Pensamiento Crítico

La doctrina Friedman en el siglo XXI

Michael Roberts

Fuente: Kaos en la Red

El Stigler Center de la Booth Business School de la Universidad de Chicago acaba de publicar un libro electrónico que conmemora el estudio de Milton Friedman sobre el valioso y virtuoso papel de las corporaciones capitalistas modernas. Ostentando el nombre del destacado economista neoclásico George Stigler , el Stigler Center quiere honrar el trabajo de Milton Friedman que justifica las corporaciones capitalistas como una fuerza para el bien.Para quienes no lo sepan, Milton Friedman fue el principal economista de la ‘Escuela de Chicago’ en el período de posguerra y un reconocido exponente del ‘monetarismo’, es decir, de la teoría según la cual la inflación de los precios de los bienes y servicios es causada por cambios en la cantidad de dinero que circula en una economía. Friedman era conocido por su apoyo a los «mercados libres», los gobiernos pequeños y las dictaduras (dio consejos a la dictadura de Pinochet en Chile en la década de 1970).   En mi libro, La Gran Recesión, analizo la obra de Friedman en la p.119.Lo que interesa al Stigler Center es el análisis de Friedman de las empresas, la forma que las empresas capitalistas modernas han tomado desde finales del siglo XIX, que ha sustituido a la mayoría de las empresas de propiedad directa de sus directivos (de propiedad familiar o de varios socios). La ‘doctrina Friedman’, como se la ha llamado, sostiene que la única responsabilidad de una empresa es con sus accionistas . Y como tal, el objetivo de la empresa es maximizar sus beneficios para los accionistas. Las corporaciones están ahí para maximizar las ganancias y ese debería ser su único objetivo, sin distracciones como la «responsabilidad social» u otras preocupaciones «externas». De hecho, si las empresas o corporaciones hacen eso, en el mundo de los mercados libres, toda la comunidad se beneficia: “Existe una sola y única responsabilidad social de las empresas: utilizar sus recursos y participar en actividades diseñadas para aumentar sus ganancias siempre que se mantenga dentro de las reglas del juego, es decir, participe en una competencia abierta y libre sin engaños o fraude». (Friedman).

El libro del Stigler Center tiene como objetivo defender y promover la definición de Friedman del objetivo de las corporaciones capitalistas. Pero también contiene ensayos en contra. No discutiré los detalles de los ensayos que defienden la doctrina de Friedman: prefiero mirar los argumentos de quienes no están de acuerdo. Pero comencemos diciendo que Friedman tiene razón: el objetivo de las empresas o corporaciones capitalistas es maximizar las ganancias para sus propietarios, ya sean de propiedad directa o mediante acciones. Y tiene razón al decir que cualquier otro motivo u objetivo solo puede restar valor a la consecución de ese beneficio.

Por supuesto, en lo que Friedman se equivoca es en suponer que la pulsión del capitalismo por las ganancias en un ‘mercado libre competitivo’ beneficia a todos, no solo a los propietarios capitalistas, sino a los trabajadores y al planeta. Es una tontería que los defensores de Friedman en el libro del Stigler Center, como Kaplan, concluyan que “Friedman tenía y tiene razón. El mundo en el que las empresas maximizan el valor para los accionistas ha sido inmensamente productivo y exitoso durante los últimos 50 años. En consecuencia, las empresas deben seguir maximizando el valor para los accionistas siempre que se mantengan dentro de las reglas del juego. Cualquier otro objetivo incentiva el desorden, la desinversión, la interferencia del gobierno y, en última instancia, el declive».

Pero los críticos de la doctrina de Friedman, en especial los economistas keynesianos / heterodoxos caen en una trampa. Su línea, como sostienen Martin Wolf y Luigi Zingales, es que la doctrina de Friedman fracasa porque no hay mercados competitivos libres en el capitalismo moderno. Las corporaciones se han vuelto tan grandes que se han convertido en «creadores de precios», no en «tomadores de precios».  Como dice Wolf, las grandes corporaciones no se adhieren a las reglas y regulaciones en un ‘campo de juego equitativo’ en los mercados: “las corporaciones no toman reglas sino más bien hacen reglas. Juegan juegos en los que tienen un papel importante en la creación de sus reglas, a través de la política «.

La implicación de esta crítica de la doctrina de Friedman es que si las corporaciones se limitaran a “las reglas”, entonces el capitalismo funcionaría para todos. En otras palabras, no hay nada de malo en que las empresas privadas produzcan con fines de lucro y exploten a sus trabajadores. El problema es que se han vuelto demasiado grandes para aceptar esas limitaciones. Necesitamos regularlas para que, al obtener sus ganancias, todos compitan de manera justa entre sí y también tengan en cuenta las “externalidades”, es decir, las consecuencias sociales de sus actividades.

