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La extrema derecha golpista y la decadencia del modelo alemán

Carmela Negrete

Fuente: Rebelión

La detención de 25 personas que pretendían instaurar una monarquía fascista con el príncipe Heinrich XIII a la cabeza confirma la conexión de grupos ultras en el país.

Era el día en el que se iba a hablar de la coalición de gobierno en Alemania. Del primer año de una suma inédita de socialdemócratas, verdes y liberales al frente del mayor país de la zona euro; de sus decisiones en materia económica, energética y de política exterior. Era el miércoles 7 de diciembre cuando el Bundestag hacía balance de una gestión que la calle castiga en las encuestas, pero, los noticieros y periódicos abrían sus portadas con la mayor macrorredada contra la extrema derecha de la historia del país. La ministra de Interior, Nancy Faeser, daba las gracias “a los más de 3.000 policías” por “su peligrosa actuación de hoy para proteger nuestra democracia”.

Los registros se produjeron de madrugada en 130 casas y oficinas de once estados del país, así como en Austria y en Italia. Los veinticinco detenidos formarían parte, según la Fiscalía General, de una organización terrorista que planeaba asaltar el parlamento, dar un golpe de Estado e imponer un nuevo gobierno para el que tenían incluso ya algunos nombres. Los más de 50 sospechosos querían imponer una monarquía en Alemania con un príncipe a la cabeza, Heinrich XIII, de la casa Reuss-Greiz, un empresario del mundo inmobiliario que también fue detenido en Frankfurt.

Para el Ministerio de Justicia, siempre según la versión de la Fiscalía y de lo que se ha filtrado al semanario Der Spiegel, habían asignado a una jueza berlinesa, Birgit Malsack-Winkemann, que fue diputada del partido de extrema derecha Alternativa por Alemania (AfD) en el Parlamento alemán y resultó también detenida en su casa del acomodado barrio de Wannsee. Un cantante de ópera habría sido el ministro de Cultura. Un piloto, varios médicos, empresarios y reservistas del ejército componen el cuadro de los supuestos golpistas que buscaban establecer de nuevo un Deutsche Reich, un imperio alemán.

Según las primeras investigaciones, el grupo se encuadra en la ideología de los Reichsbürger, traducido como los “ciudadanos del reino”, una especie de secta que cree que Alemania aún sigue ocupada por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial y que rechaza todas las instituciones. Algunos de ellos incluso llevaban pasaportes, licencias de conducir o dinero inventado para dicho “reino”. Según los analistas expertos en extrema derecha, a partir de 2010 comenzaron a radicalizarse y en 2016 se les catalogó como peligrosos, porque uno de ellos asesinó de un disparo a un policía durante un registro. A algunos miembros de esa ideología se les han encontrado depósitos de armas y planes para derribar al gobierno.

Los Reichsbürger, más bien pintorescos por sus creencias, no son los únicos que están detrás del grupo disuelto. Las protestas en las calles contra la orientación de la política exterior, el envío de armas a Ucrania o las sanciones que castigan a la economía alemana están siendo seguidas en buena parte del país por una mezcla de neonazis, conspiracionistas, nueva derecha y antivacunas, que se han unido en dicho grupo terrorista. La organización a través de las redes sociales es también importante.

La jueza berlinesa pertenecía al ala derecha de la AfD, el denominado Flügel, cuya figura más prominente en Björn Höcke. El político del estado de Turingia, donde en septiembre de 2021 ganó las elecciones la AfD, habla en sus discursos –y sobre todo en un libro de 2018 de entrevistas con él– de una “flebotomía” o “sangría” mediante la cual se perderían “algunas partes de nuestra población”, aquellas que no quisieran participar en su idea de gobierno para Alemania. En este proyecto autoritario solo tienen cabida los alemanes.

Este discurso encaja bien con las protestas contra los refugiados que recorrieron el país después de la llegada de cientos de miles de personas por la ruta de los Balcanes en 2015. AfD llegó a ser la tercera fuerza en el Bundestag. El movimiento de los Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (PEGIDA) y sus marchas jugaron un papel fundamental en la creación del caldo de cultivo ideológico del que nacieron varios grupos terroristas de extrema derecha que atacaron albergues para refugiados e incluso llegaron a asesinar a sangre fría al político de la CDU, Walter Lübcke. También tenían planes para provocar una guerra civil el día X y montar su Estado alternativo que fueron destapados tras la detención de un militar llamado Franco A., que pretendía hacerse pasar por refugiado para provocar un atentado.

Estas protestas de PEGIDA, que contaron con más asistentes  en el este de Alemania, tuvieron sus prolegómenos en varios movimientos contra la construcción de mezquitas a principio de los 2000. Durante la pandemia, las protestas de la derecha se transformaron en marchas de escépticos contra las vacunas y las medidas anticovid. Entre los antivacunas hubo también una radicalización que se tradujo en el intento de asesinato del actual ministro de Sanidad, Karl Lauterbach.

Tras la reunificación alemana, la extrema derecha vivió sus mejores momentos gracias al vacío de poder fáctico en el este del país, ya que la información recopilada por la Stasi no fue transmitida de forma adecuada a las nuevas autoridades alemanas, según trabajadores de dicha organización. Así fue cómo en el este del país se produjeron varios pogromos e incluso se formó un grupo terrorista, llamado NSU, que asesinó a inmigrantes por todo el país. Todavía hoy siguen sin aclararse las posibles implicaciones de los servicios secretos.

Sin embargo, la extrema derecha era por entonces un fenómeno más bien marginal, si bien el racismo y la xenofobia tenían y siguen teniendo calado en buena parte de la población. Los movimientos de protesta, contínuos  desde entonces, han llevado a una reagrupación de la extrema derecha, apoyados ideológicamente por la Nueva Derecha del Movimiento Identitario, con el grupo de pensadores en torno al llamado Instituto para la Política de Estado.

Mientras la derecha caldea el ambiente y reúne fuerzas, la izquierda no ofrece una respuesta al descontento. Una parte del electorado progresista vota a los verdes y otra al partido de la izquierda Die Linke. Los primeros llevan la voz cantante en la escalada militar y creen que el país tiene que sacrificar parte de su bienestar. Son el único partido del Gobierno que los electores aún aplauden. Los segundos se encuentran en una profunda crisis, con una parte que apoya las medidas del Gobierno en línea con la OTAN mientras otra parte se plantea incluso la formación de un nuevo partido. A río revuelto, la derecha se frota las manos y los cristianodemócratas de la CDU vuelven a ser la primera fuerza para el electorado. La extrema derecha de Alternativa por Alemania (AfD) sube varios puntos también y pasaría a ser la cuarta fuerza. La suma de ambas, sin embargo, no daría una mayoría que, por otra parte, sería inusual, ya que en Alemania, hasta ahora, se ha aplicado un cordón democrático y ningún partido se ha aliado con la AfD a nivel federal.

MC

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