integrismo católico…), pero pasa por alto, como si fuera la cara oculta de la Luna, otro monstruo no menos temible que el Leviatán, habitado en el lucro y la libre empresa. ¿Existe acaso un universo más tiránico que el empresario? ¿Una modalidad menos democrática? (claro que las hay; cárceles, esclavitud… ¡pero a lo que hay que llegar para que empalidezca la heteronomía empresaria!).
¿Qué ha generado más muertes entre humanos que el mundo empresario? No estamos hablando solamente de casos como las trabajadoras que fueron encerradas un 8 de marzo, bajo llave y murieron asfixiadas y carbonizadas en un edificio fabril neoyorquino. Con ser 146 las mujeres asesinadas, casi todas extranjeras, inmigrantes, ese asesinato empresarial, atroz, modélico y machista, es casi insignificante ante los labrados por las compañías colonizadoras en África y Asia, por ejemplo.
Porque la colonización europea de dichos continentes le fue otorgada a los emprendedores, privados; a la Compañía de las Indias Orientales, a la de los Mares del Sur, y otras, y quedó a cargo de los estados colonizadores la asistencia a tales emprendimientos, algo diferente a lo acontecido en América. Y fueron también empresarios los que generaron jugoso negocio con el tráfico de esclavos, es decir de humanos aprisionados, secuestrados, encadenados y transportados a América.
En las Américas los empresarios europeos, tanto de origen anglo como hispano, agotaban la mano de obra local mediante sobreexplotaciòn, hambre, maltrato, abuso y terror y pronto necesitaron nuevos brazos para sostener los ritmos de extracción de bienes codiciados en Europa (vegetales, minerales y hasta animales).
No se necesita un Leviatán para constituir atroces exterminios (aunque los estados se han esmerado para hacerlos también).
Benegas remata la frase que hemos reproducido explayándose con la observación de que el Leviatán invocado “aniquila el progreso muy especialmente de los más vulnerables”.
Este remate es tan equivocado o falaz como las partes que ya hemos glosado, porque lo que ha aniquilado el progreso de Los Nadies –como los denominaba Galeano– ha sido, las más de las veces, la angurria empresaria.
Vayamos a su país, estimado. Lo sugiero se dé una recorrida por la galería fotográfica de un trabajador de la mirada, Pablo Piovano. Ha registrado cuidadosamente, con el corazón estrujado pero el pulso firme: “El costo humano de los agrotóxicos”.
Piovano fotografía los cuerpos retorcidos, estropeados, que los agrotóxicos –lo que el mundo empresario (y el Leviatán indolente que lo acompaña) llama fitosanitarios– han ido sembrando en el campo argentino, junto con la “exitosa” siembra de soja transgénica.
Lo que Piovano, con sinceridad y dolor registra, con ser atroz no es sino una mínima parte del daño. Porque no conocemos todas las alteraciones subclínicas que la población ha –hemos– recibido y sigue –seguimos– recibiendo hoy con los alimentos. De eso no se habla. Porque son las ganancias de emporios transnacionales –empresas privadas, no estados– del rubro alimentación (Knorr, Unilever, Nestlé, Coca-Cola, Danone, Kellogg’s y varios más).
Pero la amenaza a nuestra salud se agiganta año a año, década a década, también con la medicalización de la sociedad, que cada vez más se acerca a una modalidad forzosa, nada liberal, coartada científica mediante. La iatrogenia es hoy una de las más importantes causas de muerte. Que en general no proviene del médico de cabecera o distrito ni de los hospitales públicos, sino de las industrias conexas a lo sanitario, que eligen no combatir el cáncer, tratar de impedir su aparición, sino empeñarse en su “detección precoz” (con lo cual se trata de salvar vidas sin molestar la tasa de ganancia empresaria. Detrás de este peculiar desarrollo médico tenemos a Abbott, Pfizer, Syngenta, Bayer, Monsanto, Squibb, Moderna (y algunas instituciones públicas paraestatales como el NCI en EE.UU.) La huella en la salud planetaria es inmensa, pero compleja, y mediáticamente se presenta generalmente así: cuando ayudan a la salud, a la vida, se las promociona; cuando se han constituido en agentes de muerte, sobreviene silencio mediático o se las sigue promoviendo como si ayudaran a la vida.
Las muertes que tales empresas cosechan tienen asistencia de algún Leviatán. Pero si no la tuvieran, ellas mismas construirían los equivalentes.
Así que está muy bien tener presente la colectivización forzosa soviética de 1929, las gran hambruna, el Holodomor ucraniano de la década del ’30, el Gran Salto Adelante chino, de los ’50, y tantos otros asesinatos colectivos con la marca odiosa del Leviatán, pero únicamente si aprendemos a sumar y no a compensar unos muertos empequeñecidos con otros agigantados.
Porque el liberalismo es una tranquila ideología de respeto humano basada en el mundo señorial construido en los albores de la modernidad, pero no solo por grandes hombres, benefactores. sino también por grandes asesinos a menudo seriales. Muchas veces en la órbita pública, pero no menos, al contrario, en la órbita privada.
El afán liberal de condenar los atropellos del poder público y hacerse los monos sabios con los del mundo privado es no sólo bizco y falso; es además mendaz, porque con esa mirada se pasa por alto una enorme trama de cuestiones éticas y políticas.
Si algo invoca la mirada liberal es su pretendida honestidad; su autosatisfacción habiendo enfocado con tanto rigor, los males del Leviatán. No ha sido errado tal ataque. Apenas parcial, éticamente tan insatisfactorio como el afán de tanto estatista izquierdoso de condenar los males, atroces, del capitalismo y su rapacidad que parece ser congénita, mientras procura al mismo tiempo, ignorar los inmensos daños llevados a cabo desde los estados, particularmente proletarios, nacionales, socialistas.
El emprendedurismo capitalista no sólo está resultando cada vez más nefasto por los rasgos que hemos señalado; es además profundamente estúpido, porque contaminar el planeta no ha sido particularmente sagaz ni estimable, por más que se haya santificado ese atropello con la bandera del progreso.
La pretensión liberal de ensalzar lo privado y condenar lo público es un penoso ejemplo de bizquera política que oculta mucho más que lo que deja ver.
Y esto apenas es un apunte hacia las cuestiones de la modernidad y su matriz liberal.