Esta crítica asume que el capitalismo competitivo es algo «bueno» y funciona. Pero, ¿el capitalismo competitivo, si existiera o fuera impuesto por reglas gubernamentales, generaría una ‘sociedad justa y equitativa’? En los días en que el ‘capitalismo competitivo’ supuestamente existía, es decir, a principios del siglo XIX, Friedrich Engels señaló que el libre comercio y la competencia de ninguna manera proveen siempre un desarrollo equitativo y armónico de la producción para el beneficio de todos. Como argumentó Engels, mientras que los economistas clásicos ofrecen competencia y libre comercio contra los males del monopolio, no reconocen el mayor monopolio de todos: la propiedad privada de unos pocos y la falta de ella del resto. (Ver mi libro, Engels 200).El capitalismo competitivo no evitó el aumento de la desigualdad, el daño al medio ambiente, la explotación extrema de los trabajadores y las crisis regulares y recurrentes en la inversión y la producción. Precisamente porque el modo de producción capitalista es con fines de lucro (como dice Friedman), y de eso, se desprende todo lo demás.

Sí, dijo Engels, “la competencia se basa en el interés propio y el interés propio engendra el monopolio. En resumen, la competencia se convierte en monopolio».  Pero eso no significa que el monopolio sea el mal que debe ser desterrado y que el retorno a los mercados libres y la competencia (dentro de las reglas establecidas) funcionaría. Esta es la trampa en la que caen algunos economistas de izquierda cuando hablan de los males del «capitalismo monopolista de Estado». No son los monopolios como tales, o su «captura» del Estado, lo que es el corazón del argumento contra la doctrina de Friedman. Es el capitalismo como tal: la propiedad privada de los medios de producción con fines de lucro. Esta es la crítica más fuerte a la justificación de Friedman de las corporaciones capitalistas.

En cambio, los Martin Wolf o Joseph Stiglitz solo quieren corregir las ‘reglas del juego’.  Wolf quiere lo que él llama un “buen terreno de juego” donde “Las empresas no promuevan una ciencia basura sobre el clima y el medio ambiente; en el que las empresas no maten a cientos de miles de personas promoviendo la adicción a los opiáceos; en el que las empresas no cabildeen a favor de sistemas tributarios que les permiten depositar grandes proporciones de sus ganancias en paraísos fiscales; en el que el sector financiero no presione a favor de una capitalización inadecuada que provoca grandes crisis; en el que los derechos de autor no se amplíen al infinito; en el que las empresas no busquen neutralizar una política de competencia eficaz; en el que las empresas no hagan mucha presión contra los esfuerzos para limitar las consecuencias sociales adversas del trabajo precario; etc..etc…»  Para Wolf, la tarea es «cómo crear buenas reglas del juego en materia de competencia, trabajo, medio ambiente, impuestos, etc.»

No es solo un análisis erróneo del capitalismo moderno; es utópico en extremo. ¿Cómo se puede acabar con cualquiera de las desigualdades descritas por Wolf mientras se preserva el capitalismo y las corporaciones? Solo tenemos que considerar la historia interminable de los banqueros y su connivencia con las corporaciones para ocultar sus ganancias a los gobiernos nacionales. Según Tax Justice Network, las empresas multinacionales transfirieron más de 700 mil millones de dólares en ganancias a los paraísos fiscales en 2017 y este cambio redujo los ingresos fiscales corporativos globales para los gobiernos nacionales en cerca de un 10%.

Las corporaciones de combustibles fósiles que emiten carbono han transferido miles de millones de ganancias a varios paraísos fiscales. En 2018 y 2019, Shell ganó más de 2.7 mil millones de dólares, aproximadamente el 7% de sus ingresos totales en esos años, libres de impuestos al situar sus ganancias en empresas ubicadas en Bermuda y las Bahamas que empleaban solo a 39 personas y generaban la mayor parte de sus ingresos en otras entidades de Shell. Si esta empresa de petróleo y gas hubiera contabilizado las ganancias a través de su sede en los Países Bajos, tendría que haber hecho frente a unos impuestos de aproximadamente 700 millones de dólares con la tasa impositiva corporativa holandesa del 25%.

Y luego están las FAANGS, las grandes corporaciones tecnológicas que han acumulado enormes ganancias durante la pandemia de COVID-19, mientras que muchas pequeñas empresas quiebran. Controlan el software y la tecnología de distribución a través de los derechos de propiedad intelectual y eliminan cualquier competencia. Los gobiernos de todo el mundo están considerando cómo regular a estos gigantes y someterlos a las «reglas del juego». Se habla de dividir estos «monopolios» en unidades competitivas más pequeñas. Estoy seguro de que Friedman habría aprobado esta solución como parte de su «doctrina».

¿Pero resolvería algo realmente? Hace más de un siglo, los reguladores antimonopolio estadounidenses decretaron la disolución de Standard Oil. La compañía se había convertido en un imperio industrial que producía más del 90 por ciento de petróleo refinado de Estados Unidos. La empresa se dividió en 34 empresas «más pequeñas». Todavía existen hoy. Se llaman Exxon Mobil, BP y Chevron. ¿Wolf, Stiglitz y los oponentes del ‘capitalismo monopolista’ realmente creen que la solución ‘Standard Oil’ ha terminado con las ‘irregularidades’ de las corporaciones petroleras, mejorado sus ‘responsabilidades sociales’ y aumentado las salvaguardias ambientales a nivel mundial?  ¿Realmente creen que el ‘capitalismo de partes interesadas’ puede reemplazar a la corporación capitalista y funcionar? La regulación y el restablecimiento de la competencia no funcionarán porque solo implicaría que la doctrina de Friedman continúa operando.

Traducción: G. Buster

MC

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