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La izquierda dominicana y sus tontos útiles

MARÍA ESTER AGNESI

Dijo un día una amiga que solo hay dos caminos hacia la felicidad: uno es hacerse la tonta; el otro, serlo realmente. Pero hay una tercera vía hacia la felicidad burguesa (aunque en realidad es una variante de la primera, que la lleva a confluir con la segunda), que consiste en hacerse el pendejo con la suficiente disciplina, entrega e insistencia, como para que el papel acabe adueñándose del actor.

En la historia de la política la izquierda de República Dominicana, a cambio de su propio suicidio, nunca se habían amontonado tantos tontos útiles para apoyar a un partido del sistema, como en estas elecciones legislativas. Existen varios casos importantes de gente que ha traicionado sus intereses a cambio de un plato de lentejas, pero nunca fue tan grande la caterva.

Lo que hace este momento histórico dominicano espantosamente interesante es que ese sector de la izquierda camina a contra paso con la corriente ideológica continental que hoy viven los pueblos del continente. Desde el Rió Grande, hasta la Argentina ha florecido la idea de que otro modo de hacer las cosas es posible. Los excluidos han dicho ¡basta ya!, han tomado en sus manos la rienda de su destino; han tomado control de los procesos y gobiernos, y algunos ya se encaminan a tomar el poder cambiando completamente el estado. También hemos visto como, en más de una ocasión los pueblos del continente se han levantado para, construir sus propios lideres y, en más de una ocasión, cuando estos les han fallado los han quitado y sustituido.

Los pueblos del continente están construyendo sus sueños y creando nuevos paradigmas.

Mientras todo esto pasa a nuestro alrededor, los tontos útiles que lideran algunos partidos de izquierda dominicano abandonan la lucha, abandonan su pueblo. El liderato de la izquierda que promueve la alianza con los partidos del sistema como única solución para acercarse a las masas, anda, en el mejor de los casos, perdido o cansado, en busca de unos intereses particulares que nada tienen que ver con las aspiraciones del pueblo.

Estos, desesperados por justificar sus indignos actos, escriben algunos artículos analizando la situación montada en todo una fábula, aupadas en triunfalismos, navegan como barcos en la niebla, sin brújula y con los capitanes desorientados. Encallarán, que quede claro, en la primera sirte si no asumen la estatura que su pueblo demanda. La política no se hace en abstracto. Se hace estudiando el entorno.

La realidad es la que palpamos, la que pisamos, la que vivimos las y los dominicanos. Para hacer un análisis de cambio, es preciso saber hacia donde vamos. Hablando de hegemonías, Antonio Gramsci decía que hay un momento en la historia en que un sector de poder logra convencer a gran parte de la población de que sus propios intereses son los de toda la población, a modo de mantener sus privilegios.

Pero hay una fase en la que los pueblos hacen conciencia de su estado de exclusión, en un momento y las clases sociales dejan de sentirse reprensadas por los partidos del sistema. Es decir la gente deja de sentirse identificada por las formas organizativas, el liderato, y la imagen que los partidos representan. Cuando esto ocurre, los partidos de izquierda pueden aprovechar dicha oportunidad para vincularse con la gente, marcar distancia de los partidos del sistema y promover sus ideas y estrategias como vías factibles para cambiar el status quo.

Así lo hemos vistos en los procesos victoriosos de Ecuador, con el gobierno de Correa; en Bolivia, el de Evo Morales; y en la República Bolivariana de Venezuela, el de Chávez.

Es claro, sin embargo, que si la izquierda y su liderato no están a la altura del momento histórico, esa oportunidad se pierde y los partidos tradicionales pueden recomponer su discurso, usar todos sus recursos de disuasión y lograr cambiar su imagen a modo de recomponer su hegemonía.

En este período, en el país, con ese fin han puesto todos sus instrumentos de socialización, prensa, iglesia, semana santa, fiestas populares, pelota, en fin, toda una serie de artilugios dirigidos a potabilizar los partidos del sistema. Cuando todo esto no es suficiente, se apela a un mecanismo efectivo, la cooptación de los grupos antagónicos, donde los tontos útiles juegan un papel determinante, a modo de promover la idea de desplazamiento ideológico. Ese es el escenario que el teatro político nos presenta hoy.

Quizás hay tiempo todavía para salir de este atolladero. Pero hace falta más grandeza y menos ego. Los que no hemos claudicado, tenemos que jugárnosla, y entender de una vez, que aquí hay dos posiciones irreconciliables y con una brecha que tiende a abrirse cada vez que se revelan más detalles del plan MIUCA-Acción por el Cambio. (Mejor sería llamarlo MIUCA-Acción para que Haya Mucho de lo Mismo).

Es claro que los que impulsan la claudicación, se han atrincherado en sus posiciones. Ellos reconocen que hay un pueblo establemente molesto y que por las deserciones de otros antes que ellos, y su propia torpeza, aún no termina de depositar la confianza en la izquierda.

Muchas han sido las veces que la izquierda ha desaprovechado la debilidad de los gobiernos para presentar una visión distinta de país y se han desaprovechado. ¡Cuantos líderes de esos partidos del sistema se han reciclado en los últimos 40 años! No recuerdan, que este pueblo vomitó a Leonel Fernández como empache de asadura, para luego reelegirlo.

No es verdad que el pueblo vuelva tras sus vómitos. Es que las opciones que estos líderes vitalicios de la izquierda le han presentado a este pueblo han sido nulas. Y ahora que el panorama global nos favorece, y ahora que vemos decrecida la capacidad de la derecha de influir, y vemos como desesperadamente intentan cambiar su imagen, los pseudos líderes de la izquierda ayudan en el montaje. Esos líderes se han montado en una espiral suicida en donde el único objetivo es acomodarse. Algunos ya se sienten funcionarios.

La historia recogerá en el futuro el papel de Manuel Salazar y Virtudes Álvarez, arquitectos de la coartada, y los otros líderes indiscutibles de esta irracional movida de la izquierda revolucionaria. Entre otros que hacen coro desde las calzadas o quienes pasivamente apoyan con su sumisa actitud, la alianza con los partidos del sistema.

Callar ahora, indistintamente de cuales sean sus siglas de afiliación, es dar apoyo tácito a un funesto paso. Es dejar que el carruaje siga hacia el abismo sin inmutarse. Todos terminarán políticamente desechos, como adorno de la derecha.

MC

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