Pensamiento Crítico

¿El futuro será mejor?

Frei Betto

Fuente: Kaos en la Red

Muchos creen que, terminada la pandemia, el mundo será mejor y la humanidad más solidaria. No regresaremos a la antigua «normalidad». Confieso que ya no guardo el pesimismo para días mejores. No advierto en la COVID-19 ese poder revolucionario capaz de derribar el neoliberalismo, erosionar los paradigmas del libre mercado y reforzar el papel del Estado en la protección de la población más vulnerable.

Las luchas sociales aún tienen mucho camino por andar rumbo a un futuro de menos desigualdad y, ojalá, un ingreso básico garantizado para cada ciudadano del planeta. Cuando suponemos que las cosas están mejorando ocurre una tragedia como el etnocidio en Minneapolis, el viernes 29 de mayo, cuando el negro George Floyd fue asfixiado hasta la muerte por el policía blanco Derek Chauvin. Y eso en el país de Martin Luther King, donde se presumiría que ese tipo de discriminación violenta ya habría sido superado.

Mi hipótesis de que el mundo regresará peor a la «normalidad» después de la pandemia se basa en el ejemplo histórico de la gripe de 1918-1920, erróneamente llamada «gripe española».

Según el historiador norteamericano Alfred W. Crosby, la pandemia se originó en Kansas. La Casa Blanca ocultó ese hecho para que Estados Unidos no quedara mal en la fotografía. Como en España no había censura de prensa, pues el país se declaró neutral en la Primera Gran Guerra, y el rey Alfonso XIII contrajo la enfermedad, fue de allí que surgió la noticia de la pandemia, que se conoció a partir de entonces como «española». Se propagó por todo el mundo, infectó a 500 millones de personas, lo que equivale a una cuarta parte de la población mundial en la época, y mató a 50 millones de enfermos.

¿Y qué vino a continuación? ¿Un mundo más justo? Lamentablemente no. Al regresar a la «normalidad» casi nunca ponemos en práctica los buenos propósitos que nos propusimos en el hospital, el retiro espiritual o la cárcel. Lo que sucedió fue la aparición de un apetito exacerbado de disfrutar de la vida, como si el futuro se condensara en el presente. La época pasó a conocerse como «los dorados años 20» o «los locos años 20» (the roaring twenties).

Con el lastre de los muertos por la gripe de Kansas y las 30 millones más de víctimas de la Primera Gran Guerra (1914-1918) se buscó alivio en el charlestón, el foxtrot, el tango y el jazz de Louis Armstrong, King Oliver y Duke Ellington. George Gershwin nos regaló su monumental Rapsodia en Blue. Hollywood aceleró su producción cinematográfica para propagar la cultura de masas. El cine mudo cedió su lugar al hablado. Los estudios Disney crearon a Mickey Mouse.

El mercado se embriagó de euforia. En los edificios, el art decó; en las calles, el Ford modelo t. El Empire State parecía haber vencido, con sus 102 pisos, el desafío de la Torre de Babel. Charles Lindbergh realizó el primer vuelo trasatlántico sin escalas. Fleming descubrió la penicilina.

En la pintura, Munch, Kandinsky y Kirchner traducían la subjetividad humana con el expresionismo, y la obra de Freud inducía a la quiebra de los paradigmas pictóricos en el surrealismo de Picasso, Breton, Miró, Duchamp y Dalí. La literatura nos trajo lo mejor de Hemingway, Gertrude Stein y F. Scott Fitzgerald.

Todo indicaba que, por fin, Alicia había encontrado el País de las Maravillas. Hasta que estalló la caída abisal de las bolsas en 1929 y, con ella, la Gran Depresión. Consumidos los sueños por el incendio que irradió en miles de quiebras, se aprovecharon las llamas para calentar el caldo de la cultura que dio por resultado el nazismo, el fascismo y el fortalecimiento de los imperialismos yanqui y ruso. Todos conocemos el resto de la historia, que culminó en la Segunda Gran Guerra (1939-1945).

Pero como el futuro es inevitablemente fruto de lo que sembramos en el presente, es hora de evitar que la historia se repita como farsa, como diría Marx. Lo que nos toca es defender a toda costa la democracia participativa y una economía verdaderamente solidaria.

MC

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