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Tesis II: SOBRE EL PROCESO LATINO-CARIBEÑO.

La estrategia neoliberal impuesta en la década de los 80 y 90 empobreció tanto que provocó una resistencia de pueblos empobrecidos y de sectores medios gravemente afectados en toda la región (huelgas, movilizaciones, protestas, estallidos, insurrecciones…), hasta crear crisis de estabilidad y gobernabilidad política en no pocos países y provocar importantes cambios en la correlación de fuerzas en perjuicio de las corrientes conservadoras.

A final del siglo XX y principio del XXI la resistencia se transformó en ofensiva político-social, desatándose una oleada de cambios políticos desfavorables al orden neoliberal, al control de EEUU sobre la región y a las derechas y ultraderechas gobernantes. Cambios de diversas profundidades, alcances y tonos político-ideológicos: unos simplemente reformistas, otros reformadores y algunos con ciertas tendencias revolucionarias en su dinámica.

Triunfaron -luego de grandes convulsiones políticas, destituciones de presidentes y gobiernos y quiebras institucionales- opciones de centro, centro izquierda e izquierda moderada; las más avanzadas con discursos revolucionarios, antiimperialistas, anticapitalistas incluidos, influyendo en ciertos casos en la radicalización de la conciencia popular.

Junto a Cuba, que se mantuvo altiva frente a todas las adversidades, se conformó un gran bloque pro-segunda independencia de nuestra América.  El rescate en diversos grados de la soberanía resultó ser la principal conquista de esa oleada.

Todos esos procesos -independientemente de sus características más o menos avanzadas- no superaron el ordenamiento  capitalista,  siguieron entrampados en sus redes y dentro de ciertas dinámicas de corrupción estatal y privada, y al paso de los años han sufrido diversas crisis y variados niveles de desgaste; generando condiciones favorables para la recuperación político electoral de las derechas en  general y el repunte en grande de las fuerzas neofascistas bajo tutela del imperialismo estadounidense.

Una parte de esos procesos han sido revertidos en el marco de una fuerte ofensiva imperialista y ultra-derechista.  Otra resiste el contra-ataque en medio de sucesivas crisis y sigue expuestas a acciones desestabilizadoras más potentes e incluso agresiones militares de EEUU y fuerzas aliadas.

En este grupo se destaca la Venezuela bolivariana (cuyo pueblo chavista resiste con bravura esa embestida), sometida a un plan sedicioso subversivo-terrorista y amenazada de agresión militar violenta yanqui-colombiano; arreciado luego del debilitamiento temporal de la insurgencia en Colombia a consecuencia de la paz claudicante fraguada entre una parte de los altos mandos de las FARC-EP y el gobierno de Santos y sus padrinos.

EEUU y las derechas han tenido capacidad para virar la tortilla, pero no para estabilizar esos países bajo el dominio ultraderechista mafioso, ahora más convulsionados y con tendencia a nuevas crisis de gobernabilidad. Los ejemplos de Argentina, Brasil y Honduras, entre otros son demasiado elocuentes.

Una nueva ola de indignaciones y cambios de avanzadas, en la que cuenta el explosivo tema migratorio, se está gestando al interior de la ola que declina y de frente al contra-ataque ultraderechista potenciado por la administración neonazi de Donald Trump.

Los países que todavía se resisten a perder su auto-determinación (Venezuela, Bolivia, por ejemplo), a mantenerse distante del neoliberalismo endurecido y gansterizado, a defender sus logros sociales, solo podrían vencer la contraofensiva si profundizan sus procesos en la línea anticapitalista y asumen audazmente la socialización de su poder y su economía.

La decadencia del “progresismo”, e incluso de procesos reformadores, a consecuencia de sus límites, inconsecuencias y deformaciones, genera de una parte una radicalidad derechista de corte neofascista y de la otra una radicalidad popular. Mayores confrontaciones y mayores agresiones imperialistas parecen inevitables.

Cuba revolucionaria, que luego de 60 años de acoso y agresiones imperialistas exhibe la hazaña de sobrevivir dignamente y en soberanía, no tiene futuro socialista si opta por la privatización de lo estatal y las concesiones ilimitadas al capital transnacional (tipo China, Viet-Nam…), pero si lo tendría si escoge la ruta de potenciar la socialización de su patrimonio público, del traspaso progresivo del poder del Estado al poder popular y de la revolución continental. Esa controversia sigue en pié.

El dramático caso haitiano, que tanto nos concierte, nos obliga a enfrentar el racismo y el odio contra la laboriosa emigración de ese país en nuestro territorio y a asumir la necesidad de la emancipación de nuestro pueblo y la de ese heroico pueblo hermano, ambos enfrentados a enemigos comunes, como la solución de fondo a la crisis que arropa la isla. Es vital la mutua solidaridad dentro de una visión de unidad latino-caribeña y de nuevo internacionalismo revolucionario.

También es necesario romper los muros coloniales que fraccionan a los países del Caribe insular y asumir una línea de unidad descolonización y cambios sociales profundos.En síntesis, hay que abrazar con más vigor y persistencia el proyecto de Patria Grande liberada, nuevo socialismo e insurgencia insular, antillana, caribeña y continental.

MC

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