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Los incendios de Maui, un paraíso para especuladores

Azahara Palomeque

Fuente: Rebelión

Los residentes de la isla se quejan de que inversores y constructoras quieren comprar sus terrenos arrasados por el fuego para favorecer el turismo. El gobernador ha alertado de estos “compradores predatorios” y promete aprobar medidas que protejan a la población local.

La isla de Maui, en el archipiélago de Hawái, atraviesa momentos críticos tras haber sufrido lo que muchos medios internacionales llaman ya «el peor incendio en la historia moderna de Estados Unidos«. Las imágenes son sobrecogedoras, tanto como los datos de la tragedia: por ahora, se cuentan 114 muertos, más de 1.000 desaparecidos, y casi 3.000 edificios dañados o completamente destruidos, la mayoría de ellos en la ciudad costera de Lahaina, la más afectada. Hogar de unas 13.000 personas, este enclave paradisíaco se ha transformado en el epicentro de una catástrofe todavía en marcha: las labores de rescate no han terminado y, aunque los distintos focos del incendio están controlados, aún no han sido totalmente extinguidos. En mitad de la desolación por haber perdido a seres queridos, sus hogares y empleos, pues se estima que el coste económico asciende ya a 6.000 millones de dólares, los residentes de este rincón de océano Pacífico deben enfrentarse a otra lucha, esta vez con el objetivo de preservar sus tierras. Numerosas corporaciones han manifestado implícitamente su interés en comprar la superficie quemada a precio de saldo para después especular con ella, según múltiples testimonios. «Hay mucha especulación inmobiliaria» –afirmaba recientemente una de las víctimas, entrevistada por MSNBC– «Inversores y constructoras se están poniendo en contacto con los dueños de viviendas para comprarles el terreno, y esto es asqueroso… Lahaina no está en venta». 

Capitalismo del desastre

La escritora y activista canadiense Naomi Klein acuñó, en su famoso libro La doctrina del shock(2007) una expresión que hoy vuelve a tener eco a la luz de estos fuegos infernales: «capitalismo del desastre«. Según su propia definición, se trataría de una «táctica para explotar momentos de trauma colectivo extremo para aprobar rápidamente leyes impopulares que benefician a una pequeña élite«. En sintonía con lo que el teórico David Harvey llamó «acumulación por desposesión», se teme que este clima de vulnerabilidad sea aprovechado por las multinacionales para hacer acopio de una riqueza que, hasta el 8 de agosto, día que se desató el macro-incendio, estaba relativamente segura en manos de la población local. Los residentes originarios llevaban tiempo soportando fenómenos bien arraigados en las zonas turísticas: gentrificación, encarecimiento de productos y servicios básicos, desplazamientos forzosos…, pero ahora la situación podría agravarse. KITV, entre otros medios, recoge esta angustia: «Dejadnos recibir la ayuda que necesitamos, y dejad que Lahaina siga siendo Lahaina», aseguraba otra de las víctimas. 

Muchos vecinos de la isla se han organizado para pedir al gobernador, Josh Green, que impida la apropiación indebida de terrenos y otros recursos naturales justo ahora que 4.500 personas necesitan algún tipo de refugio, e incluso a quienes les corresponde recibir ayudas federales o reembolsos de los seguros podrían tardar meses o años en ver ese dinero. Green ha publicado un comunicado alertando a la ciudadanía sobre posibles prácticas inmobiliarias predatorias por parte de «personas sin escrúpulos», en el cual se incluye el teléfono de varias oficinas de asistencia y se insta a actuar “con duda y escepticismo». Otras medidas que ha anunciado son la posible implementación de una moratoria en las ventas, o la adquisición estatal de terrenos para construir vivienda social. «No queremos que esto sea otro ejemplo de personas expulsadas del paraíso por motivos económicos» –aseveró, aunque buena parte de los lugareños muestra desconfianza. 

Este incendio forestal es el más mortífero en Estados Unidos en más de un siglo.

Legado colonial

La catedrática de derecho en la Universidad de Hawái Kapuaʻala Sproat es una de ellas. Para Democracy Now, advierte de otro peligro inminente: la pérdida del derecho al agua, que ya estaba en juego antes de que las llamas engulleran Maui. Sproat vincula los sucesos recientes con lógicas coloniales que han sido la norma en el archipiélago desde hace más de 150 años: si, en el siglo XIX, el territorio insular pasó de ser un humedal a transformarse en un conglomerado de ingenios azucareros que desecaron la tierra, en el siglo XX el agua le fue arrebatada a parte de la población local para destinarla a hoteles, resorts, o campos de golf, hasta ahora. Los movimientos sociales que han batallado por lograr permisos de agua en los últimos años podrían perderlos con la declaración de emergencia que ha firmado el gobernador. El estado de excepción, ya lo decía el filósofo Giorgio Agamben, no tiene nada de excepcional, pues se ha instalado en nuestro marco jurídico como paradigma de gobierno. 

Otras voces apuntan, asimismo, a la revocación de protecciones especiales para edificios históricos –hasta ahora libres de la amenaza de la especulación–, ya que no son más que ceniza. Lahaina fue la capital del Reino de Hawái antes de que ésta se trasladara a Honolulu en 1845 y, apenas dos semanas atrás, albergaba un patrimonio cultural excepcional. Por otra parte, la historia colonial de Hawái debe ubicarse en el contexto de expansionismo norteamericano: antes de que el archipiélago fuese anexionado por Estados Unidos en 1898, proceso «espoleado por el nacionalismo surgido de la Guerra Hispano-Americana» –según el archivo del Departamento de Estado, en referencia a lo que en España se conoce como Guerra de Cuba–, ya era explotado por terratenientes yanquis. De hecho, Klein ha trazado no pocos paralelismos con la situación de Puerto Rico tras el huracán María en 2017, otra isla que pasó a su dominio, con la diferencia de que nunca se le concedió la categoría de estado.

Cambio climático

Los orígenes coloniales de Hawái, así como el extractivismo azucarero y luego turístico, explican parte de la historia, pero no se entendería tal nivel de destrucción sin la apelación al cambio climático. Aunque no se conocen las causas exactas del incendio, y no faltan teorías de la conspiración que persiguen desinformar al lector incauto, el cambio climático ha jugado un papel esencial: la sequía que afrontaba la isla y unos vientos desaforados procedentes del huracán Dora, más al sur, contribuyeron al desastre. Queda por ver si las instancias gubernamentales reaccionarán desde la justicia social y climática o, por el contrario, esta tragedia se tornará otra oportunidad para quienes a menudo se lucran de las desgracias ajenas.  

MC

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